Benjamín Franklin: sobre llibertat i necessitat.

 


A James Ralph


Muy señor mío:
De acuerdo con su petición, voy a darle noticia de mis creencias presentes sobre el universo. Se las daré con toda sinceridad y si le valen de satisfacción me daré yo también por satisfecho. Sé de antemano que mi planteamiento es susceptible de numerosas objeciones por parte de lectores con menos discernimiento que usted; pero no es en esos lectores en quienes pienso al escribir. Le tengo que prevenir de que tenga cuidado en distinguir las partes hipotéticas de mis razonamientos de las concluyentes. Se podrá dar usted cuenta de lo que tomo como tema de tesis y de simple hipótesis. En conjunto lo someto a su parecer, y tendré en cuenta su estima y criterios para calorar yo mismo mi trabajo.

Sección Primera: Libertad y Necesidad

I. Se dice que existe un primer motor, llamado Dios, autor del Universo.
II. Se le considera poseedor de sabiduría, bondad y poder sumos.
Estas dos premisas vienen a ser coincidentes entre todas las sectas y opiniones y las doy por sentadas como previas a mi argumentación. Lo que viene a continuación, por consiguiente, no es más que una cadena de conclusiones derivadas de ellas que sólo se mantendrán en la medida en que resulten verdaderas o falsas.

III. Es toda bondad, luego no puede hacer más que el bien.
IV. Es todo sabiduría, luego no puede equivocarse.
Lo verdadero de estas proposiciones en relación con las dos primeras es, a mi juicio, evidente; opino que ni la bondad absoluta puede dar lugar a lo malo ni la sabiduría infinita a lo erróneo, o caeríamos en una contradicción que repugnaría al sentido común del hombre.

V. Es todopoderoso; luego no puede existir ni actuar nada en el universo contra o sin su conocimiento; y lo que Él consiente ha de ser bueno, ya que es la bondad misma; luego no existe el Mal.
La eterna cuestión es ¿Unde Malum? Muchos de los pensadores que en el mundo han sido se han sentido perplejos ante esta pregunta. Se admite que existen muchas cosas y actos a los que calificamos de malos: el dolor, la enfermedad, la necesidad, el latrocinio, el crimen, etc. Que en realidad no son ni males ni enfermedades ni defectos en el orden universal, se demostrará en la sección próxima, así como en la presente proposición y en la siguiente. Evidentemente, suponer que algo exista o se haga en contra de la voluntad del Todopoderoso es negarle esa condición de todopoderoso. Son contradicciones indefendibles. Y negar que toda cosa o acción cuya existencia Él consienta han de ser buenas, es negar sus dos atributos de Sabiduría y Bondad.
Los filósofos nos dicen que nada se hace en el universo sino porque Dios lo hace o lo permite. Tal cosa, como es todopoderoso, es cierta, pero ¿por qué esta distinción entre hacer y permitir? En efecto: ellos dan por sentado que hay muchas cosas en el universo que existen de tal modo que no son perfectas, y que se hacen cosas que no debieran hacerse. Tales cosas o acciones no pueden atribuírselas a Dios porque empezamos por atribuirle la Sabiduría y la Bondad. Ahí reside la clave de la palabra permitir. Él permite que se hagan, nos dicen estos filósofos. Pero nosotros razonamos de esta suerte: si Dios permite que se ejecuten acciones es porque o le falta poder o le falta voluntad para impedirlo; si admitimos que le falta poder, negamos que sea Todopoderoso, y si negamos que le falta voluntad de impedirlo, negamos que la acción sea mala o que Él sea la bondad absoluta, porque el mal es esencialmente contradictorio con la suprema Bondad.
Se me dirá tal vez que Dios permite las malas acciones con fines justos y razonables. Pero ésta es una afirmación que se autodestruye, desde el momento en que un Dios infinitamente bueno no puede permitir nunca el menor mal y cualquier cosa que Él permita que exista para fines buenos, por el mero hecho de permitirla, se convierte en buena.

VI. Si una criatura está hecha por Dios, dependerá de Dios, de quien recibirá toda su fuerza, con lo cual esa criatura no podrá hacer nada que sea contrario a la voluntad de Dios, porque Dios es Todopoderoso, sino que tendrá que ser agradable a ella; pero lo que sea agradable a ella, debe de ser bueno, porque Él es bueno. Así, pues, no podrá ninguna criatura hacer nada que no sea bueno.
Esta proposición viene a ser lo mismo que la anterior, aunque más completa, y su conclusión igual de evidente. Aunque una criatura pueda realizar muchas acciones que su prójimo llame malas y que necesariamente ocasionen a su autor sufrimientos (que su prójimo llamará castigos). Esta proposición prueba que esa criatura no puede ejecutar cosas intrínsecamente malas o desagradables a los ojos de Dios, y que las dolorosas consecuencias de sus malas acciones (o las que así se consideran), no son, ni tienen por qué ser, ni castigos ni desgracias, es algo que veremos a continuación.
No obstante, el difunto y erudito autor del libro titulado La religión de la naturaleza (que le envío adjunto) nos ha proporcionado una pauta con la que poder descubrir cuáles de entre nuestras acciones se pueden denominar buenas y cuáles malas. Consiste esa creencia en lo siguiente: «Toda acción realizada de acuerdo con la verdad es buena; y toda acción contraria a la verdad es mala; actuar de acuerdo con la verdad es utilizar y estimar cada cosa como lo que es, etc. Es decir: si A le roba el caballo a B y se marcha con él, no lo usa como lo que es como propiedad de otro, sino como propio, lo que es contrario a la verdad y es por ello malo.» Pero, como dice este mismo caballero (sección I, proposición VI): «Para juzgar correctamente lo que es cada cosa hay que tener en cuenta no sólo lo que es desde un determinado punto de vista, sino desde cualquier otra posición; y hay que tener presente la descripción completa de la cosa en cuestión. En el caso mencionado habría que tener presente que A es un ser naturalmente codicioso, inquieto por la posesión del caballo de B, lo cual le produce una inclinación a tomarlo, más fuerte que su miedo al castigo a que se expone por hacerlo. Esto es la verdad, y A actúa de acuerdo con esa verdad cuando roba el caballo. Además, si se prueba que es verdad que A no controla sus actos, resultaría indiscutible admitir que actúa de acuerdo con la verdad, sin poder hacerlo de otro modo.»
No es que con esto se quiera alentar el robo o defenderlo. Es sólo a título de argumentación y no puede tener ningún efecto perjudicial. El orden y concierto de las cosas no se verá afectado por razonamientos de esta naturaleza, y resultaría en este sentido tan justo y necesario, y tan acorde con la verdad, que a B le repugnara el robo de su caballo y lo castigara, como que A le robara el caballo a B.

