Adela Cortina: "Hem de construir solidàriament un món just".
Adela Cortina |
PREGUNTA. El primero de los libros citados trata de ética. Pero también de política.
RESPUESTA. El libro pretende responder a la pregunta
de para qué sirve la ética. He tratado de dar respuesta a las diversas
posibilidades, con formulaciones claras: “sirve para”, y así hasta en
nueve ocasiones, que son los nueve capítulos. El punto de partida es que
todos los seres humanos somos necesariamente morales. Podemos ser
morales o inmorales, pero no amorales. Y lo mejor que podemos hacer es
sacar partido de esa manera de ser moral del modo más inteligente
posible. De hecho, eso es lo que se ha intentado desde Grecia. De ahí
que en el libro haga un recorrido por una gran cantidad de aspectos en
los que la ética resulta fecunda. He intentado hacer ver que hay algo
muy claro en este momento: si nos hubiéramos comportado éticamente, no
tendríamos una crisis como la actual; si la gente se comporta éticamente
no se producen crisis como la que estamos viviendo. En este sentido,
claro, ética y política están estrechamente relacionadas. El ser humano
es persona en sociedad. No hay individuos aislados. La afirmación
liberal según la cual hay individuos aislados que un buen día deciden
sellar un contrato no deja de ser una hipótesis ficticia. No existen
esos individuos aislados, sino personas vinculadas a los demás seres
humanos, es decir, en relación política.
P. ¿Dice usted que con más ética no habría crisis?
R. Una sociedad en la que las gentes actuasen con
responsabilidad y atendiendo al bien común estaría mucho más preparada
para evitar crisis como esta. De ahí que ya en el primer capítulo se
afirme que la ética sirve para abaratar costes y crear riqueza, pero no
solo en dinero, sino sobre todo en sufrimiento. Si se vive éticamente,
se reducen los gastos, sin necesidad de recortes: hay relaciones de
confianza, hay relaciones de construcción común, todo resulta mucho más
barato en dinero y el excedente puede invertirse en lo que realmente
importa.
P. Pero desde una ética capitalista, lo que vale es el máximo lucro en el mínimo tiempo.
R. Las propuestas éticas pueden estar equivocadas.
Una propuesta como la capitalista, según la cual la base de la conducta
humana es solo el afán de lucro, está radicalmente equivocada. Lo que se
muestra cada vez más, desde la biología evolutiva y desde las
neurociencias, es que los seres humanos estamos biológicamente
preparados para cuidar y para cooperar.
P. Será, pero hay quien sigue sin enterarse.
R. Pues ese alguien se equivoca. Optar por el máximo
lucro es poco inteligente. Consiste en forzar uno de los lados del ser
humano, el del egoísmo, cuando en realidad estamos preparados de una
manera natural para la cooperación y el cuidado. Los padres cuidan de
los hijos, cuidamos de los parientes y cercanos. Por eso es importante
insistir en que el individualismo es falso. Es una abstracción, una
creación, que ha resultado muy perjudicial, porque los seres humanos no
somos solo maximizadores racionales, sino seres fundamentalmente
cooperativos y reciprocadores. Son los chimpancés los que son
maximizadores. Por eso cuando las personas persiguen solo su beneficio,
se equivocan: están más preparadas para cuidar y cooperar, no se mueven
solo por el afán de lucro. El asunto es ¿qué triunfará: el impuso
egoísta o el cooperativo?
P. ¿Usted qué cree?
R. Depende de lo que cultivemos.
P. En España, en Occidente, la tendencia es que el
cuidado es algo que se compra y se vende. Sea el cuidado sanitario, el
de los ancianos o la educación.
R. La crisis actual del Estado de bienestar
demuestra una vez más que esas cosas no se compran ni se venden, no
pueden quedar sólo al juego del mercado, porque son bienes básicos que
tienen que estar al alcance de todos. Y se puede ver en la actitud de
una población convencida de que atender a los ancianos, a los
dependientes, es esencial. Entre otras cosas, porque valen por sí
mismos.
P. La población, sí; pero los Gobiernos van a los suyo.
R. Efectivamente, los primeros recortes han sido
para la dependencia, la sanidad, las pensiones. Justo para el mundo de
los más desprotegidos, de los que precisan mayor cuidado. En mi opinión,
se trata de medidas absolutamente injustas, porque los más necesitados
tienen que ser la primera preocupación de una sociedad, precisamente
porque son los más vulnerables. La ética sirve, entre otras cosas, para
recordar que hay que saber priorizar y que los peor situados han de
estar en el primer lugar.
P. En el segundo de los títulos citados, queda claro que no todos los éticos piensan igual.
R. Siempre ha habido distintas propuestas éticas que
suponen diversas perspectivas. Nuestro equipo defiende una línea ética,
que muestra también tener apoyo neurológico, científico. Es la
tradición del reconocimiento, que ha sido defendida por autores como
Hegel, Mead, Apel o Habermas. Lo interesante es ahora que estamos viendo
que la neurociencia la avala. Que existen en los seres humanos esas
propensiones de las que hablamos. Que el individualismo no se sostiene,
que el cerebro es social, que el individuo se hace con los otros, que
cuando el niño no es suficientemente atendido se ve mermado en sus
capacidades. Es decir, la idea de que el apoyo mutuo nos constituye no
es una idea abstracta, surgida sólo de la tradición filosófica, sino que
tiene también bases científicas.
P. Entre los valores éticos destaca usted la
confianza. Hoy se diría que está rota. La ciudadanía no confía en sus
dirigentes y, a juzgar por la proliferación de rejas en los edificios,
tampoco en el vecino.
