Nòmades.

by Ald Held
Todo un conjunto de líneas nos enlaza, nos vincula y a la par marca una distancia. Platón nos señala el camino de la configuración de la ciudad y de la comunidad como un entramado, como un tejido entretejido por hilos que componen un espacio compartido  y “reunido por la concordia y el amor en una vida común”, a fin de confeccionar  “el más magnífico y excelso de todos los tejidos”, para abrazar a todos los hombres de la ciudad. Se trata de contenerlos “en esa red y, en la medida en la que le está dado  a una ciudad, llegar a ser feliz. Que los caracteres sensatos y los caracteres valientes “se entretejan en una tela por la comunidad de opiniones, de honores, de glorias, de respetos y por el mutuo intercambio de seguridades, formando con ellos un tejido suave y bien tramado.Tejido y texto tienen una raíz común. En última instancia, la labor de su construcción, de su elaboración es siempre una acción poética. 

Pero ya los hilos, las líneas, no conforman necesariamente tal tejido. Se entrecruzan en diferentes planos, sin urdimbre, sin bastidor y, en el mejor de los casos, todo deviene red y rizoma. Podemos vislumbrarnos sin coincidir, sin tocarnos de verdad, con apenas ciertos nudos en los que se sustenta la prosecución de caminos que se lanzan sin destino. Todo se pone en circulación y de vez en cuando se producen ciertas aglomeraciones o conglomerados, placas o volúmenes que navegan un tanto desconcertadamente en el espacio, como restos de un edificio tal vez ya nunca por erigir. No se trata de tener nostalgia de supuestas unidades que en definitiva no son sino bloques más cerrados que sólidos, pero no es fácil limitarnos a merodear en un intercambio con contactos sin apenas encuentros.

Las ideas, los conceptos, vagan aislados y desconcertados. Es como si hubieran de ser algo distinto, aprender contra todo lo sabido a actuar, incluso a ser, por separado. Pero les resulta difícil la sintonía. Van más solos que nunca y, sin embargo, son más conjuntamente que jamás. Ni una causa única, ni una razón única, ni un discurso único, siempre hay un haz de relaciones que no en todo caso constituyen una red. Extraviados en una multiplicación de dichos y modos de decir, nos buscamos entre dificultades. Va a ser difícil coincidir. Quizá la enriquecedora proliferación de dimensiones no hace sino confirmar lo que a su modo siempre ha ocurrido, pero ahora se hacen más ostentosos los espacios, los huecos, los vacíos. Y no faltan quienes vislumbran en ellos posibilidad, oportunidad para el pensamiento, para la acción.

Mientras tanto, no es fácil dejar de sentir algún desconcierto, ante la desvertebración producida por este ir y venir, que a veces se asemeja al mundo coloreado de lo sentible y otras más bien pretende confirmar alguna suerte de arquitectura celeste.

Se erige así otra modalidad de encuentro en esta red cuya composición ni siquiera es convencional, y en la que no resulta fácil aglutinar, ni asentar, ni establecer ámbitos en los que siquiera residir. De ir bien, todo se puebla de coordenadas y de referencias para finalmente navegar en miríadas de sucesos perdidos. Y tal vez entonces solo quepa enviar avisos, mensajes, señales, en los que no es fácil desprenderse de un cierto aire de naufragio.

Quizás es demasiado pronto o demasiado tarde y la cuestión somos nosotros, convencionales para un mundo que no lo es, se dirá. Pero el mundo es nuestro mundo, con todas sus lagunas y posibilidades. Un mundo que a su vez produce, como a su modo siempre ocurre, nómadas, errantes, que vagan sin comprender ni quizá comprenderse del todo. Queda por ver si en esta ocasión no se produce un radical desencuentro entre quienes somos y el entreverado de oportunidad y desconcierto en el que estamos inmersos. Si semejante experiencia nos alcanza de modo común y es prácticamente imposible sustraerse a ella, tal vez hayamos de asumir que ya no enseñoreamos nuestro propio mundo, que ya no es objeto para sujeto alguno, ni espacio de seguridad, ni depósito controlado de posibilidad, ni conformación de nuestro quehacer elaborador.

Y retornan y resuenan con toda contundencia aquellas cuestiones decisivas que en última instancia tienen que ver con la viabilidad de la palabra, con el sentido de la libertad y de la justicia, circulando por lo que más bien parece el cableado de una incomunicación sin hilos. Nos vemos conminados a la reescritura de su sentido y de su alcance en este cruce de dimensiones en el que ya ni siquiera la palabra red da cuenta del despliegue mutuo, pluridireccional, que pone en cuestión líneas, planos, superficies y espacios, en los que los contenidos, como flechas que siempre dan en su blanco, desconciertan toda referencia.

Ya, en el mejor de los casos, somos capaces de dar determinadas explicaciones, de describir ciertos fenómenos, de desplazar algunos contenidos, de deambular y de circular. A la par, preservamos caracteres de alma ilustrada, pasiones y valores, deseos y sueños de un mundo supuestamente más compacto que se ha mostrado sin embargo deshilvanado. Poblado por seres aún capaces de repetición y de memoria, con afectos que tratan de buscar y de encontrar, por fin parecería cumplirse el deseo de un gran vaivén como danza de vuelo. No está claro, sin embargo, que deambulando un tanto perdidos, enredados en la proliferación de lo que trata de decirse, estamos físicamente preparados para tamaño baile. Y la cuestión es si algo nietzscheano nos envuelve o si lo demasiado humano empieza a ni siquiera serlo. Prosigue la circulación y a la par, así lo esperamos, proseguimos nosotros.

Ángel Gabilondo, Enredados, El salto del Ángel, 07/05/2013

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