VII. Si, por consiguiente, la criatura se encuentra limitada en sus acciones y no puede ejecutar sino aquellas que Dios le permite, no dispondrá de nada que pueda llamarse libertad, libre albedrío o capacidad para hacer o no hacer.
Por libertad se entiende en ocasiones la ausencia de impedimento. En este sentido todas nuestras acciones puede decirse que son consecuencia de nuestra libertad, pero es una libertad del mismo tipo que la de un cuerpo grávido que cae a tierra; tiene libertad de caer, pero, al propio tiempo, no puede evitarlo, careciendo de libertad para permanecer suspendido en el aire.
Vamos a utilizar el mismo argumento en otro sentido. Supongamos que, en la acepción común de la expresión, somos agentes libres. Como el hombre forma parte de esta gran máquina que es el universo, sus acciones corrientes son requisito para que esa máquina siga moviéndose, y entre las cosas pueda elegir unas y rechazar otras, siendo por ello libre. Pero en cada momento concreto siempre habrá algo que es lo óptimo que se puede hacer y, por consiguiente, eso será lo bueno entonces y con respecto a ello todas las demás cosas serán, en aquel momento, malas. Para saber qué es lo óptimo que puede hacerse, y qué es lo que no lo es, es preciso que podamos prever las intrincadas consecuencias de cada una de nuestras acciones respecto del orden universal, tanto presente como futuro. Pero resulta que hay innumerables consecuencias y tan incomprensibles que se escapan al que no es omnisciente. Como esas cosas no las podemos prever, no tenemos más que una posibilidad entre diez mil de acertar, y nos veremos perpetuamente constreñidos a andar en tinieblas, a perturbar el universo, pues cada equivocación que cometa una parte de él será una falta o una mancha en el orden del conjunto del universo. ¿No será, por tanto, necesario que nuestras acciones sean gobernadas y orientadas por una providencia sapientísima? ¡Qué precisas y perfectas son todas las cosas en el mundo de la naturaleza! ¡Qué orden el de cada pieza dentro del conjunto! ¡No se puede descubrir ni el menor fallo! Los que han estudiado los reinos vegetal y animal demuestran que su armonía y su belleza no se pueden superar. ¡Y qué decir de los cuerpos celestes, de las estrellas y los planetas! ¿Es que hemos de admitir que en el orden moral haya de darse una negligencia que no se advierte en el natural? Sería como pensar en un artífice inteligente que hubiera construido curiosa máquina o un reloj, instalando todas sus ruedecillas y engranajes con tal interdependencia que no pudiera funcionar si no es con la mayor regularidad y sin fallos de ninguna de sus piezas, y a pesar de lo cual hubiera dejado que algunas de ellas se moviesen con independencia, ignorantes del general interés del reloj. Las tales piezas, moviéndose a su antojo, trastornarían todo el conjunto, obligando a trabajar incesantemente al operario encargado de repararlo. En este caso, ¿no estaría indicado como remedio quitarle a esa máquina las piezas rebeldes y sustituirlas por otras que se atuviesen al orden general?

VIII. Si no existe en realidad el libre albedrío en las criaturas, no existirían tampoco ni el mérito ni el demérito en ellas.
IX. Y, en consecuencia, todas las criaturas habrían de recibir de su creador idéntica estimación.
Parece que estas conclusiones se siguen necesariamente de lo anterior, pues no existe ninguna razón, en realidad, para que el Creador otorgara su estima en grado diverso a unas u otras partes de su obra, si ha usado de la misma Sabiduría y Bondad para crearlas, y todo vicio o defecto quedan automáticamente excluidos por su voluntad como contrarios a su naturaleza. El argumento entonces quedaría reducido a lo siguiente: Cuando el Creador concibió al universo, o su intención fue que todas las cosas existentes se ordenaran de la misma suerte en que están ahora, o su voluntad fue que lo estuviesen de otra manera. Decir que las quiso de otra manera es admitir que han contradicho su voluntad y roto el orden que él impuso, cosa incompatible con su Poder. Por consiguiente, habremos de concluir que todas las cosas existen hoy de una manera grata a su Voluntad y que, en consecuencia, todas son igualmente buenas y por ello igualmente estimadas por Él.

Benjamín Franklin, The Papers of Benjamin Franklin (Ed. de Labaree, I, 57-72)
En Autobiografía y otros escritos
Edición: Luis López Guerra (1982)

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