Què és percebre? (1)
En principio, se suele
contraponer el plano de los sentidos, el de la percepción, al intelecto.
Por un lado la sensibilidad, por otro la cabeza. Aunque sobre esto ha
habido muchas polémicas. El racionalismo, sobre todo Descartes, cree que
entre sensibilidad y pensamiento no hay una diferencia irreductible,
sino más bien de grado. La percepción entregaría de modo "confuso" lo
que el pensamiento capta de modo "claro y distinto". El empirismo de
Hume, sin embargo, piensa que los sentidos son irrebasables. Según él la
percepción nos rodea por doquier, es el origen indiscutible y la prueba
final de cualquier idea. Aunque cree que existe una forma a priori
de la sensibilidad, Kant sigue en parte al empirismo, pensando que la
sensibilidad, una percepción en la que somos básicamente pasivos, es
insuperable.
Nada llega a la cabeza sin antes pasar por los sentidos, decía Leibniz. En este aspecto, la percepción es lo primero,
pues el día comienza, recomienza una y otra vez, con ella. Primero
siento, con los sentidos internos o externos, y después viene el
pensamiento. Aquello que de ningún modo sentimos, no tiene ninguna vía
de entrada al pensamiento. Incluso la conocida pregunta "¿Qué ruido hace
un árbol al caer en el fondo de la selva, cuando nadie lo escucha?",
para poder ser pensada, exige ser sentida, que adquiera una imagen en
los sentidos. Además, la percepción es siempre relación con algo singular:
este paisaje, esta habitación, estas palabras. Siempre percibimos
formas, dice la escuela de la Gestalt. Hasta en las nubes, en una pared,
encontraremos formas reconocibles, acabadas, singulares. Si nos rodea
la oscuridad, tenemos que buscar formas en ella, lo cual puede llegar a
ser terrorífico.
El concepto es general, abstracto, universal: "separa y retiene",
extrae unos rasgos comunes a un grupo de objetos y prescinde de lo
particular, lo individual en cada uno de ellos. En este sentido, se
suele decir que en el concepto hay una pérdida, pues la compleja riqueza
de lo percibido como forma singular es abandonada por un concepto que
selecciona sólo ciertos aspectos. Finalmente, la percepción es lo
encontrado, lo que sale al encuentro. Es dada, frente al
concepto, que es siempre construido, adquirido. Esto no ocurre en la
percepción, aunque también ella, por supuesto, sea modificable por un
aprendizaje.
Por otra parte, ya lo sabemos, percibir es siempre aprehender una totalidad de sentido. Percibimos inmediatamente sentido (un camión pesado sube la cuesta), no sensaciones "sueltas" a las que después
añadimos un sentido. Después puede suceder cualquier cosa (que
olvidemos, que le demos vueltas y vueltas a lo percibido), pero la
compleja singularidad de lo vivido sigue ahí, desde el comienzo. Por eso
se dice que a veces tardamos años en saber lo que hemos vivido en un
minuto. Por ejemplo, en sus distintas obras, Joyce retoca una y otra vez
una sensación o momento pasado, que con frecuencia tarda años en
adquirir una forma definitiva.
En el pensamiento conceptual hay una pérdida. Pero existe un pensamiento distinto; no por conceptos, sino por afectos, por perceptos.
La poesía es el ejemplo más acabado. Si sentimos que está pasando un
segundo del mundo, sólo podemos conservarlo al precio de empaparnos, de
volvernos él mismo: "El bosque de la montaña está lleno de luz./ La
cresta arbórea, al rojo dorada" (E. Pound). Existe aquí una especie de
universalidad de lo singular: una tormenta, una tarde de verano, la
araña tejiendo su tela a la luz de la luna... Y tal vez sólo un
Velázquez, un Machado, un John Cage son capaces de captar ese espíritu
de lo real, ese absoluto local, esa revelación de las apariencias. Hay
una suerte de universalidad de lo singular, el llamado uno de la discontinuidad,
y por eso lo percibido vuelve continuamente en nuestra memoria,
tardando años en fijarse lo que hemos vivido durante segundos. Siguiendo
a momentos del pensamiento japonés, Deleuze llega a decir: "Toda una
vida basta apenas para una sola brizna de hierba".
