El feixisme financer i Portugal.
Muchos se preguntan sobre lo que está pasando en la sociedad
portuguesa para que personalidades, actores políticos y organizaciones
sociales estén dejando de lado sus divergencias para unirse en acciones
de lucha contra el actual Gobierno y sus políticas de austeridad. Las
razones son varias y los niveles de convergencia son diversos, lo que
significa que la fuerza de esta convergencia tal vez resida en crear
condiciones para redefinir las divergencias democráticas en un nuevo
ciclo político que se aproxima. He aquí algunas de las razones:
El nuevo antifascismo. La democracia portuguesa está
suspendida porque las decisiones políticas que afectan más decisivamente
a los ciudadanos no se derivan de sus propias elecciones ni respetan la
Constitución. Ha estallado un conflicto fundamental entre los derechos
de la ciudadanía y las exigencias de los “mercados” financieros, y ese
conflicto se está decantando a favor de los “mercados”. Las decisiones
formalmente democráticas son substantivamente imposiciones del capital
financiero internacional para garantizar la rentabilidad de sus
inversiones, teniendo para eso a su servicio a las instituciones
financieras multilaterales, al Banco Central Europeo, a la Comisión
Europea, al euro y a los Gobiernos nacionales que se dejaron chantajear.
Al contrario que el fascismo histórico, el actual fascismo
financiero, en vez de destruir la democracia, la despoja de cualquier
fuerza para poder hacerle frente y la transforma en una monstruosidad
política: un Gobierno de ciudadanos que gobierna contra los ciudadanos;
el Gobierno legitimado por los derechos de los ciudadanos que ejerce
violando y destruyendo esos derechos.
La defensa de la democracia real exige una unión del tipo de aquella
que unió a las fuerzas antifascistas que tanto lucharon por la
democracia que tuvimos hasta hace poco y que conquistamos hace menos de
40 años. Porque el fascismo es diferente, son también diferentes las
formas de lucha. Pero lo que está en los objetivos es lo mismo:
construir una democracia digna de su nombre.
De la alternancia a la alternativa. La crisis financiera de
2008 significó el fin de lo que en la posguerra vino a llamarse
“capitalismo democrático”, una convivencia siempre tensa entre los
intereses de los interesados en maximizar sus lucros y los intereses de
los trabajadores en tener salarios justos y trabajo con derechos. La
convivencia fue el resultado de un pacto por el cual los trabajadores
renunciaron a las reivindicaciones más radicales (el socialismo) a
cambio de concesiones del capital (tributación y regulación) que
hicieran posible el Estado social o de bienestar.
Este pacto comenzó a entrar en crisis después de los años 70, pero se
colapsó definitivamente con la crisis de 2008, no sólo por el modo en
que fue resuelta, sino también por el modo en el que fue “resolvida”:
a favor del capital financiero que la creó, que, en vez de penado y
regulado, fue rescatado y liberado para reponer rápidamente su
rentabilidad y los bonos de sus agentes. Los partidos políticos con
vocación de gobierno se distinguieron en la posguerra por su forma de
gestionar el pacto. En eso consistió la alternancia. Desde 2008 tal
pacto dejó de existir y por eso la alternancia dejó de tener sentido.
En Portugal, la firma del memorando de la troika selló el fin del
pacto y de la alternancia que hacía de él un pacto democrático. A partir
de ahora, en vez de alternancia, es necesario buscar una alternativa.
Las divergencias en el interior de la coalición del Gobierno nada tienen
que ver con la alternativa y muestran que la alternancia a la
alternancia (con los mismos partidos o con alguno de ellos y el PS)
sería la reproducción, en forma de farsa, de la tragedia que vivimos.
La alternativa implica decidir entre la lógica del capitalismo
financiero y la lógica de la política democrática. En este momento, las
dos lógicas son inconciliables. Los demócratas portugueses convergen en
la idea de que la democracia debe prevalecer y saben que para que eso
ocurra son necesarios actos de desobediencia hacia las exigencias de los
“mercados”, lo que ciertamente va a conllevar alguna turbulencia
social y política, cuyos costes deben ser minimizados. Por encima de
todo habrá que enfrentarse a la intimidación y a la manipulación del
miedo, a los drones con los que los “mercados” destruyen sin
costes los derechos de los ciudadanos. La desobediencia puede asumir
varias formas, pero todas conllevan asumir que la deuda, tal como
existe, es impagable e injusta, porque no se puede liquidar a un país
para liquidar una deuda.
Optar por la democracia es la alternativa, pero el modo de llevarla a
la práctica no es unívoco, como nada es unívoco en democracia. O sea,
la alternativa engloba, en sí, alternativas. Y aquí surgen las
divergencias que van a definir el nuevo ciclo político.
La Europa real y la Europa ideal. Las divergencias inciden en
tres temas: articular o no la desobediencia hacia el capital financiero
con la permanencia en el euro; centrar los esfuerzos en renegociar la
posición en la UE o en abrirse a nuevos espacios geopolíticos; y, dado
que el fin de esta UE es una cuestión de tiempo, luchar o no por alguna
otra inequívocamente sujeta a la lógica de la democracia. Como es propio
de una transición de paradigma, todas las posiciones conllevan riesgos y
no siempre será fácil calcularlos.
Pero incluso en las divergencias hay alguna convergencia: la actual
UE está totalmente colonizada por la lógica de los “mercados”; la
profundización de la integración en curso se está haciendo a costa de
las democracias de la Europa del Sur; sería mejor que las posiciones de
desobediencia fuesen tomadas por varios países organizadamente.
La lucha política extra-institucional. Los partidos políticos de
izquierda son los más tímidos en este proceso de convergencia porque
tienen demasiados intereses puestos en el actual ciclo político y temen
por su futuro. Tienen dificultades para admitir que, si no asumen
riesgos, están condenados a ser el barniz democrático de las uñas del
fascismo financiero. El dilema al que se enfrentan es serio: si van de
la mano de un movimiento social que apunta hacia un nuevo ciclo
democrático, pueden estar suicidándose; si no lo hacen, serán vistos
como parte del problema que enfrentamos y no como parte de la solución,
corriendo el riesgo de, en el mejor de los casos, volverse irrelevantes,
lo cual es otra forma de suicidio.
Ante este dilema -que todos debemos comprender-, los ciudadanos y las
ciudadanas no tienen otro remedio sino salir a la calle para reclamar
la caída del Gobierno y forzar a los partidos de izquierda y
centro-izquierda a asumir riesgos, ayudando a minimizar los costes
sociales y políticos de la turbulencia política que se aproxima sin
tener en cuenta los cálculos partidistas. Estamos, tal vez, entrando en
un momento fuerte de la democracia participativa, sirviendo de fuente
revitalizante de la democracia representativa. De las instituciones que
sobreviven a la suspensión de la democracia, a los demócratas
portugueses apenas les queda alguna esperanza en el Tribunal
Constitucional. Por el respeto que les merece la institución de
Presidencia de la República, prefieren no decir nada sobre su actual
inquilino.
Boaventura de Sousa Santos, Manifiesto por el cambio, Público, 31/05/2013
Comentaris