R. Sin embargo, la confianza es uno de nuestros más
importantes recursos morales. Cuando se establece entre ciudadanos y
políticos, empresarios y consumidores, personal sanitario y pacientes,
las sociedades funcionan mejor también desde el punto de vista político y
desde el económico. Y, por supuesto, en una sociedad impregnada de
confianza es mucho más fácil que las gentes puedan desarrollar sus
proyectos de vida feliz. La confianza es un recurso moral básico y la
ética sirve, entre otras cosas, para promover conductas que generen
confianza.
P. Pero hoy no se da.
R. Efectivamente, la confianza nos falta. Se ha
perdido por las alcantarillas de los escándalos de corrupción, el hábito
de mentir, la perversa costumbre de crispar los ánimos. Pero creo que
hay que conquistarla solidariamente, igual que hay que conquistar
solidariamente la libertad.
P. Su libro termina con un canto a la esperanza. Se puede cambiar. ¿Cómo se llega a un cambio colectivo?
R. En primer lugar, porque seguimos siendo libres y,
por lo tanto, cambiar a mejor es posible. Pero no se puede hacer en
solitario, sino trabajando codo a codo. Hemos de construir
solidariamente un mundo justo. Hay que decirlo y hacerlo. Y hay muchas
gentes, muchas voces en la sociedad civil, tratando de contribuir a que
se llegue a una sociedad justa.
P. Hace usted un elogio matizado del 15-M. La indignación, dice, es la base de la lucha por la justicia, pero faltan propuestas.
R. Yo creo que éste es el momento de las propuestas
positivas. Cuando se inició el movimiento, muchos nos alegramos de ver
que al fin aparecía la gente que criticaba el estado de cosas. Ahora
toca pasar a muchas más propuestas concretas y a convertirlas en obras.
Necesitamos un consenso social en determinados puntos indiscutibles.
P. ¿Por ejemplo?
R. Es inadmisible que en España haya gente por
debajo de los límites de la pobreza, que personas que viven en nuestro
país queden sin atención sanitaria, o que hayamos olvidado la ayuda a la
cooperación. Acabar con injusticias de este calibre es un objetivo que
debe generar un consenso, porque son claramente inmorales. Hace falta un
compromiso claro y decidido que señale los caminos para solucionar
estos problemas. Y, hoy, en España, o dialogamos y alcanzamos un acuerdo
o estamos perdidos.
P. ¿Cómo se consigue un acuerdo sobre lo positivo y cómo se logra que lo cumplan quienes no los reconocen?
R. En primer lugar, fomentando una reflexión social
sobre qué valores valen la pena, en cuáles creemos realmente. Porque
parece que hay acuerdo en que es mejor la libertad que la esclavitud, la
igualdad que la desigualdad, la solidaridad que la insolidaridad, el
diálogo que la violencia, pero a la hora de la actuación la realidad es
muy otra. Es preciso decidir si realmente, queremos esos valores,
legislar para defenderlos e incorporarlos a través de la educación. Esto
es crucial.
P. Eso es a largo plazo.
R. Por supuesto. Hay que trabajarlo a medio y a
largo plazo, como todo lo importante en la vida humana, pero es preciso
empezar. Lo urgente es percatarse de que estamos yendo por un camino
equivocado, que hay que cambiar de tercio. Y la educación es uno de los
asuntos en los que hay que ponerse de acuerdo. Lo que no se puede es
educar sólo en valores economicistas, sino educar para ser ciudadano.
P. Este Gobierno afirmaba, en el proyecto de ley de educación, que había que educar para el mercado.
R. Sí. El primer borrador abogaba desde el comienzo
por educar en la competitividad para propiciar la prosperidad del país.
Después se modificó el texto. Desde luego, el sentido de la educación no
puede consistir en formar personas competitivas, sino en educar
ciudadanos justos, buenos profesionales y personas capaces de proponerse
metas vitales felicitantes.
P. ¿Debe fomentar lo que los griegos llamaban la excelencia, la virtud de la convivencia?
R. La excelencia política tiene que ser cosa de
todos los ciudadanos. En caso contrario, no funciona la democracia. Pero
la educación debe ayudar también a cada persona a desarrollar sus
mejores capacidades, a empoderarle para que pueda llevar adelante una
vida feliz.
P. La soledad, sugiere usted, es un mal a evitar porque el hombre es social.
R. La soledad no querida, porque a veces necesitamos
estar solos para reflexionar. Algo que se ha perdido bastante. Pero sí,
creo que el individuo aislado es una verdadera desgracia. De hecho, es
imposible llevar la vida adelante y crear una sociedad feliz desde el
aislamiento.
P. Sin embargo, buena parte de los deberes éticos son de carácter negativo.
R. Tradicionalmente hay una diferencia entre deberes
negativos y positivos. Se dice que los primeros no admiten excepción,
como, por ejemplo, “no matarás”, mientras que en el caso de los
positivos es el sujeto quien ha de calibrar hasta dónde debe llegar, por
ejemplo, en la ayuda a otros. En una sociedad alta de moral se trabaja
activamente por respetar la dignidad ajena y la propia dignidad.
Francesc Arroyo, Competir o convivir, entrevista con Adela Cortina, Babelia. El País, 18/05/2013
¿Para qué sirve realmente la ética? Adela Cortina. Paidós. Barcelona, 2013. 184 páginas. 16 euros.
Neurofilosofía práctica. Varios autores. Coordinación: Adela Cortina. Comares. Granada, 2013. 344 páginas. 27 euros.
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