La fotografia periodística és com un gran preservatiu anímic.
La fotografía, recuerda Sontag,
cumple con el mandato empresarial de adoptar una actitud imparcial y
equitativa frente a cualquier temática. Así junta cada día la habitual
plenitud atiborrada de desperdicios, una tenaz caricatura del magnánimo
sueño de los poetas. Todo cuanto la gran ciudad desechó, todo cuanto
perdió, todo cuanto desdeñó y pisoteó, después lo cataloga y colecciona.
Ahora bien, solamente una sociedad que esté distanciada del locus
de la existencia, que sea más o menos indiferente a personas y cosas,
puede realizar en masa tal tarea de recolección. Por tanto, aun cuando
se pueda poner eventualmente al servicio de una poética que perfora las
mediaciones y acoja el ser de la cosa, ese coleccionismo resulta en
conjunto una actividad subsidiaria del rodillo industrial que deseca el
pulso de lo vivo.
1
Se ha enfocado casi todo, pero esta avidez de la óptica moderna es
parte de la creciente proscripción de la mirada, del mirar no económico
que se demoraba. Quizá por eso, después de los primeros daguerrotipos,
la fotografía aparece enseguida vinculada a la serialidad, a la idea de
que podemos reciclarlo todo en sombras chinescas. De manera que así la
vida ilustrada se ensancha hacia un exterior con el cual, en realidad,
no queremos ningún trato directo.
Es entonces cuando lúgubres fábricas y avenidas atestadas de carteles
lucen tan bellas, a través del ojo de la cámara, como iglesias y
paisajes bucólicos. La fotografía "favorece" el paisaje industrial, lo
realza, equiparando los logros y desechos modernos con la naturaleza y
con las antiguas afueras de la urbe. Para empezar, cambia los términos
del confinamiento en la megápolis occidental. Parecía que nuestros
bares, nuestras oficinas, nuestras viviendas amuebladas, nuestras
estaciones y fábricas nos aprisionaban sin esperanza. Entonces se diría
que vino el fotógrafo y con la dinamita de sus décimas de segundo hizo
saltar ese mundo carcelario (1). Ahora bien, fijémonos en que tal
expansión se da sólo dentro, después del campo disminuido de percepción
que acompaña al enclaustramiento del hombre industrial. Es después
cuando emprendemos, entre los dispersos escombros, viajes de
descubrimiento y aventuras. Después, o sea, ahora, cuando de hecho ya no
existe la aventura. Es en el útero de un orbe regulado donde la
fotografía y el cine funcionan como sucedáneos de la distancia,
una distancia renegada día a día en lo próximo, en las reservas que
mantenemos con la carne del mundo, con la mugre de la cercanía.
La fotografía es, en este sentido, vayamos a donde vayamos, un
sucedáneo del viaje que nunca se hará. Las tecnologías de la
comunicación, todo ese universo audiovisual de la telemática, no harán
más que cristalizar y multiplicar esa aversión de la que la fotografía
es síntoma. Y es difícil no abrigar la sospecha de que las maravillosas
excepciones poéticas, así como los logros estéticos de una publicidad
cada día más imaginativa, no son en este punto otra cosa que los adornos
que maquillan este desprecio por la proximidad, por el sentido
inmediato de la tierra, que caracteriza al capitalismo.
Con la manida "apoteosis de la vida cotidiana" que se supone estalla
en la fotografía, se muestra al detalle el flamante poder histórico que aleja
de la vida. En realidad, se ha apartado tanto de ella que desde hace
décadas puede permitirse el lujo de regalarnos estampas tiernas de lo
perdido, haciéndolas pasar por el calor de un mundo que nos sigue. Dicho
de otro modo, si este nuevo poder icónico se vuelca desde mediados del
siglo XX en lo diario es para neutralizar la profundidad de una
existencia desnuda en cada momento de una sociedad que se ha replegado a
la seguridad más neurótica. Así pues, la importancia de lo familiar en
el planeta fotográfico remarca una mutación capilar del poder,
su alianza con la imaginación y su conversión en una tecnología de lo
cotidiano. Después de la uniformidad inicial del capitalismo, se
desarrolla un sector terciario que acaba generando un autoservicio
gigantesco, un hipermercado global que sirve a domicilio, a los pies
mismos de la privacidad. Como se simboliza en los múltiples servicios a
domicilio, desde las imágenes a las pizzas, el consumo supone una
relación con el exterior desde la fortaleza privada. El sector servicios
sirve al aislamiento fluido del consumidor. Es difícil no vincular la
fotografía a esta tarea política.
