La tecnologia com a pròtesi.
Cuando trabajo con gadgets digitales
experimentales, como las nuevas versiones de realidad virtual, en un entorno de
laboratorio, eso siempre me recuerda cómo los pequeños cambios en los detalles
de un diseño digital pueden tener efectos profundos e imprevistos en la
experiencia de los humanos que interactúan con él. El más mínimo cambio en algo
tan trivial en apariencia como la facilidad de uso de un botón a veces puede
alterar por completo las pautas de comportamiento.
Por ejemplo, el investigador de la Universidad de
Stanford Jeremy Bailenson ha demostrado que el hecho de cambiar la altura del avatar
de una persona en una realidad virtual inmersiva transforma su autoestima y la
percepción social de uno mismo. La tecnología es una extensión de nosotros
mismos y, al igual que los avatares del laboratorio de Jeremy, nuestras
identidades pueden ser alteradas por los caprichos de los gadgets. Es imposible trabajar con tecnología de la información
sin involucrarse al mismo tiempo con la ingeniería social.
Uno puede preguntarse: «Si bloggeo, twitteo y wikeo todo
el tiempo, ¿cómo afecta a eso que soy?» o «Si la mente colmena es mi público,
¿quién soy yo?». Nosotros, los inventores de tecnologías digitales somos como
comediantes de stand up o neurocirujanos en el sentido
de que nuestro trabajo se hace eco de profundas cuestiones filosóficas; por
desgracia, últimamente hemos demostrado ser malos filósofos.
Cuando los desarrolladores de tecnologías digitales
diseñan un programa que te pide que interactúes con un ordenador como si fuera
una persona, lo que están haciendo al mismo tiempo es pedirte que aceptes en lo
más recóndito de tu cerebro que tú también podrías ser concebido como un
programa. Cuando diseñan un servicio de internet editado por una masa anónima
enorme, están dando a entender que una masa arbitraria de humanos es un
organismo con un punto de vista legítimo.
Distintos diseños estimulan distintos potenciales de la
naturaleza humana. Nuestros esfuerzos no deberían estar dirigidos a lograr que la
mentalidad de rebaño sea lo más efi ciente posible. En cambio, sí deberíamos
tratar de inspirar el fenómeno de la inteligencia individual.
«¿Qué es una persona?» Si supiera la respuesta, podría
programar una persona artificial en un ordenador. Pero no puedo. Una persona no
es una fórmula fácil, sino una aventura, un misterio, un salto hacia la fe. (…)
Nosotros (los tecnólogos) desarrollamos extensiones de tu
existencia, como ojos y oídos a distancia (webcams y teléfonos móviles) y una
memoria ampliada (el mundo de datos que se pueden consultar en la red). Esos
elementos se convierten en las estructuras mediante las que te conectas con el
mundo y con otras personas. Esas estructuras, a su vez, pueden cambiar tu
concepción de ti mismo y del mundo. Jugueteamos con tu filosofía manipulando tu
experiencia cognitiva directamente, no de forma indirecta a través de la
discusión. Basta con un pequeño grupo de ingenieros para crear una tecnología
que moldee el futuro de la experiencia humana a velocidad increíble. Por lo
tanto, antes de que se diseñen esas manipulaciones directas, desarrolladores y
usuarios deberían mantener una discusión crucial acerca de cómo construir una
relación humana con la tecnología.
Jaron Lanier, Contra el rebaño digital, Debate, Madrid 2011
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