La improbabilitat més possible.
by Elena Zhukova |
Como es bien sabido, no todo lo improbable es imposible. Y sobre lo que ocurre con lo
imposible también convendría afinar. Sin embargo, tenemos ya definido
aproximadamente el espacio de lo presumible. A veces es tan cerrado, y limitado
que no cesamos de sorprendernos. Entonces sí, todo nos parece inviable, no
puede ser verdad, es increíble, inaudito, indescriptible, pero tan frecuentemente
que ya deberíamos atenuar algunas expresiones. Incluso en tal caso prolifera lo
que no deja de sorprendernos, lo que parece mentira, que no pocas veces va a
acompañado de la percepción de que no hay derecho o es intolerable. En tal
caso, no suele ser la improbabilidad lo que nos desconcierta, sino la
injusticia del descaro o la impunidad.
Que no suceda habitualmente no significa que sea menos probable, sólo que es menos frecuente. Puede sorprender que aunque
no pase en la mayoría de los casos la cuestión sea bien probable, si por tal
entendemos las condiciones de su posibilidad y no el papel determinante de
nuestras decisiones o acciones. Por eso, en ocasiones
asentimos sobre la probabilidad dominando la situación, toda vez que ocurrirá o
no según lo deseemos o hagamos. Pero con ello el asunto cobra otra interesante
perspectiva, la de aquello que depende
de nuestra intervención. Desde luego, si nos empeñamos en que no ocurra lo
que está en nuestras manos, no sucederá. También el quehacer y la voluntad intervienen
en la probabilidad y ello tiene su lógica.
Es asimismo cierto que no siempre somos capaces, no
llegamos, no alcanzamos, no depende de nuestra labor. Pero incluso lo probable
tiene su movilidad y sus desplazamientos y nuestra participación puede lograr
que algo lo sea más o menos. Dicha lógica no
es indiferente de nuestras opciones. Así que, hasta para conseguir que algo
sea más improbable, hay comportamientos específicos que no se limitan a levantar
acta estadística de la situación, sino que trabajan con denuedo para borrar
cualquier viso de salida.
Aplicamos la coherencia de lo razonable, presentimos
lo sensato, acumulamos las buenas razones, tomamos nuestras medidas y,
finalmente, ocurre otra cosa. No por ello era menos probable. Lo que es
interesante es si nuestra intervención la ha hecho más improbable o ha incidido,
y en qué sentido, para que sea factible. Bien sabemos con Kant, y en gran parte gracias a él, que hay condiciones de
posibilidad a priori, pero más bien procuran la viabilidad y no se reducen
simplemente a establecer límites. Parecería que eso es cuestión nuestra, de nuestra propia limitación y finitud.
No es que lo que tratamos de pensar o de conocer se esconda, es que sólo hasta cierto punto llegamos a alcanzarlo.
Puestos a que algo sea probable, lo más probable es que nuestro propio conocimiento no agote la realidad de la cosa y que
todo lo que sepamos, digamos y hagamos acerca de ella no impida que prosiga
dando que saber, decir y hacer.
Por eso, en el corazón de lo que consideramos improbable habitan algunas limitaciones, ciertas indecisiones, indefiniciones e indiferencias, y concretas posibilidades. Y algunas incapacidades, y algunos temores. Y algunas experiencias, las que se nutren de un permanente no poder.
No es cosa de culparnos porque lo improbable se está
poniendo imposible, mientras lo imposible empieza a ser necesario. La cuestión
es no enclaustrarlos en lo inusitado para hallar argumentos que paralicen el
permanente debatirse con eso en que consiste pensar. Nosotros mismos, sin
necesidad de ser extraordinarios, somos un cierto ejemplo de hasta qué punto lo
improbable ocurre. Y que sea difícil, incluso aparentemente contradictorio, o
contravenga lo que vamos viendo, o lo que parece sensato esperar, no hace sino
confirmar que al hablar de ello hablamos de nosotros mismos, de nuestras
certezas y de nuestras incertidumbres, y de lo que sencillamente nos
desconcierta o podría superarnos.
Pero entonces es cuestión de comprender que pensar
es también imaginar, querer, desear, como nos recuerda Descartes acerca del cogito, y que, entre tantas
cautelas, prevenciones, estereotipos y formas de vida prefiguradas, acabamos
por vivir lo que se espera de nosotros, por esperar lo que parece
correspondernos. Es lo más probable. Y por no esperar no ya demasiado, sino
apenas de lo demás, de los demás. Cobra de este modo el rostro de lo
supremamente improbable el encuentro con el otro, la cercanía con su propia
improbabilidad, la sintonía. Él, ella, son nuestra
improbabilidad más posible. De este modo se alumbran viabilidades poco
previstas, mientras a la par crecen otras nuevas improbabilidades.
Se precisa en tal caso la resolución que comprende hasta qué punto lo probable siempre se debate en una situación crítica. Reclama capacidad de discernimiento y de juicio y la decisión que abriga y que zanja sus espacios. Si nos detuviéramos ante la improbabilidad, los seres humanos tendríamos aún más dificultades para considerarnos tales. En todo proyecto late asimismo alguna inviabilidad, que sólo su ejecución definirá. En todo elección vibra la posibilidad de un fracaso, sin la cual es inimaginable que pudiera hablarse de éxito. En todo encuentro no es suficiente aludir a la casualidad. En toda opción de vida nos ponemos en la tesitura de naufragar. En los asuntos más determinantes y vertiginosos, en aquellos en los que, si no necesariamente nuestra vida, nuestro vivir se pone en juego, nos confrontamos con lo improbable. Y no sólo.
Muy frecuentemente hemos de toparnos con
quienes una y otra vez entonan sus himnos y, en nombre de una supuesta
eficacia, no pocas veces no contrastada, previenen,
anuncian, pronostican garantizando la improbabilidad de lo improbable, mientras
confirman su sensata posición de acuerdo con la voluntad de que no resulte
posible. También sobre lo improbable podemos conversar. Y quizás, acordar.
Incluso en tal caso, lo llamado
imposible podría ruborizarse de haber sido identificado, convocado,
perseguido, pero por querido, por deseado, por necesitado. Y quizás, tras los vestigios de alguna palabra, de alguna
escritura, de alguna vida, no siempre necesariamente afamadas, de algún afecto,
de algún concepto, se abra algo más que lo inesperado.
Ángel Gabilondo, Lo improbable, El salto del Ángel, 17/05/2013
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