Fantasmes digitals (Byung-Chul Han).

Kafka


Según Kafka, la carta cultiva el contacto con los espíritus. Los besos escritos no llegan a su destino. Los fantasmas los cogen y se los tragan por el camino. La comunicación postal proporciona tan solo alimento para fantasmas. A través de una alimentación tan rica estos se multiplican de manera exorbitante. La humanidad lucha en contra.

Después de la carta vinieron el teléfono y la telegrafía. Kafka saca la conclusión: «Los fantasmas no se morirán de hambre, y nosotros en cambio pereceremos» (Cartas a Milena, Madrid, Alianza, 1998, p. 63-54).

Los fantasmas de Kafka, entre tanto, han inventado también internet, Twitter, Facebook, el teléfono inteligente, el correo electrónico y las Google Glass. Kafka diría que la nueva generación de fantasmas, a saber, los digitales, son más voraces, desvergonzados y ruidosos. De hecho, ¿no van los medios digitales más allá «de la fuerza humana»? ¿No conducirán a una vertiginosa, ya no controlable multiplicación de los fantasmas? ¿No nos olvidamos con ello de pensar en un hombre lejano y de palpar a un hombre cercano?

El mundo de cosas de internet produce nuevos fantasmas. Las cosas, que en tiempos eran mudas, ahora comienzan a hablar. La comunicación automática entre las cosas, que tiene lugar sin ninguna contribución humana, proporcionará nuevos alimentos para fantasmas. Hace que el mundo tenga más rasgos de fantasma. Es dirigida como por encantamiento. Los fantasmas digitales habrán de cuidar, si es posible, de que alguna vez todo quede fuera de control. (Fantasmas digitales, 36)

La historia de la comunicación puede describirse como la historia de una creciente iluminación de la piedra. El medio óptico, que transporta la información a la velocidad de la luz, pone fin definitivamente a la época de piedra de la comunicación. Incluso el silicio refiere todavía a lo que en latín se llama silex. En Heidegger aparece con frecuencia la piedra y, por cierto, como ejemplo preferido de la «mera cosa». La piedra es algo que se sustrae a la visibilidad. En una lección temprana, Martin Heidegger observa: «Una mera cosa, una piedra, no tiene en sí ninguna luz» (Prolegómenos para una historia del concepto de tiempo, Madrid, Alianza, 2006, p. 172). Diez años más tarde, en el escrito sobre la obra de arte, señala: «La piedra pesa y anuncia su pesantez. Pero mientras esta pesa frente a nosotros, se resiste a la vez a toda penetración en ella» (Arte y poesía, México, Fondo de Cultura Económica, 1958 , p. 77). La piedra como cosa es una figura contrapuesta a la transparencia. Pertenece a la tierra, al orden terrenal, y tiene las características de ser oculta y cerrada. Hoy las cosas pierden cada vez más significación. Se someten a las informaciones. Pero estas proporcionan nuevo alimento para fantasmas. «Lo económica, social y políticamente concreto no es la cosa, sino la comunicación. Nuestro mundo se hace a ojos vistos más blando, más nebuloso, más espectral» (V. Flusser, Medienkultur, Frankfurt del Meno, Fischer, 1997, p. 187). (Fantasmas digitales, 36-37)

El misterio ama el silencio. Así, lo misterioso se distingue de lo relativo a los fantasmas. Lo mismo que el espectáculo, lo espectral está abocado al ver y ser visto. Por eso los fantasmas son ruidosos. Es como un fantasma el viento digital, que sopla a través de nuestra casa …


Su alta complejidad hace que las cosas digitales sean como fantasmas y resulten incontrolables. En cambio, la complejidad no es ninguna característica del misterio. (Fantasmas digitales, 37)

Byung-Chul Han, En el enjambre, Herder, Barna 2014

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