El aparataje audiovisual casero y la información permiten que el
individuo moderno combata la ansiedad, el estrés que provoca el roce con
la alteridad de lo externo. Curamos el creciente estrés de exterior
con la multiplicación del confort interno... que incluye la
satanización de lo externo. El "cualquiera puede hacerlo", emblema que
no ha dejado de crecer en la retórica del mercado, remarca que se trata
de una relación estándar con el exterior, dirigida por un aparato
genérico que se hace cargo de la incertidumbre de la existencia
cualquiera, su desesperada necesidad de creación. En suma, como veíamos,
se trata de una prolongación del trabajo en el tiempo libre. A la
división del trabajo le sigue la correspondiente división del ocio,
con la cual el capitalismo desciende a un "tú a tú" con el individuo,
se hace microfísico, entrañable. Tras la muerte del gran relato, que era
demasiado lento, con cámaras día a día más ligeras que ya los niños
manejan, una "historia de bolsillo" permite una regulación a domicilio,
una duplicación al minuto de la simple existencia. En este sentido, la
orgullosa globalidad actual es solamente una conexión mundial del
aislamiento local, a veces del localismo más cerril. Y la fotografía,
integrada en una conexión con la red de tecnologías informatizadas,
sigue siendo fundamental para esta mutación. Sirve primero al solipsismo
y después a la posterior conexión del solipsismo, este aislamiento
expandido que constituye la carne de la aldea global.
2
En cualquier caso, nunca la fotografía ha tenido la función de
simplemente "embellecer el mundo". Si acaso, la de embellecer el
estrechamiento resultante de la ordenación industrial del mundo, de su
"desencantamiento" (el Entzauberung de Weber). Si tomar
fotografías parece casi obligatorio para quienes viajan, coleccionarlas
con pasión ejerce un atractivo especial a los confinados en espacios
cerrados. De antemano, la "fascinación por lo cotidiano" es propia de
marcianos, gentes que ven la sencillez de lo diario como algo raro,
exótico, alejado. Las colecciones de fotografía se usan para elaborar un
cosmos sucedáneo (un sucedáneo, Ersatz, que por cierto nació
en tiempo de guerra). Así tenemos siempre a mano nuestros fantasmas de
papel y paisajes transistorizados, un museo liviano y portátil que
también se prolonga en la televisión, el móvil, la realidad virtual y
las nuevas nanotecnologías. El conjunto de esta móvil cobertura confirma
que en la sociedad moderna la angustia ante lo real se expresa por
fuerza, de manera cautivadora, en el anhelo de reproducir este
mundo en condiciones técnicas favorables. En una aparente imitación de
la vida monástica medieval, pero sin el encanto de la cultura latina, de
las horas reguladas por el huerto y la oración, la desazón se expresa
ahora en la retirada al autismo informatizado.
Cuando Weston, por ejemplo, destaca que la fotografía es una
posibilidad suprema para la autoexpresión, muy superior a la ofrecida
por la pintura, habría que añadir que esa expresión lo es de una mónada
industrial que carece de acción directa, que ha sido felizmente librada
de sus relaciones con una naturaleza exterior. Manifestación aguda del
yo individualizado, la identidad privada, huérfana y a la deriva en un
orbe abrumador, se protege de las sombras de lo real mediante una rápida
antología visual. Y esto únicamente puede hacerlo un ser aislado, un
desheredado de la tierra que se mueve por el mundo con la seguridad de
un extraño, en suma, como un exiliado de la comunidad de los hombres con
la tierra (2).
