La societat terapèutica.
Se puede afirmar que la característica definitoria de la época global en la
que estamos consiste en que realidad y capitalismo se han identificado. Esta
identificación se produce después de una Gran Transformación de más de treinta
años que ha visto desaparecer lo que antiguamente se llamaba ³la cuestión
social´. No hace falta insistir, una vez más, que la derrota política del
Movimiento Obrero está en la base de estas consideraciones. La coincidencia
entre capitalismo y realidad significa antes que nada, que ya no hay afuera.
Más exactamente, que ya no hay afuera del capital. Todavía dentro del marxismo
clásico si bien renovado se ha querido aprehender esta transformación como una subsunción
de la sociedad en el capital, y a la vez, como una generalización del trabajo a
todos los ámbitos de la sociedad. Aquí es donde entra la vida en tanto que
problemática. Subsunción implicaría que la vida (subjetividad, afectos…) es
puesta directamente a trabajar para el capital. Este análisis aunque cierto, es
insuficiente porque desconoce justamente esa multiplicidad de sentidos que contiene
la relación entre vida y política, por lo que nos acaba empujando hacia una
posición política equivocada.
Consecuentes con este planteamiento creemos que tendríamos que pasar de un
paradigma de la explotación a un paradigma de la movilización global.
Evidentemente, este tránsito no implica el fin de la explotación capitalista
sino justamente, al contrario, su máxima exacerbación. Desde esta nueva
perspectiva, no es que la vida sea puesta a trabajar, es que la vida misma deja
de ser un dato objetivo para convertirse en algo subjetivo: vivir es ³trabajar´
nuestra propia vida, o dicho más claramente, vivir es gestionar nuestra propia
vida.
Se ha dicho muchas veces que el trabajo era la mejor terapia para tener
controlados a los enfermos mentales, especialmente, a los más violentos. “Coged
a un furioso, introducidlo en una celda, destrozará todos los obstáculos y se
abandonará a las más ciegas embestidas de furor. Ahora contempladlo acarreando
tierra: empuja la carretilla con una actividad desbordante, y regresa con la
misma petulancia a buscar un nuevo fardo que debe igualmente acarrear: es
verdad que grita, que jura a la vez que conduce la carretilla… Pero su
exaltación delirante no hace más que activar su energía muscular que se encauza
en beneficio del propio trabajo.” (S. Pinel: Traité complet du régime donataire des
aliénés. Paris 1836) Pues bien, hoy habría que afirmar que la vida
misma es esa terapia. Una terapia de control y de dominio.
Aunque pueda parecer inusitado, el efecto represivo que jugaba la
obligación del trabajo se reformula como obligación de tener una vida. Ahora se
entiende porque la tesis central a la que llegamos – y se trata simplemente de
un corolario de la definición que establecíamos de la época global – puede
resumirse así: hoy la vida es el campo de batalla. La vida, en este sentido, no
consiste más que en una actividad privada cuya finalidad es producir una vida privada.
No somos más que vidas (privatizadas) movilizadas para reproducir esta realidad
hecha una con el capitalismo. Esta movilización global reserva un destino
diferente a cada vida. A unas las convierte en vidas hipotecadas, a otras en
residuales, a otras en emprendedores de sí mismos. El resultado es, sin
embargo, común por cuanto en todas ellas el estado que prima es el del “estar
solo”. Porque en la sociedad-red, en definitiva, estar conectado
paradójicamente es estar solo. El malestar social será el nombre de este
no-poder, de esa imposibilidad de expresar una resistencia común y liberadora
frente a las nuevas condiciones de la realidad. El malestar social no es más
que el bloqueo del camino hacia una subjetivización política capaz de
enfrentarse al mundo.
Pero para que la movilización funcione este malestar social tiene que
encauzarse, y ese encauzamiento debe comportar, en última instancia, su
inutilización política. Para ello toda dimensión colectiva del malestar tiene
que ser borrada: el malestar social será reconducido a una cuestión personal.
Así cada vida se adapta e integra en la propia movilización. El querer vivir
del hombre anónimo funciona entonces dentro de la movilización, y como su
principal impulsor. De esta manera, vivir acaba siendo sinónimo de
movilización. Es por eso que el poder tiene que ser fundamentalmente un poder
terapéutico dirigido a mantener funcionando una sociedad enferma. El poder
terapéutico no pasa tanto por el internamiento como por la intervención sobre
toda la sociedad. Su intervención no perseguirá curar, sino prevenir, evaluar riesgos, chequear aptitudes, y sobre todo,
tratar cada caso como particular. Este es el secreto del modo terapéutico de
ejercicio del poder.
Es importante describir sociológicamente este malestar, y así dar cuenta de
las múltiples enfermedades del vacío (estados de pánico, depresiones…) que,
surgidas por doquier, gestiona el poder terapéutico. Pero lo verdaderamente
importante, y es lo que en verdad nos interesa, es politizar ese malestar
social. De aquí que la reflexión sobre la sociedad terapéutica tenga que ir
acompañada de un análisis del estatuto de lo político en la actualidad. Que la
vida es actualmente el campo (político) de batalla nos obliga a pensar nuevamente
qué significa politizarse, ya que la politización parece ser esencialmente un proceso
de autotransformación personal. Si toda politización tiene que arrancar de la
propia vida, y habrá que ver lo que eso comporta, ocurre que una política que
se ponga como objetivo la politización de la existencia adopta,
paradójicamente, la forma de una terapia. Este resultado tiene mucho de
autocontradictorio y es inaceptable, por cuanto la “forma” terapia implica la
existencia de un experto, y en definitiva, una relación jerárquica. Pero no es
fácil salir del atolladero. Si forzosamente estamos obligados a acercar nuestra
política – la política que impulsa la politización de la existencia – a una
terapia, entonces hay que pensar una políticaterapia que se libere de la
terapia misma. No sabemos cuál es el camino, pero estamos convencidos de la
necesidad de apuntar más lejos del horizonte terapéutico.
El malestar social en una sociedad terapéutica, Prólogo de la revista Espai en Blanc nº 3-4, La sociedad terapéutica, 16/02/2008
http://www.espaienblanc.net/El-malestar-social-en-una-sociedad.html
El malestar social en una sociedad terapéutica, Prólogo de la revista Espai en Blanc nº 3-4, La sociedad terapéutica, 16/02/2008
http://www.espaienblanc.net/El-malestar-social-en-una-sociedad.html
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