Biaixos cognitius i el moment de votar.

El Roto

Todos somos víctimas de los sesgos cognitivos, que son interpretaciones ilógicas de la información disponible. "Más que errores, son atajos, mecanismos que usamos cada día y que funcionan muy bien para tomar decisiones rápidas, pero que a veces nos llevan a error", explica Helena Matute, catedrática de psicología de la Universidad de Deusto.

No es fácil corregirlos. Sobre todo porque la mayor parte del tiempo ni siquiera somos conscientes de ellos. Lo único que podemos hacer es "estar alerta y ser más críticos", dice Matute. En política, la situación se agrava porque se añaden elementos como la emoción y el sentimiento de pertenencia.

Estos son algunos de los sesgos que pueden influir en nuestro voto:

1. Sesgo de confirmación: solo hacemos caso a los datos que apoyan nuestras ideas y somos escépticos con la información que las contradice. Como explica Michael Shermer en The Believing Brain, primero nos identificamos con una posición política y, a partir de ahí, interpretamos la información para que encaje en nuestro modelo de la realidad.

2. Efecto halo: confundimos apariencia con esencia. Cuando nos llama la atención un rasgo positivo de alguien (su atractivo físico, por ejemplo), tendemos a generalizarlo a toda su persona. También pasa cuando escuchamos opiniones políticas de actores y cantantes: extendemos su influencia a áreas que no tienen nada que ver con sus dotes artísticas.

3. Efecto de encuadre: tendemos a extraer conclusiones diferentes según cómo se nos presenten los datos. Matute nos pone un ejemplo: “Si dices que la carne tiene un 30% de grasa, no la comprará nadie. Pero los resultados cambian si dices que es un 70% magra, a pesar de que es lo mismo".

4. La correlación ilusoria: es la tendencia a asumir que hay relación de causa y efecto entre dos variables aunque no haya datos que lo confirmen. Se da especialmente en el caso de los estereotipos y nos lleva, por ejemplo, a sobrestimar la proporción de comportamientos negativos en grupos relativamente pequeños.

5. Efecto Barnum o Forer: los candidatos a menudo se dirigen a "esos ciudadanos honrados y trabajadores, que hacen frente a las adversidades y que están hartos de la corrupción". Es fácil sentirse identificado, pero solo porque tendemos a tratar las descripciones vagas y generales como si fueran específicas y detalladas. Los horóscopos parecen creíbles por culpa de este sesgo.

6. Coste irrecuperable: nos cuesta cambiar el voto si llevamos años apostando por los mismos. Por eso las ideologías son tan rígidas. En relación con este sesgo, Matute añade el efecto de anclaje que se da cuando opinamos en voz alta. "Ya nos hemos posicionado, por lo que cuesta más cambiar de opinión".

7. Sesgo de atribución: nosotros elegimos nuestro voto porque somos inteligentes y estamos informados, pero los demás no tienen ni idea y están llenos de prejuicios.

8. Sesgo de autoridad: nos fijamos más en quién dice algo que en lo que dice. Este es un ejemplo de que los sesgos a menudo funcionan. Tiene sentido fiarse de un médico, por ejemplo, pero ¿qué ocurre cuando dos expertos sostienen opiniones contrarias, como pasa continuamente en política?

9. Efecto arrastre: nos dejamos llevar por lo que opina nuestro entorno. Si todos nuestros amigos son de izquierdas, nos costará más decir que somos de derechas (a no ser que nos guste llevar la contraria).

10. Falso consenso: sobrestimamos el grado en que otras personas están de acuerdo con nosotros.

11. El punto ciego: no somos conscientes de nuestros propios sesgos, aunque nos parecen evidentes en los demás.

Jaime Rubio Hancok, Tu voto no es tan racional como crees: así influyen los sesgos, Verne. El País 21/06/2016

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