Un mag contra el pensament màgic.
Esta escena transcurre hacia
1943, en una parroquia de Toronto (Canadá). El sacerdote pasa una cesta,
y muchos feligreses depositan en ella sobres con sus nombres escritos
en el exterior que contienen las súplicas que quieren dirigir a Dios. El
cura extrae uno, lo sostiene en alto sin abrirlo, lee el nombre del
remitente y exclama: “Esto es lo que Mary quiere saber. Y Dios me dice
que su hermana, que está enferma de cáncer, se va a curar y que va a
vivir mucho tiempo”. Después, el orador abre el sobre, lee su contenido y
lo pasa abierto para que lo compruebe un público asombrado. De forma
metódica, este religioso va averiguando el contenido de cada sobre antes
de abrirlo. Nadie duda de su clarividencia. Salvo un chico de 15 años
que ha cazado la trampa.
El muchacho es un aprendiz de mago llamado James Randi
que años antes había contemplado algo mucho más exótico en un viejo
teatro de variedades: el famoso mago Harry Blackstone había hecho
levitar a una princesa sobre el escenario. Tras el espectáculo, el niño
fue al encuentro de Blackstone en el camerino y el mago le enseñó unos
cuantos trucos de manos. La experiencia le marcó. Y unos pocos años
después tendría su primer encontronazo con el charlatán de la parroquia
de Toronto.
“Randi se dio cuenta del
truco”, explica el director de documentales Randy Weinstein desde su
oficina en Nueva York. “Cuando el charlatán escoge el primer sobre, con
el nombre de Mary, pregunta por un tal David entre el público, que en
realidad es su compinche”. Por supuesto, el predicador sabe de antemano
la pregunta de su colaborador. Aprovecha la ocasión para abrir el sobre
de Mary haciendo creer que es el de David y memoriza su contenido. Coge
otro sobre y dice: “Este lo ha escrito Mary”, cuando en realidad
pertenece a la siguiente. Y sigue la cadena hasta desvelar los
contenidos de todos los sobres.
El joven Randi subió al púlpito y mostró la técnica. “Los que estaban
allí se negaron a escuchar. Estaban indignados”, detalla Weinstein.
“Uno de ellos fue a buscar a un policía, el cual cogió al muchacho por
las orejas y lo llevó a la comisaría. Fue el primer acto en el que Randi
descubría a un embaucador, pero sin éxito”. El Asombroso Randi sería el nombre artístico que catapultaría al joven aprendiz hasta convertirse en el primer escapista tras Harry Houdini.
En 1956 aguantó dentro de un ataúd metálico sellado y sumergido durante
104 minutos, nueve más que el récord de Houdini. En un programa
presentado por el actor Peter Lawford, desafió a los espectadores al
surgir del interior de una caja fuerte de un banco llevando en su cuerpo
relojes, pulseras y pendientes de un grupo de asistentes. El público
había visto previamente que la caja estaba vacía, antes de que se
depositara en ella los objetos en otra caja más pequeña y bajo llave. En
1976, colgado de un cable, boca abajo sobre las cataratas del Niágara,
se libró de su traje de fuerza y sus cadenas en poco más de dos minutos.
Todas sus hazañas como
ilusionista, sin embargo, pasaron a un segundo plano. Randi ha cumplido
84 años, pero ese encuentro cuando era un muchacho con un charlatán de
parroquia le condicionó de por vida, dice Weinstein, que está
finalizando An honest liar (Un mentiroso honesto),
un documental sobre este hombre de baja estatura y barba blanca que
parece salido de un cuento medieval. “Randi es alguien con una misión”,
según Weinstein. Un mago con fama mundial por haber expuesto de forma
infatigable y a la luz pública muchos de los subterfugios que usan todo
un ejército de videntes, psíquicos y curanderos milagrosos. La Fundación MacArthur
distinguiría a Randi en 1986 con un premio de 272.000 dólares por su
trabajo educativo y su energía a la hora de exponer los fraudes.
Su leyenda empezó con un cheque
de 10.000 dólares que llevaba en el bolsillo de la camisa destinado a
cualquiera que demostrase, en un entorno controlado y científico, que
posee genuinos poderes paranormales. La Fundación Randi ofrece hoy un
millón de dólares a cualquier psíquico que lo consiga. Randi
suele bromear cuando se le pregunta si teme perder semejante fortuna.