En este aspecto, la teoría asociacionista de la percepción es
completamente ingenua, de ahí que el arte y la psicología opten
mayoritariamente por la teoría de la Gestalt. Al insistir en que
percibimos inmediatamente una forma, un todo cualitativo no
descomponible, explica mejor la escandalosa ambigüedad, la subjetividad
de la percepción. No solamente las ilusiones ópticas, sino el hecho de
que dos personas no vean exactamente la misma película, no perciban
jamás el mismo mensaje. En la percepción ya hay concepto, aunque sea
elemental o inconsciente, y es éste el que organiza y selecciona la
percepción, arrancando del caos sensitivo un orden determinado. Antes de
lo cuantitativo está lo cualitativo.
Percibimos inmediatamente sentido porque hay un modo elemental de
concepto, una implicación activa del sujeto en la percepción. No existe
un percibir objetivo sobre el cual, después, se asiente la subjetividad.
Ésta guía de antemano lo percibido, selecciona, excluye, ordena...
Existe un pensamiento implícito en los sentidos, que no tienen nada de
puramente "físicos". Por eso la percepción es tan escandalosamente
distinta según el observador, sus intereses, sus expectativas, su grado
de atención, su estado de ánimo. En otras palabras, lo "significativo"
(mi idea de las cosas, mis prejuicios, mis deseos) va por delante y guía
de antemano. También la piedad por lo pequeño, la sensibilidad
hacia el detalle, así como la imaginación, cambian la sensibilidad.
¿Cómo percibe una infancia frágil y rodeada de misterios, cómo percibe
una niña que puede decir: "Las estrellas existen para que la luna no
esté sola"?
Sería un error creer que el hombre percibe, o que el pintor trabaja,
desde una superficie blanca y virgen. La superficie está ya por entero
investida virtualmente mediante toda clase de clichés con los que el
hombre tendrá que luchar o reconciliarse. En ningún caso se da en la
percepción nada parecido a una tabula rasa según la cual el
sujeto se parecería a un recipiente pasivo y vacío que se rellenaría con
datos externos que después han de ser interpretados. La interpretación,
en cierto modo, va por delante, encauzando lo percibido. Obviamente,
aprovechando esto, los medios audiovisuales intentan poner al espectador
en un estado de completa pasividad receptiva, para que así el
consumidor de perceptos sea rellenado por los que dirigen el sistema informativo. Pero esto no siempre se consigue.
De cualquier modo, en la percepción (de una persona, de una pieza
musical, de una situación) se proyecta nuestra personalidad, nuestra
concepción del mundo. En este sentido, la percepción nunca es inocente.
Fijémonos en esta frase, que la dirección del Metro de Madrid puso en
los paneles electrónicos y en los altavoces de todas las estaciones
después de la fecha fatídica del 11 de Marzo: "Juntos por la seguridad.
Por su seguridad, mantenga sus bolsos de mano y pertenencias
debidamente controladas. Gracias por su colaboración". ¿Qué sentido se
percibe en este mensaje, que juega, como tantos anuncios, con el
equívoco del lenguaje y el contexto? ¿En qué sentidos este mensaje es
eficaz social, política o policialmente?7 Evidentemente, se trataba de
mantener la normalidad, de no alarmar, de no hacer explícita la
sensación de que tomar el metro es peligroso. Al mismo tiempo, era
preciso dar la sensación de que las autoridades estaban vigilantes,
protegiendo a los ciudadanos.
