Cibernícoles.



Cómo nos está cambiando la tecnología? ¿Por qué tenemos cada vez menos tiempo para nosotros? ¿Hay que inventarse una ética digital? Cada vez más ensayistas abordan este tipo de temas. En el polo de los apocalípticos, destaca el norteamericano Nicholas Carr –autor de Atrapados y Superficiales para quien las llamadas tecnologías de la información y la comunicación (TIC, para los amigos) nos están convirtiendo cada vez más en seres inatentos y nos hacen perder elementos clave de nuestra inteligencia. Al otro lado, el canadiense Clive Thompson –autor de Smarter than you think– opina todo lo contrario, que las TIC nos ayudan a ser más listos y desarrollan capacidades –como la memoria o la capacidad de lectura– que teníamos dormidas o estancadas.

El psiquiatra extremeño Jesús de la Gándara acaba de publicar Cibernícolas (Plataforma), un intento de construir una ética digital. Interesado por la etimología, se encontró con que la realidad virtual era tan nueva que ha optado por inventarse las palabras que designan los, digamos, vicios y virtudes de este mundo (ver recuadros). “Aplico un modelo ético clásico, en la tradición de la cultura griega. Creo que sobran manuales prácticos y faltaba, en cambio, un tratado de virtudes desde un punto de vista cibernícola. Hay que someter la práctica de las nuevas tecnologías a la ética. Es una tarea tan urgente como compleja, que implica a una gran cantidad de empresas y ocupaciones. Los actuales códigos éticos sectoriales o de corporaciones son bobadas: recomendaciones vagas que te piden que no actúes maliciosamente. Es necesario introducir en la sociedad un discurso serio al respecto, que poco a poco vaya calando”.

Los cibernícolas serían, justamente, los virtuosos que hacen un buen uso de las tecnologías de la información. Y los viciosos –en un sentido clásico– serían los ticópatas, afectados por diferentes patologías. Como suele suceder en estos casos, todos tenemos un poco de cada.

El vicio más extendido, admite De la Gándara, es el del apresu­ramiento, que “tiene que ver con la veloz obsolescencia de las cosas y en ocasiones de las personas. ­Vivimos una sociedad de con­sumo donde impera lo efímero”.

¿Para qué sirve una ética de internet? “Por ejemplo, Dani Rovira se ha cogido un mosqueo por los comentarios recibidos en los premios Goya –responde De la Gándara–. ¿Tenemos que soportar estoicamente que nos insulten en las redes sociales? Creo que el camino para que eso no se produzca es introducir una educación ética al respecto. A los niños se les enseñan en la escuela las normas de tráfico, y deberíamos explicarles también cómo moverse en las redes sociales”.

Asimismo, “por primera vez en la historia de la humanidad, se va a notar un cambio profundo en nuestro cerebro como consecuencia del uso de las TIC, ya hay estudios que empiezan a avalar esta tesis. Es evidente que mi cerebro no puede funcionar igual que el de mi abuelo”.

Justamente del cerebro se ocupa el neurobiólogo italiano Lamberto Maffei, en su recién publicada Alabanza de la lentitud (Alianza). Opina que “la característica fundamental de los humanos es que tenemos un largo tiempo de aprendizaje, una infancia muy larga, nuestro cerebro se toma su tiempo para aprender y realizar las conexiones adecuadas”. En la era digital, apunta, “los mensajes son fragmentados y rápidos, y el empleo continuo del instrumento digital puede excitar o inhibir las neuronas y provocar en nuestra mente reorganizaciones funcionales. Hay personas muy jóvenes, con una plasticidad cerebral muy alta, que han reestructurado su lenguaje fonético y su escritura, haciéndolos más sintéticos y rápidos”. También observa cambios físicos: “Las tabletas y los teléfonos han aumentado de modo impresionante el uso del dedo índice, que puede tender a agigantarse y tiene cada vez una mayor representación cerebral”.

De la Gándara cree que solemos exagerar los problemas de internet: “Nos quejamos del ciberacoso, pero olvidamos que antes también existía, de otro modo. Los medios no son buenos ni malos, lo es quien los utiliza”. Advierte que, contra lo que algunos creen, “el mundo de los hackers está lleno de ética, la gente cree que son frikis peligrosos, pero su moralidad es impresionante, aunque no se difunde, y nos sería muy útil a ­todos”.

Sobre el principal vicio del que se ocupa el profesor De la Gándara, el apresuramiento, ha escrito mucho la socióloga australiana Judy Wajcman, de la London School of Economics, autora de Pressed for time (Universidad de Chicago). Habla con este diario por Skype desde su casa de Londres: “Muchos sociólogos opinan que el drama de los ciudadanos modernos es encontrar tiempo para sí mismos. Lo que yo llamo la paradoja del tiempo es que todas las máquinas y la tecnología digital que deberían habernos liberado de la presión y el agobio del tiempo, porque nacieron para facilitarnos la vida, en realidad nos han convertido en seres más ocupados que nunca, en vez de liberarnos. Las encuestas indican que nos sentimos más agobiados y ansiosos que antes”. La teoría de Wajcman, sin embargo, es que eso no es culpa de las máquinas: “Siempre ha habido una tecnología nueva que lo cambiaba todo: el teléfono, el automóvil... La experiencia o vivencia que tengamos del tiempo depende, ante todo, del significado y los valores que otorgamos a nuestras actividades, no de la tecnología”. Es por eso que “la solución no es hacer una dieta digital, rechazar los teléfonos inteligentes ni volver a la naturaleza. Lo que hay que hacer es usar los aparatos de modo adecuado y convertirlos en aliados de nuestra lucha por recuperar el control de nuestro tiempo”. Es decir, para ella, “no se trata de que la tecnología sea algo neutral, una herramienta funcional que determina inequívocamente nuestro sistema temporal, sino que la clave de todo es el tipo de compromiso humano que se establece con los objetos y que viene determinado por el tipo de sociedad”.