Saquemos de ahí las conclusiones que sean, es obvia la relación entre
la fotografía y el solipsismo de corte norteño. Ella, que tiene otros
tantos usos, también es un instrumento poderoso del narcisismo y de la
despersonalización de nuestra relación con la inmediatez física. Y ambos
últimos usos son complementarios, reflejando la tradicional dialéctica
entre un pasivo empirismo newtoniano, con su necesidad de partir de una
"tabula rasa" en los sentidos, y el encierro de una subjetividad
fantasmagórica. La admiración infantil propia de la mentalidad Pop, tan
cercana al aparato neurótico que lo captura todo, revelaba que "revelar"
es en primera instancia dar relevancia a lo insignificante. Y aquí habría que volver a recordar que la omnipotencia del studium, el gran angular de la opinión pública, fuerza la alternativa de un punctum
demente. Casi la obra completa de Diane Arbus, por ejemplo, funciona
dentro de la estética de Warhol, es decir, se define en relación con los
polos gemelos del tedio y la monstruosidad (3). Sacando conclusiones
políticas de esta dicotomía en el orden global, Baudrillard comenta: "El
terrorismo, como el virus, está por todas partes. Hay una repercusión
mundial del terror, que es como la sombra que acompaña a todo el sistema
de dominio, presto por todas partes a despertarse como un agente doble.
Ya no hay línea de demarcación que permita comprenderlo, pues está en
el corazón mismo de esta cultura que lo combate" (4).
El doble juego entre uniformidad y terrorismo, entre mayoría moral y
minoría exótica o perversa, un juego que sigue al orden del día, señala
simplemente que la seguridad de la macroeconomía, para no encharcarse en
un aburrimiento apocalíptico, necesita el escándalo y la admiración
pueril por lo excéntrico, toda una batería de efectos especiales (5).
Que sepamos, la sociedad del espectáculo tiene aquí, en esta miseria que
retorna, uno de sus resortes. Pero en este punto es fácil volver a
perderse: si, como dice Sontag, encuadrar es "conferir importancia" (6),
un modo de combatir la amenazante insulsez de lo trillado, lo es dentro
de esa lógica que ha trillado toda profundidad, como parte de su
secular ofensiva contra lo incierto. Desde el comienzo, la fotografía se
extiende para abrir ventanas, pero también para acompañar una vida que
se repliega en la clausura, que ha optado por el retroceso ante una
comunidad del existir mortal que, en efecto, era un obstáculo para el
enriquecimiento individual y para la reproducción universal que le iba a
seguir.
3
Siguiendo el instinto general del periodismo, el fotógrafo selecciona
la rareza, la persigue, la procesa, la titula. Hasta los bebés deben
aparecer un poco desencajados, dementes. De otro modo, ¿cómo serían noticia?
Fotografiado por Arbus o por Parr, cualquiera es un monstruo potencial,
como también ocurría con frecuencia en Hitchcock. La normalidad, la
normalización de masas, que reprime lo que en la persona haya de
relación afirmativa con la muerte, genera algo letal, una latencia
monstruosa. En esta cobertura global de la imagen, cualquier cosa puede
perder su raíz y volverse discontinua, puede separarse de cualquier
otra. Basta con enfocar el tema de otra forma. Inversamente, una cosa
cualquiera puede volverse adyacente de cualquier otra. De esta manera,
se reconstruyen las relaciones internas del mundo como si éste fuese un puzzle
gigante, una materia plástica del gran angular de lo social, que
mastica la flexibilidad de sus objetos como si fueran mercancías.
Impresionada por la noticia, la cámara atomiza, divide y reconstruye
la realidad. Proyecta una visión del cosmos que tiende a negar la
interrelación, la continuidad (7). De hecho, parece prohibir la
hermandad pues, para empezar, sólo puede fotografiar quien toma
distancias con el paisaje, quien ya no es de allí. ¿Quizá porque es
extranjero, porque es de otro sitio? Probablemente: extranjero porque,
como un alien, ya no habita en ningún sitio. La Historia es
histérica, ha dicho Barthes, pues sólo se constituye si se la mira, y
para mirarla es necesario estar excluido de ella. En tanto que almas
vivientes, seres que devienen con otros mortales, somos propiamente
inaccesibles a la Historia (8). Pero en cuanto al poder histórico, algún
día habrá que volver pues sobre esta inmensa ventaja anímica de la
apatridad, del desarraigo moderno y postmoderno, tan ligado al nihilismo
y a la facilidad para hacer negocios (9).
