Neoplatonisme renacentista i origen de la ciència moderna.

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“En medio de todo se encuentra entronizado el Sol. Dentro de este bellísimo templo, ¿acaso podríamos colocar a esta luminaria en alguna posición mejor para que iluminara a la vez todo el conjunto? Con toda justicia se le han dado al Sol los nombres de la Linterna, la Mente y el Gobernante del universo. Hermes Trismegisto lo llamó el Dios visible y Electra, la de Sófocles, lo nombraba como el Omnividente. Así el Sol se encuentra asentado en un trono real, gobernando a sus hijos los planetas que circulan a su alrededor.” Nicolás Copernico (1453) De Revolutionibus Orbium Coelestum

Neoplatonismo es el nombre que se le da a una tradición filosófica que hunde sus raíces en la Antigüedad clásica y, contra lo que pudiese sugerir el nombre, solo parcialmente en el pensamiento de Platón. Su influencia fue muy importante en el desarrollo de la ciencia moderna y en el de conceptos que aún persiguen a los científicos.

Entre los siglos III y V de la era común, Plotino, Porfirio y Jámblico desarrollaron un sistema de ideas que se basaba en algunas de Platón pero, a la vez, modificándolas sustancialmente. Los neoplatónicos creían que el Universo era uno; que dependía de una fuente suprema, que recibía distintos nombres (la Única, la Mente Divina, el Logos, el Demiurgo o el Alma del Mundo son algunos de ellos) de la que emanaban todas las demás inteligencias y niveles de realidad, incluyendo el habitado por los humanos.

En lo que respecta al conocimiento del mundo natural los neoplatónicos tenían, a efectos prácticos, una única fuente, a saber, el Timeo de Platón. En este diálogo Platón esquematiza una cosmogonía mitológica en la que el Demiurgo, el espíritu creador, usa los cinco sólidos perfectos de las matemáticas (tetraedro, cubo, octaedro, dodecaedro e icosaedro) como plantillas con las que crear los cielos. Las armonías musicales seguían las pautas marcadas por estos sólidos y la luz era una emanación del Demiurgo y el medio por el que los humanos adquirirían el conocimiento.(Si en este punto el lector encuentra una similitud con corrientes esotéricas y new age contemporáneasvarias, no se extrañe y siga leyendo.)

Efectivamente, la tradición neoplatónica se introduce en el pensamiento islámico, en Bizancio y en el cristianismo occidental de forma independiente. A comienzos del siglo V, Agustín de Hipona (santo, padre y doctor de la Iglesia Católica) hizo un amplio uso de las ideas neoplatónicas, como lo haría Boecio a comienzos del VI. Curiosamente el Timeo, a diferencia de otras obras de Platón, estuvo disponible en traducción latina durante toda la Edad Media.

A finales de los años treinta del siglo XV, Georgios Gemistos, alias Pletón, un neoplatónico bizantino, viaja a Florencia en pleno quatrocentto italiano. Su trabajo allí terminará uniendo las tradiciones neoplatónicas bizantina y occidental. Entre otras cosas persuadió a Cosimo de Medici de que crease la Academia Platónica que, si bien orientada más hacia el nuevo humanismo que a las ciencias naturales, proporcionó el modelo para las academias de todo tipo que surgirían a partir de mediados del siglo XVI, algunas de ellas dedicadas a la ciencia.

La Academia de Florencia tuvo como miembros a Marsilio Ficino, quien tradujo las obras completas de Platón y Plotino al latín, y a Giovanni Pico de la Mirandola. Estos dos personajes fueron los responsables principales de fusionar el neoplatonismo con el hermeticismo y la magia natural que fue el foco de atención de los intelectuales los dos siglos siguientes.

Al norte de los Alpes, Nicolás de Cusa también tiró de tradición neoplatónica cuando argumentó a favor de la certeza del conocimiento matemático y su centralidad para la filosofía natural, doctrinas que influenciaron sobremanera a Giordano Bruno.

Como era de esperar, el pensamiento neoplatónico permea los estratos intelectuales de Europa y llega a los filósofos naturales más prominentes del XVII. Quizás el caso más representativo sea el de Johannes Kepler. En todo su trabajo astronómico, culminando con su Harmonices mundi (1618), Kepler buscó la estructura geométrica del universo, creyendo la doctrina neoplatónica de que estaba basada en los cinco sólidos perfectos y caracterizada por armonías musicales.

Si bien las influencias neoplatónicas también son detectables en Copérnico, quien habría colocado al Sol en el centro más por consideraciones filosóficas que por la observación del cielo, o Galileo, por su trascendencia posterior, son especialmente importantes en Isaac Newton. A Newton llegan a través una importante escuela platónica que surge en el XVII en la universidad donde se formó y ejerció Newton: los platónicos de Cambridge. Estos platónicos, que abominaban de la irracionalidad de los puritanos y del materialismo de Hobbes (e incluso Descartes), crearon una nueva síntesis de cristianismo y platonismo. Si bien la mayoría de los miembros del grupo se dedicaban a la teología, la metafísica y la ética, uno de ellos, Henry More, fellow de la Royal Society, trabajaba en temas más próximos a la filosofía natural.

More, tras un periodo de entusiasmo cartesiano, terminó reaccionando contra la identificación que Descartes hacía del espacio y la materia con la extensión. Convirtió el espacio en un atributo de Dios y el medio por cual Dios actuaba sobre los cuerpos. Newton, que tuvo a More de profesor, tomó prestada su idea del espacio y el tiempo como “órganos sensibles de Dios” y la acabó transformando en espacio y tiempo absolutos, como correspondía a atributos divinos.

A partir del siglo XVII el neoplatonismo deja de ser una corriente filosófica digna de tal nombre, ya que los estudiosos descubren al verdadero Platón y se dedican a recuperarlo. En ciencia, sin embargo, hubo una notable excepción en el siglo XVII y parte del XIX, la Naturphilosophie alemana se inspira en el neoplatonismo para su creencia de que todas las fuerzas aparentemente separadas de la Naturaleza no son más que expresiones de una fuerza unificadora más fundamental. Esta idea sigue coleando.

César Tomé López,Platonismo alambicado: el neoplatonismo y la ciencia moderna, Cuaderno de Cultura Científica 17/06/2016

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