“Nunca mi dinero ha estado en lugar más seguro”.
A mediados de los setenta, mostró ante las cámaras cómo doblar las cucharas
a la manera de Uri Geller, la superestrella psíquica del momento.
También asesoró a su amigo el presentador Johnny Carson para que
preparara unos experimentos antes de que Geller pasara por su show.
El mentalista israelí fracasó ante millones de telespectadores,
aduciendo que en el aire había malas vibraciones. Randi escribiría a
principios de los ochenta un libro demoledor, La magia de Uri Geller, en el que exponía todos sus trucos. Aunque Geller le denunció tres veces, fracasó en su intento de arruinarle.
En 1986 se haría famoso al
tender una trampa al telepredicador Peter Popoff. Los espectáculos de
este charlatán resultaban extravagantes: adivinaba entre la gente
congregada los nombres de los enfermos. Se acercaba a ellos,
descubriendo peculiaridades sobre sus vidas y dolencias, hasta que los
tocaba. Invocando el poder divino, Popoff los sanaba entre
gritos de ¡aleluya! Ganaba más de cuatro millones de dólares al mes,
hasta que Randi mostró el truco. El evangelista usaba un dispositivo
inalámbrico en su oído; su mujer le transmitía los nombres, direcciones y
enfermedades de las personas a las que iba a curar. Todo quedó grabado
en una película. Popoff se declararía en bancarrota poco después. Sin
embargo, el predicador ha vuelto y en su web comercializa botellitas de
agua milagrosa. Y posee una fortuna de decenas de millones de dólares,
de acuerdo con una noticia del canal estadounidense ABC.
Esta resurrección no le
sorprende a Randi, un hombre afable, siempre dispuesto a hablar con
cualquiera que apueste por el escepticismo. Para alguien desesperado,
asegura, el charlatán que invoca a Dios ofrece una solución. Randi ha
tachado a las autoridades estadounidenses de irresponsables por no haber
hecho nada ante los hechos. Popoff no es el único que ha resucitado. En
Estados Unidos y muchas otras partes del mundo –incluida España–, la
legión de curanderos y seudomédicos no para de crecer. “Existe un
peligro financiero”, asegura Randi, atendiendo la llamada de El País Semanal
desde su oficina en Florida (Estados Unidos). “Algunas personas han
enviado todo su dinero a estos predicadores que prometen sanar
enfermedades de forma sobrenatural”. Las donaciones suelen llegar por
correo, con la esperanza de que la curación tendrá lugar también a
distancia. “Mucha gente es tan ingenua que se lo cree y envía todo su
dinero”. Hay muchos historiales de familias completamente arruinadas,
nos dice.
Junto a los sanadores
espirituales, que curan milagrosamente el cáncer, surgen aquellos que
hablan con los muertos, nos dice Randi; una moda transformada de las
sesiones de espiritismo del siglo XIX. Todos desean lo mismo, vaciarle
la cartera a los ingenuos. “A la gente poco educada se les quita su
seguridad. Se les inculca una falsa filosofía para vivir. Si la aceptan,
aceptarán cualquier cosa que se les diga”. Quienes envían dinero por
correo esperando un milagro lo volverán a hacer con los colegas de los
charlatanes, ya avisados sobre los nuevos yacimientos de crédulos. La
estafa no se detiene en el estafado. Es como una epidemia, una mancha de
tinta que se extiende.
Las víctimas de videntes, farsantes y mentalistas
suelen tener una educación pobre, explica Randi. Siempre hay
excepciones, como la escritora de novelas románticas Jude Deveraux, con
más de 50 millones de ejemplares vendidos y 37 referencias en la listas
de best sellers de The New York Times. En 2011, el
detective Charles Stacks encontró a la escritora en la habitación de un
hotel en un estado lamentable, sin dinero; “a días de suicidarme”,
describiría Deveraux a la cadena ABC News. Había caído en las garras de
Rose Marks, jerarca de un clan de videntes neoyorquinos.