Mientras tanto, abusando de Benjamin, el tópico señala que la
fotografía se consolida al principio como una extensión de la mirada del
flâneur de clase media, cuya sensibilidad fue descrita con
tanto tino por Baudelaire. El fotógrafo sería una versión armada del
caminante solitario que explota, ronda, recorre el limbo urbano. Sin
embargo, en el mejor de los casos, esto resulta de nuevo una parte del
desarraigo industrial, una poética posterior y subordinada a la toma de
distancias con el orbe antiguo y su cultura comunitaria. Se olvida que,
con frecuencia, el travelling fotográfico no es el de un
romántico dispuesto a cambiar la "vieja seguridad del mundo agrario" (?)
por la presunta liberación e inseguridad modernas. Al contrario, ese
barrido analítico del enfoque levanta sus banderas contra el arraigo en
la finitud terrena en nombre de una nueva patria global que atraviesa, perfora
lo comunitario con el estandarte de la sacrosanta economía. Como
decíamos, nos hay liberación sin nuevo encadenamiento, no hay desarraigo
sin nuevo arraigo. Al final la religión de lo social siempre triunfa.
El capitalismo liquida toda cultura antropológica, hasta los huesos de
los muertos, pero para ofrecer la seguridad de una normativa, una
cobertura urbana donde cada ser tiene su fichero. No hay que insistir
otra vez en que la informática ha elevado a la enésima potencia esta
propuesta de localización totalizante.
Disparar las cámaras sobre la noticia: las energías alternativas y
renovables de esta modernidad tardía se complementan con armas también
alternativas. Lo que antes eran armas de fuego, ahora son cámaras
silenciosas, pero la caza del hombre y de la vida continúa. Es cierto
que existen semejanzas obvias con la cinegética, con aquel círculo de
fuego en torno a la víctima, en el cerco encendido con explosiones de
flash, micrófonos y objetivos que convierten el acontecimiento en
noticia, que trituran el simple "hecho" con el estruendo de la
transmisión. La noticia del supuesto evento, en todo caso, no se halla
entrelazada a un espacio y tiempo particulares, pues la repetición
informativa lo vuelve abstracto, confirmando su carácter fantasmático de
mercancía. Pero antes hay que impresionar la placa
fotográfica, los sensores digitales, pues el periodismo funciona con el
paradigma del impacto, con una "noticia" espectacular que nada tiene que
ver con el acontecimiento diario. Más bien ese impacto tiene el fin de
apartarnos del acontecimiento de la finitud, de penetrar el planeta y
los hombres extendiendo el platonismo técnico, la segregación que éste
promete.
La imagen impactante, el clímax de la comunicación, la sonrisa
triunfal, el récord de audiencia, la franja horaria punta, el aplauso
cerrado, el estallido de las risas. La lógica del impacto, del récord,
del estallido, es inevitablemente el cemento de la comunicación, el
modelo de su genial discontinuidad programada. Y esto se debe a que los
sucesivos fogonazos, fragmentos de vida sueltos, que el periodista
controla, sólo pueden soldarse con la explosión de su aislamiento. "La
vida se perpetúa de relámpago en relámpago; la información circula",
dice Houellebecq. Desde el pánico de los medios al aburrimiento, hasta
en la expresión felina de las locutoras que dan una noticia trágica, se
nota la infalibilidad de este mecanismo. De impacto en impacto,
encadenados velozmente, nuestro público cautivo no es dueño de ningún
pensamiento propio. De hecho, tampoco de ninguna emoción propia pues,
cuando estaría dispuesto a llorar, ya viene otro inmediato anuncio.
