El pensament d'Averrois.
Averroes |
Cuenta Salman Rushdie al comienzo de su autobiografía novelada (Joseph Anton, Mondadori) que cuando estalló la tormenta por Los versículos satánicos cayó en la cuenta de que no sólo había heredado de su padre el apellido Rushdie, que no era el original de la familia, sino también su significado. Aquel padre borrachín y letraherido había cambiado un apellido de alcurnia de la vieja Delhi por la filiación con su admirado Ibn Rushd (Averroes, 1126-1198) y en ella al cabo de los años se reconocía el hijo: “Desde su tumba, su padre le había proporcionado la enseña bajo la que él estaba dispuesto a luchar, la enseña de Ibn Rushd, que abogó por el intelecto, el razonamiento, el análisis y el progreso, por la filosofía y el conocimiento libres de los grilletes de la teología, por la razón humana y contra la fe ciega, la sumisión, la aceptación y el estancamiento”.
Esta apropiación simbólica de Averroes es tan interesada y fruto de las circunstancias como cualquier otra. Precisamente no son relecturas de su obra lo que ha faltado a lo largo del siglo XX, un siglo marcado por la refundación del islam. Igual han encontrado apoyo intelectual en el filósofo de Córdoba los defensores de un racionalismo universalista que los mentores del yihadismo. No es de extrañar, pues metafísica, teología, ética y política nunca han sido categorías estancas en la historia islámica, por más que hoy se tienda a disociarlas a la manera de la tradición cristiana occidental.
Desde un primer momento, el racionalismo islámico se forjó en el debate con el dogmatismo de los defensores del principio de autoridad. Pero estas polémicas, de carácter eminentemente teológico, se desarrollaron siempre en términos dialécticos, lo cual constituyó una disciplina de la tradición islámica, el kalam. Hasta finales del siglo XI no se desterró la dialéctica como herramienta discursiva en el Oriente árabe, mientras que en el Magreb y Al Ándalus pervivió algo más de un siglo. Cuando Averroes desmontó la Refutación de los filósofos de Algazel (1058-1111), a quien sobre todo reprochó amalgamar religión y filosofía, que no dar prioridad a la primera sobre la segunda, lo hizo en el marco del movimiento ideológico almohade, que hoy calificaríamos de “fundamentalista” por su rigorismo espiritual, moral y político.
La recuperación contemporánea de la obra poliédrica de Averroes, a la vez juez, alfaquí, filósofo y médico, ha hecho que el pensador andalusí tenga hoy tantos hijos como intérpretes, curiosa ironía para alguien que tanto se afanó en satisfacer el principio de no contradicción aristotélico.
No se puede ignorar que la preeminencia de un Averroes liberal y humanista es fruto de la mirada orientalista que proyectó sobre él el pensador francés Ernest Renan a mediados del siglo XIX. Esta visión la ha asumido también el imaginario árabe. Por ejemplo, es la que popularizó Youssef Chahine en su célebre película El destino (1997), en la que retrató de una manera libre los últimos años del filósofo, con el que se identificó en su particular batalla contra el fanatismo. En esta película, la lucha vital de Averroes por la luz y la razón queda en suspenso, y sus obras, repartidas entre dos mundos: los muros cerrados de la universidad islámica de Al Azhar y los brazos abiertos de un joven franco de ojos azules, que lleva su obra al mundo cristiano. No hacen falta muchas interpretaciones. Para Chahine, como para un nutrido grupo de intelectuales árabes que se postulan como “liberales”, con Averroes no solo murió la razón islámica, sino que la razón pasó a ser atributo exclusivo de Europa. Pero esto es algo que el resto de la progenie de Averroes desmiente.
El argelino Malek Bennabi (1905-1973) es uno de los mejores seguidores contemporáneos del filósofo cordobés. Según Bennabi, la pasividad y el victimismo retórico del hombre posalmohade, que arrinconó la pasión por pensar el islam de Averroes, ha propiciado el estado de colonizabilidad mental y física en el que la civilización árabe lleva sumida siete siglos. La crítica de Bennabi no fue bien recibida en el contexto de la lucha anticolonial de los años cincuenta, y aún guarda un enorme potencial por explotar. Mejor suerte ha corrido el filósofo marroquí Mohamed Ábed Yabri (1935-2010), el gran discípulo de Averroes en el siglo XX. Yabri es el filósofo que Averroes necesitaba para que se hiciera una relectura orgánica de su obra. En su monumental Crítica de la razón árabe (tres volúmenes) analiza las diferencias y similitudes entre filosofía y religión en la tradición islámica, y halla en el Occidente árabe medieval el germen de un “racionalismo realista” que, sostiene, está todavía por aprovechar en la actual filosofía árabe. Si el “racionalismo realista prospectivo” de Averroes se abrió paso en Europa hasta Spinoza, igual podría, según Yabri, canalizar la reconciliación de los filósofos árabes con el legado islámico, proveyéndoles de un marco que les saque de su crisis ontológica (El legado filosófico árabe; Trotta).
No menos actual que el Averroes filósofo es el Averroes ulema al servicio del califa almohade. El polémico Ibn Taimiya (1263-1328), que ha servido de base doctrinal a todo el islamismo contemporáneo, adaptó a su modo los postulados averroístas que propiciaban la armonización jurídica de las cuatro escuelas doctrinales del islam suní, lo cual fue y es una estrategia visionaria. A través de él, Averroes llega al islamismo polimorfo de la actualidad. Incluso al yihadismo: Abdallah Azzam (1941-1989), el líder intelectual de la yihad árabe en Afganistán y referente de todo el yihadismo posterior, bebió del tratado de Averroes sobre la yihad (El libro del Yihad;Fundación Gustavo Bueno) en su muy manoseado “qué hacer” yihadista, conocido como Súmate a la caravana (1987). Su visión, por más que contraríe, no es menos averroísta, o menos moderna.
Luz Gómez García, ¿Era Averroes yihadista?, Babelia. El País, 07/05/2015
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