Percibir es excluir, forzar, seleccionar, apartar, decidir. Los sentidos están guiados por el perspectivismo (Nietzsche) de la vida, por sus a priori,
sus prejuicios de partida. En este aspecto la vida, en su raíz, no es
democrática, no es "plural", pues de antemano distorsiona, deforma las
cosas con el dictado que corresponde a la fuerza del individuo. Es
posible incluso que la vida esté asentada más bien en una violencia
originaria, en una elemental voluntad de poder. En algún lugar,
Nietzsche comenta: "(...) gracias solamente a que el hombre se olvida de
sí mismo como sujeto y, por cierto, como sujeto artísticamente creador, vive con alguna calma, seguridad y consecuencia".
Así pues, afortunadamente, el modelo del ordenador no nos sirve de
nada. La información, con unos "datos" de partida que el sujeto
"procesa" después, no sirve para explicar nada de la percepción. Habría
que ver incluso si este modelo explica esa franja horaria en que el
sujeto está conectado a la información. Al fin y al cabo, según mi
humor, mi atención o mi interés, atiendo a tal o cual aspecto del
telediario o del periódico. Como dice Baudrillard, el modelo del
ordenador, que parte de datos que después el sujeto procesa, es deudor
de la interpasividad del consumidor, de la lógica un consumo
informativo que requiere un público cautivo. Pero la percepción no es
eso, sobre todo en los momentos en que el individuo no está conectado a
las pantallas.
Percibir no es sólo procesar información. No hay "datos" iniciales,
un primer plano solamente informativo, pues en toda percepción (hasta en
la del científico), la imaginación, la creación, el prejuicio, la
distorsión van por delante. Se ha recordado con frecuencia que ni
siquiera la información es neutral, sino un sistema de órdenes más o
menos encubierto: "Y ahora, deportes"; o bien: "Antes de la información
internacional, unos minutos de publicidad". Evidentemente, el mecanismo
de la información intenta manipular la percepción, pero no siempre lo
consigue. Si lo consigue, lo hace violentando la percepción, forzándola
con el impacto y la manipulación del espectáculo, con ese típico
"sensacionalismo" de los medios. Y en este punto, por razones políticas y
humanas, no deberíamos convertir la necesidad en virtud. Si estamos
coaccionados por la manipulación informativa, no deberíamos además
admitirlo como natural, convertirlo en norma, en ley. Lo normal sería
que el sujeto se hiciese cargo de sus percepciones, de elegir hacia
dónde mira, qué escucha, dónde pone el acento. Nada parecido a ningún
ordenador, por complejo que sea.
En este aspecto la psicología con frecuencia se despista, utilizando
preferentemente un modelo asociacionista y mecánico o, como máximo, un
modelo cognitivo. Según éste, primero existen unos datos objetivos
externos, agrupados, seleccionados y servidos por alguien o algo. Ahora
bien, ¿qué programador nos sirve los datos fuera de los momentos
informativos, el mundo, Dios como especialista total en el
entretenimiento? Según este modelo viene después un papel activo del
sujeto que consiste en "procesar", pero subordinado a unos
datos iniciales que vienen servidos, precocinados. No es así en la vida
cotidiana, pues el "procesamiento" es lo primero, seleccionando cuáles
son los datos significativos, en qué hacemos hincapié y en qué no.
Incluso en los momentos de conexión informativa es el sujeto, o debería
serlo, quien selecciona la cadena, los registros y aspectos a los que
atiende, los bordes y esquinas significativas.
Además, puestos a buscar modelos, el ordenador no sería tal vez el
mejor, la tecnología más puntera. Como siempre espera los datos de otro,
el ordenador es "estúpido", según expresión del jugador de ajedrez
Kasparov, cuando se enfrentó a la carísima máquina Deep blue.
Con respecto a esto, Leibniz, inventor del cálculo infinitesimal y muy
atento a los avances técnicos de su tiempo, decía: la diferencia entre
una "máquina natural" (nube, árbol, animal) y un "ingenio construido" es
que la primera es "máquina hasta en sus más mínimas partes". Por el
contrario, el ingenio construido, el ordenador, es máquina de un modo
limitado, pues está programada, envuelta por un material inerte y
esperando las órdenes de algo externo.
Ignacio Castro Rey, ¿En qué piensan los sentidos?, fronteraD, 20/04/2013
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