Solamente puede esperar el beneficio del siguiente impacto sensacional,
que le libra de cualquier compromiso emocional o intelectual (10). ¿No
está la mayoría de la fotografía, incluida la que trabaja dentro del
circuito del arte radical minoritario, presa de este mecanismo político,
perversamente autoritario?
Es un tópico, aunque quizá no por ello menos cierto, que el
capitalismo es un productor gigantesco de miseria. La primera producción
es un exterior horrendo, una constante inseguridad potencial que es el
combustible de una seguridad actual, constantemente reconstruida, al
minuto. En este aspecto, por el roce con un holocausto incansable, la
vida en el capitalismo tardío es un rito permanente de iniciación. La
creación de inseguridad es una parte sustancial de su seguridad igual
que la movilización incansable es una parte sustancial de la
estabilidad. Esa dialéctica más o menos soterrada reactualiza una
estrecha alianza de miedo y amurallamiento que es indispensable para la
cultura del mercado. La auténtica pujanza social del "argumento del
riesgo" reside en su constante proyección de amenazas para el futuro,
dice Beck (11). El nuevo conservadurismo, no tan nuevo, es el del
movimiento. "Cualquiera que haya conservado cierta lucidez sabe que la
crisis está siempre ahí, que es el motor interno del capitalismo en su
fase actual, de la misma manera que el estado de excepción es hoy la
estructura normal del poder político (...) la crisis, convertida en
permanente, exige no sólo que los pueblos del Tercer Mundo sean cada vez
más pobres, sino también que una parte creciente de los ciudadanos de
las sociedades industriales esté marginada y sin trabajo. Y entre los
Estados llamados democráticos no hay ninguno que no esté hoy
comprometido hasta el cuello con esta fabricación masiva de miseria
humana" (12).
La propia idea de noticia, destacando el fondo de lo anómalo en un
primer plano de completa normalidad, donde no debe pasar nada distinto
al automatismo del consumo, dibuja sin cesar un "estado de excepción"
que poco a poco ha de convertirse en regla. Es la visible excepción
instantánea que confirma la invisible seguridad de la regla, también
instantánea. No es noticia una humilde familia campesina iraní sentada a
la mesa mientras habla de las faenas y el clima. No lo es la vida
diaria en Sacardebois (¡claro, no sabemos qué es eso, pero es que la
vida es eso!). Es noticia cualquier suceso relacionado con la
perspectiva de la mundialización. Salvo excepciones tiernas, noticia es
lo producido en el ánima del cañón informativo (13). "La foto 'hace' a
la persona o el paisaje, en el sentido en que se dice que el periódico
hace el acontecimiento (y no se conforma con narrarlo). Lo que vemos, lo
que percibimos, son fotos. Éste es el mayor interés de la foto,
imponernos la 'verdad' de imágenes adulteradas inverosímiles" (14). En
este aspecto, la verosimilitud fotográfica y en general mediática, su directo,
es la forma que tenemos de demostrar la inverosimilitud del Dios de la
época, la transparencia del mundo en la información, la reversibilidad
de lo local en lo global. Es una mentira gigantesca, pero funciona, pues
sin ella nuestra fe en la Historia, en la narración moderna y
postmoderna de Occidente, se derrumbaría.
Una constante "alarma social", una hipocondríaca sensibilidad ante la
incesante procesión de eventos externos, que cada día baten una marca,
es lo que justifica la extrema crueldad de sistema informativo,
despiadado con sus víctimas. De lo que se trata es de mantener al
moderno parque humano tenso, normalizado por la atención a las afueras,
por el miedo a los monstruos del pantano. Es la vieja historia del
peligro externo, sin el cual no vive ningún sistema de dominio. Desde
Bourdieu a Baudrillard, se ha comentado abundantemente el carácter
endogámico del circuito informativo occidental, aparato con el cual blanqueamos
a diario nuestro malestar, exorcizando el mal hacia fuera. Recordemos,
sin ir más lejos, las no tan viejas quejas de las autoridades vascas,
cuando decían que Euskadi es noticia únicamente si hay bombas. Es
cierto, pero todo el sistema informativo es así. Recordemos simplemente
que los parias de la tierra sólo salen en las fotos como víctimas,
cuando son mercancía informativa, jamás siendo felices o haciendo su
vida cotidiana. Eso, sus vidas reventadas, es el precio que ellos pagan
por tener una vida en nuestras pantallas, por salir en nuestros
reportajes, incluidos los vascos.