Así, el problema es más bien que “asociamos el prestigio y el estatus con pasar muchas horas en el trabajo y el estar ocupados. Pero eso provoca luego una utilización consumista y acelerada del tiempo de ocio. La cultura de la velocidad invade cada vez más ámbitos”.

Para Maffei, el problema es aplicar el consumismo a todos los elementos de la vida. “La idea del tiempo que conviene a los anuncios publicitarios no es la que conviene a nuestras vidas personales. No creo que mucha gente esté dispuesta a admitir que su vida es una serie de episodios inconexos sin línea de unión. Se ha sacralizado el mercado y se lo ha convertido en referente estético y moral”.

Zygmunt Bauman habla de una sociedad líquida en la que mandan la movilidad, el cambio y la transformación..., pero Wajcman no está de acuerdo. “Eso funciona sólo para un número pequeño de gente privilegiada. Más de la mitad de los británicos viven en un área de ocho kilómetros en relación al lugar donde nacieron. O, en Estados Unidos, dos de cada tres personas no tienen pasaporte. No tenemos que exagerar: a pesar de la globalización, la vida local ocupa la mayoría de nuestro tiempo y la gente sigue permaneciendo estática”. En cambio, sí comparte con Richard Sennett la idea de que la pérdida de los puestos de trabajo fijos tiene consecuencias negativas “no sólo en la dignidad de la persona, su autoestima, sino en algo esencial, como es el compromiso con la empresa, la implicación”.

La socióloga apunta injusticias como la “la enorme presión temporal que sigue recayendo sobre las mujeres, que siguen realizando el trabajo doméstico y tienen muchísimo menos tiempo libre que los hombres. No es verdad que la tecnología actual haya reducido el tiempo dedicado a las labores del hogar; sí lo hizo la lavadora, pero no internet o los móviles, seguimos dedicando las mismas horas a la casa que antes de la revolución digital”. O la “dramática reestructuración de las empresas, con cada vez menos personal, pero más trabajo por ­hacer y la imposición de una conexión permanente, con el empleado que se lleva la oficina a ­casa”.

Wajcman es partidaria, como De la Gándara, de que se apliquen unas normas de comportamiento que potencien el buen uso de la tecnología, “por ejemplo, no contestar e-mails los fines de semana. Hay empresas alemanas que impiden la conexión de sus trabajadores a partir de cierta hora, y esas son buenas medidas que extender”.

Donde sí se ha producido un cambio notable es en la idea de privacidad. “Muchas cosas que antes eran privadas, diálogos ­entre amigos o familiares, ahora son públicos, se ven en las redes so­ciales”, observa Wajcman, para quien “Facebook aumenta la sociabilidad, permite mantener el contacto con gente lejana de un modo más constante. Y, si se usa bien, ganas autonomía y tiempo”.

Distintas son las cosas para Nicholas Carr. Para él, “las empresas de Silicon Valley nos han impuesto demasiadas cosas, y la gente, de buen grado o sin darse cuenta, ha dado al poder tecnológico demasiado poder sobre sus vidas. Tras la retórica sobre el empoderamiento personal se esconde una realidad de explotación y manipulación en la que los servicios secretos, además, nos espían más que nunca”. Para él, el formato en que internet hace pensar nos lleva a ser una sociedad adolescente, poco profunda, sin memoria y preocupada por estímulos inmediatos. Lo contrario de lo que cree Clive Thompson, para quien “la tecnología mejora, en nuestro cerebro, la conexión de ideas, además de que funciona como una extensión muy práctica de la memoria”.

Carr y pensadores como Astra Taylor sostienen que internet aumenta las desigualdades económicas y sociales, en vez de reducirlas. Escritores como Jonathan Franzen o Mario Vargas Llosa se suben al carro de esas críticas, mientras que otros como Salman Rushdie o Stephen King se manifiestan defensores de los efectos benéficos de la tecnología.

Otros ensayistas, como el norteamericano Mark Goodman, colaborador del FBI y autor de Los delitos del futuro (Ariel), se ocupan de temas como los riesgos para nuestra seguridad. Pero coincide con los entrevistados en que “es necesaria una regulación ética, no podemos aceptar que el código por el que nos regimos sigan siendo las instrucciones a los robots que daba Isaac Asimov”.

Xavi Ayén, La aceleración provocada por la era digital, a debate, La Vanguardia 06/03/2016

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