Durante 17 años, la escritora
le transfirió 20 millones de dólares. Marks aseguraba a sus clientes que
el dinero era una fuente de corrupción diabólica. Convenció a Deveraux
para que vendiera sus propiedades. Logró aislarla de su familia y
amigos. Su hijo había muerto en un accidente de motocicleta en 2005, con
ocho años, y la vidente aseguraba que el alma del pequeño se encontraba
“entre la tierra y el cielo”. Los informes policiales sugieren que la
novelista recibía amenazas para que el dinero siguiera fluyendo. Las
víctimas del clan de Marks eran en su mayoría mujeres inteligentes y con
recursos que habían tenido un suceso desgraciado en sus vidas. Ahora se
enfrentan a un juicio por estafa.
“La industria de la
seudociencia es tremendamente rentable, pero no podemos saber las
cifras”, dice Randi. Los charlatanes que han fundado alguna secta
acogiéndose a alguna creencia religiosa son los más opacos. “Ellos no
informan sobre lo que ganan. En este país no pagan impuestos si escogen
algún título religioso de algún credo, se les da el privilegio de no
pagar”. En España, la opción de darse de alta como astrólogo o similar
está tipificada en el registro de actividades económicas de Hacienda.
Pese a ello, resulta imposible obtener una cifra global de ganancias.
Los videntes pueden registrarse
y pagar impuestos. Si la astrología y la adivinación son legales,
¿hasta qué punto la ley protege a quien ha sido estafado? “Cuando el
usuario de esos servicios posee un nivel de entendimiento medio-alto, se
entiende que no puede haber engaño porque ha sido el propio engañado
quien se ha dejado engañar”, dice Luis Javier Capote, profesor del
departamento de disciplinas jurídicas de la Universidad de La Laguna
(Tenerife). “Si la persona está afectada desde el punto de vista mental o
tiene una cultura muy baja, sí hay casos de condenas”. La solución no
pasa por la prohibición de este tipo de prácticas sin fundamento
científico, comenta este experto por correo electrónico.
Desde hace décadas, James Randi
intenta convencer a las grandes estrellas de la magia norteamericana
para que se sumen a su causa. El gran Harry Houdini se convirtió
progresivamente en un investigador de fenómenos paranormales,
descubriendo las argucias de los espiritistas en la segunda década del
siglo XX. “Admito que al principio me inspiré en lo que hizo”, dice
Randi. “Houdini, como yo, no tuvo educación superior, ni fue a la
universidad. En cierto modo era ingenuo. Pero nunca creyó a los
farsantes, porque conocía sus trucos. Él me mostró el camino”.
La línea que separa al mago del psíquico a veces es muy estrecha. Geller no se dedica ya a doblar cucharas. Pero vive en una mansión a las afueras de Londres. Usa sus poderes para encontrar oro y petróleo. Y hace poco compró una pequeña isla en la costa escocesa, como él mismo afirma en su web,
al intrigarle unas imágenes que mostraban un ovni sobre ella. Ha
comentado en programas de televisión que el hecho de que los magos
logren reproducir sus hazañas no significa que él no posea poderes
sobrenaturales, como hacer germinar las semillas entre sus dedos o mover
con la mente una brújula. “Geller empezó como un mago que realizaba
números en salas de fiesta en Israel, y descubrió que ganaba mucho más
cuando se presentaba como alguien dotado”, explica Ricardo Campo,
colaborador del departamento de filosofía de la Universidad de La Laguna
y autor del libro Ovnis, vaya timo (Laetoli).
Los magos coquetean con el
misterio. La tentación para pasarse a ese otro lado es grande. El
ilusionismo es el arte de engañar al cerebro haciéndonos creer lo
imposible. Y los magos del gran espectáculo, como Criss Angel y David Copperfield,
lo consiguen: levitan entre dos edificios, hacen desaparecer la estatua
de la Libertad, atraviesan paredes y caminan sobre el agua. ¿Cómo
reaccionan estas estrellas ante la petición de descubrir a los farsantes
o magos reconvertidos en místicos con poderes mentales?
