D`una època política a una que ja no ho serà.
La revolución de las comunicaciones, tan bendecida, ha mutado en la
comunicación de la revolución ocasionalmente satánica. Una y otra se han fundido
tan íntimamente, sea en los países árabes, como en los países ricos (enhiestos,
antes y renqueantes, después) que lo más placentero para la comunicación es la
revolución y viceversa.
Esta lésbica alianza a la máxima velocidad ha devastado el sexo de las leyes,
el sexo de los jueces y el marchito sexo de la política en general. Emasculados
todos, la comunicación de la revolución cruza el espacio sin apenas trabas,
ocupa los rincones y la misma plaza central.
Los políticos, cada vez más turbados, siguen asegurando que la crisis
económica es una crisis política. Por supuesto que sí. El derrumbamiento de sus
amadas (y rentables) instituciones ha convertido en escombros la consistencia
democrática y su abatimiento ha dejado abierta la escena para cualquier
botellón especulador. Tóxico y salvaje.
Frente al viejo hacer de los procedimientos políticos (cuatro meses para
convocar elecciones, un mes para formar Gobierno, 15 días para una reunión del
G-20, 12 para la Comisión Europea, meses para aprobar un rescate, más de un año
para que un político distinga la gravedad financiera) la información y la
comunicación corren y aplastan ese Estado anciano. Mientras las fuerzas
políticas ya corruptas se descomponen, el mercado de la especulación encuentra
las mejores condiciones para su verbena.
Sucede como en los procedimientos judiciales del sistema democrático en pleno
vigor. Los centenares de miles de folios que deben cumplimentar el sumario
logran que al fin su suma sea igual a cero y la justicia no operando enseguida,
sea una nulidad. El sistema no nos representa. Pero hay más: el sistema no se
presenta. Y menos cuando se necesita que llegue con rapidez.
Si los males de esta crisis han crecido tanto y aumentan sin cesar se debe a
que la velocidad de los mercados perversos no halla trabas ni contrapesos del
mismo tenor. No hay reacciones que neutralicen la insidia y su perversidad
engulle el bien y el mal hasta hacerlo todo fosfatina.
El mal económico, como en los cómics, se relame ante la insignificancia del
poder político. No es solo que la codicia ha hecho ricos a algunos y empobrecido
a tantos, sino la grotesca incompetencia de las democracias en la defensa de la
equidad.
Como en las películas de gánsteres, antes y ahora, la mafia ha corrompido al
poder y lanzada ya a un fraude masivo ha hallado tanto la importante complicidad
de en los explosivos mass media como la debilidad de los vigilantes que
convertidos en estafermos tardaban siempre en reunirse y ponerse de acuerdo,
tardaban en aprobar presupuestos, se retrasaban y retrasaban como si el tiempo
fuera tan barato como siglos atrás. El tiempo no solo es oro, idealmente, sino
que el instante real vale miles de billones de dólares más o menos en las
operaciones del ordenador.
Mientras los políticos cuentan billete a billete, los mercados incluyen
toneladas de monedas en la electrónica con la ventaja, de que no pesan y apenas
se ven, Es decir, se presentan, como sucede ahora, a la manera de enormes e
inesperados fantasmas.
Este lenguaje próximo a la ficción, nada tiene que ver con la oratoria y los
debates de la reunión presencial. La velocidad de la información, llameando en
las varias revoluciones de hoy, se burla ante los sorbos de agua mineral en que
se demoran los ministros y presidentes congregados para tratar de apagar el
fuego.
De una interconexión instantánea a una dificultad (todavía) para la conexión
nacional e internacional, de una época política a otra que ya no lo será. Este
mundo que se inaugura es el tránsito (por el momento) desde la liturgia
procedimental de hace un siglo a las salvajadas de una economía tan borracha
como impune, lanzada a sorbernos a todos de la cabeza a los pies.
Vicente Verdú, Los curas y los borrachos, El País, 19/11/2011
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