Escriure a mà.



Cuando se escribe a mano se dejan en la hoja de papel un montón de elementos muy valiosos como, por ejemplo, la calidad del trazo, las dudas que ha tenido quién escribe, los pasos atrás, las correcciones, la forma en que va avanzando por la página el flujo de palabras y el dibujo final de la hoja completamente escrita; todos estos elementos nos hablan de la persona que escribe, son un relato paralelo de lo que el escritor nos va contando, y todo esto se pierde cuando se escribe directamente en el ordenador, que de inmediato establece un orden aparente en la pantalla, un texto cuya limpieza visual no siempre se corresponde con la calidad de lo que está escrito, y en cambio, cuando se escribe a mano, se tiene el efecto contrario: el desorden visual de la escritura en la hoja de papel, nos obliga a redoblar la atención sobre lo que se está diciendo.

Pero en el siglo XXI se escribe así, a través de un vehículo que nos uniforma, nos quita los rasgos distintivos, e inconfundibles, de la escritura de cada quién; (...) y si pensamos que la enorme mayoría de las comunicaciones interpersonales se hacen hoy desde un teclado (mail, SMS, whatsapp, hangouts, twitter y un largo etcétera), podremos hacernos una idea de todo lo que del otro nos perdemos, todo un flanco de la expresión escrita, ha sido amputado de la sociedad en favor de la expansión de las nuevas tecnologías.

Esta nueva vía de comunicación no ofrece matices, es demasiado transparente: transmite ideas desnudas sin los velos que ofrece el cuerpo que las dice y, por esto, empobrece las conversaciones; quien se comunica por chat, o por SMS, prescinde de eso que, cuando uno habla con otra persona dice también el cuerpo o, en su caso, dice la carta escrita a mano, que lleva en su caligrafía el rastro, el fantasma, la impronta de quien la ha escrito.

Los ordenadores y los teléfonos que sirven para facilitar la comunicación entre las personas, también nos simplifican esa comunicación, le restan complejidad y misterio, liman las rugosidades y lo que queda es un intercambio liso de palabras; se trata, desde luego, de un intercambio preciso y eficaz, pero sin temperatura, demasiado expuesto, sin rastro, sin cicatriz, sin cuerpo. “Lo bello no es ni la envoltura ni el objeto encubierto, sino el objeto en su velo”, escribió Walter Benjamin.

¿Prescindimos de ordenadores y teléfonos y nos quitamos los zapatos? Por supuesto que no, el teléfono inteligente y las tabletas son un milagro del cual sería insensato prescindir, pero deberíamos evitar que estos aparatos borren la evolución objetual que los precede, que el teclado no sepulte al lápiz ni el zapato al pie descalzo, hay que dejar un rastro que no se borre con un apagón tecnológico, hay que despojarse de los aditamentos y coleccionar cicatrices, hay que matizar el nuevo platonismo, la vida sin cuerpo que nos impone la tecnología, y convertirnos en ese libro que proponen, al principio de estas líneas, los versos del poeta: el cuerpo en donde el otro pueda leer nuestros misterios.

Jordi Soler, La vida sin cuerpo, El País, 27/09/2014

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