“La respuesta es mixta, mitad y
mitad”, dice Randi, con cierta comprensión no exenta de crítica. En
privado, y en los templos sagrados de la magia como El Castillo Mágico,
un exclusivo club de magos en Hollywood, o el legendario Círculo Mágico
de Londres, se observa su causa con simpatía. Pero la mayoría se sienten
incómodos si tienen que dar un paso al frente. No desean convertirse en
detectives de lo paranormal. Las estrellas como Angel o Copperfield no
prestan mucha atención. “Piensan que no es de su incumbencia el
interferir con la actuación de otros”, dice Randi. “Pero no se dan
cuenta de que son criminales que se aprovechan de la gente para robarles
y quitarles su seguridad por medios falsos”.
Pese a las reticencias, Randi
ha cosechado la complicidad de algunas estrellas como la pareja formada
por Penn y Teller –quizá el dúo de magos más famoso en la actualidad–.
Penn es un tipo más bien grande, mientras que Teller es un hombre bajo
que apenas habla. Forman una pareja inigualable, realizando trucos
revolucionarios en los que se parte el torso de una mujer, las monedas
en un recipiente con agua se transforman en peces de colores o aparecen
100.000 moscas volando en un plató. Y también se han dedicado a
desentrañar los trucos de los psíquicos, denunciando a
farsantes de todo tipo, desde los que dicen hablar con los muertos hasta
los curanderos. “Randi fue el que nos hizo”, confiesa la pareja en la
película de Randy Weinstein. “Nos miraba como si fuéramos especímenes”.
Él fue quien les sugirió que debían formar equipo.
La respuesta de los magos
españoles es parecida, mezcla de indiferencia e interés. Cada vez que
Randi ha venido a España para impartir sus conferencias ha encontrado
buena acogida. Entre los miembros de la organización Círculo Escéptico
se encuentran ilusionistas como David Blanco, en cuyas actuaciones
realiza efectos de mentalismo en los que adivina mensajes que el público
escribe en trozos de papel… “Siempre advierto a la audiencia de que lo
que van a ver no son fenómenos paranormales. No puedo mandarles a casa
haciéndoles creer que tengo poderes”. Blanco admira la cruzada de Randi
contra los farsantes. Incluso llamó a uno de sus números Las honestas mentiras de David Blanco.
En ocasiones, la reacción del público le sugiere que la fuerza para
creer en lo sobrenatural es irresistible en muchas personas, sobre todo
por no ejercitar el pensamiento escéptico. Se corre el peligro de
abandonarse delante de un televisor creyendo a pies juntillas todo lo
que allí se dice. Incluso hay gente dentro de la magia que cree. “No
estamos acostumbrados a pensar por nosotros mismos”, asegura este
ilusionista.
¿Por qué es más fácil creer en
lo mágico? Para D. J. Grothe, presidente de la Fundación Randi, las
seudociencias tratan de calmar nuestras ansiedades simulando responder a
las cuestiones que preocupan a todo el mundo, como la muerte, el
dinero, las relaciones humanas y la salud. “La gente cree básicamente en
los ovnis porque les hacen sentir que están menos solos en el universo,
en los sanadores divinos porque les dan esperanza de curación, o en los
psíquicos que hablan con los muertos porque echan profundamente de
menos a sus seres queridos que han perdido”.
La ciencia, en cambio, ha
logrado explicar las posesiones demoniacas como ataques epilépticos, las
abducciones alienígenas como alteraciones del sueño, o la creencia en
fantasmas como el deseo de vivir tras la muerte. Para el periodista
Mauricio-José Schwarz, que lleva 30 años combatiendo la seudociencia, se
trata de entrenar los mecanismos del pensamiento y la deducción. “Nadie
compra un coche usado a ciegas. Necesitamos abrir el capó, probar el
coche. Hemos de tratar las afirmaciones paranormales como coches
usados”.
Aquellos que están convencidos de que hay personas con poderes
tendrían que preguntarse por qué ninguno de ellos se ha presentado a las
pruebas para ganar el millón de dólares ofertada por la Fundación
Randi. “Cada semana nos topamos con algún candidato, pero no están
suficientemente preparados para engañarnos. Rellenan el formulario para
obtener el premio, pero luego no oímos nada de ellos. Tratan de ver si
tenemos alguna flaqueza, pero no la tenemos”, asegura Randi. Alguno
intenta llegar un paso más allá. Pero al final todos los psíquicos se esfuman y desaparecen…casi de manera sobrenatural.
Luis Miguel
Ariza, Magos contra la farsa, El País
semanal, 19/05/2013
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