En el món digital sempre tenim raó.


Todos los avances científicos y tecnológicos acarrean algún tipo de problema. Incluso un descubrimiento tan benigno como el de la penicilina ha implicado, con el tiempo y los abusos, la aparición de microorganismos resistentes a los antibióticos. El rápido progreso en la manipulación de los genes humanos planteará en poco tiempo dilemas de magnitud extraordinaria. Mayores, incluso, que los creados por la actual crisis: aún no sabemos cómo enfrentarnos a los efectos secundarios de la revolución en las comunicaciones. Internet está cambiando el mundo, para bien y para mal.

Los beneficios de internet son obvios y abundantes, no vale la pena extenderse en ellos. Lo mismo ocurre con los perjuicios conocidos y vinculados con internet de forma directa o indirecta, desde el paro y la pauperización laboral hasta la crisis de la prensa clásica y del viejo sistema de distribución informativa. Hay dos aspectos que me parecen más graves: la quiebra de la verdad y la construcción de una sociedad nueva basada en el 'apartheid'.

Sobre lo primero, hemos empezado a contemplar la verdad como algo relativo y hasta cierto punto opcional. ¿Cómo distinguir la verdad de la mentira dentro de la cacofónica conversación planetaria? ¿Para qué aceptar la verdad si la mentira resulta más reconfortante? Lo que antes era una prerrogativa del poder, la manipulación de la realidad, está ahora en manos de todos. Y, como de costumbre, parecemos preferir lo cómodo. Que nos hablen bien de los partidos con los que simpatizamos, que nos hablen bien del club de fútbol que amamos, que nos hablen bien de nuestro modo de vida. La verdad es incómoda y complicada. 

Simplificando, ¿por qué no vamos a creer que el PP bajará los impuestos? ¿Por qué no vamos a creer que Podemos nos pintará una sonrisa en la boca? En el reino cibernético de lo virtual siempre tenemos razón, lo mismo en nuestras filias que en nuestras fobias.Lo segundo, el 'apartheid', es complementario. Internet nos permite convivir con quienes son como nosotros y distanciarnos de quienes no lo son. La Red, en teoría un mecanismo de convivencia, funciona en realidad como un mecanismo de segregación. Consiste, por tanto, en lo contrario de la ciudad libre y abierta. Nos reafirma en nuestros prejuicios y nos hace sordos ante las realidades ajenas. Estimula la fe en detrimento de la razón. Nos hace sentir protagonistas cuando somos más pasivos que nunca.

Enric González, La Red, el mundo.es 04/06/2016

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