"La visión cotidiana de un barrio periférico, en su lóbrega
monotonía, no le dice nada a nadie, y a los periodistas menos que a
nadie" (15). Poco a poco, la noticia se produce estimulando la noticialización
de la tierra, estableciendo un sesgo en los acontecimientos,
polarizando el interés en una vendible dirección de impacto.
Convirtiendo la excepción en norma, en suma, la información trabaja a
favor de una suerte de estado de excepción convertido en ley. El
periodismo, imbricado con el studium fotográfico, es
gradualmente el primer agente de oscurantismo en esta época. Puesto que
lo diario no es en absoluto relevante, es incluso incomprensible (este
es todo el límite de lo que Nietzsche llamaba "platonismo") se da, en un
sentido paradójico, un daltonismo congénito a la lógica
informativa, una especie de ceguera hacia lo cotidiano, donde sin
embargo se incuba lo que algún día será relevante. Sobre este terreno,
retroalimentado por ella, crece la fotografía como práctica social. Con
la ayuda de la cuchilla de la nueva imagen, el dispositivo periodístico
estimula la separación cada vez mayor entre la superestructura global,
escenario de todo tipo de catástrofes, y la blindada vida corriente,
donde aparentemente no ocurre nada, ni debe ocurrir nada (aunque por eso
mismo sea el armario de toda clase de sospechas). La transparencia
planetaria se coaliga con el secretismo privado. Esta dialéctica, por
supuesto, se acentúa en la era televisiva, pero estaba básicamente
incluida en la aparente inocencia de las primeras fotografías.
El formato estructural es la violencia. Las escenas de violencia
contantes, la hilera sin fin de los muertos, consigue tapar el sentido
de la condición mortal que tememos, esa comunidad humana en la dureza de vivir de la cual queremos apartarnos, despegarnos. Por eso noticia
es casi siempre algo malo que le ocurre a otro, aunque algún día ese
otro pueda ser nuestro vecino. La cobertura informativa, que busca
víctimas por todas partes, cubre al consumidor de la información para
que allí no pase nada. Es el sistema de la desgracia organizada, de la
crueldad organizada, como dice Adorno (16). Pobre del que caiga de su
lado, en el coto libre de esta nueva caza del hombre, allí donde el uno
de la indiferencia, por no decir del odio, rellena una y otra vez la
multiplicidad informativa del mercado. Es el odio por todo lo que no ha
ocurrido, pues como en nuestro reducto de seguridad ya no debe ocurrir
nada, y no tenemos ningún programa para la violencia del sentido, de lo
no sabido, eso genera un odio imparable.
Y esta dialéctica letal no ha dejado de expandirse en estos pulcros
tiempos postmodernos, mientras el sujeto mismo es puenteado por un Ello del mercado que se casa día a día con el Superyó
del Estado, mientras la rapiña privada ("Una madre mata a sus cuatro
hijos en Utah. Los detalles, después de la publicidad") complementa
constantemente a la encíclica estatal, Derechos Humanos incluidos. Es
por este camino (la Unión Europea cubriendo a los Estados Unidos de
América, y viceversa) que se llega, como se ha dicho en algún sitio, al
estado espectacular integrado. En él los desalmados globales bombardean
países exangües. Los desalmados medios operan con crímenes selectivos.
Los pequeños canallas locales que somos cada uno de nosotros perseguimos
al vecino anormal, a los fumadores, a las chicas con velo, a los
personajes incorrectos (17). Nadie debe quedarse sin su presa, sin su
particular ración de eje del Mal a perseguir en este globo en blanco y
negro. El cuarto poder y su "alarma social" se convierte entonces en la
múltiple cabeza buscadora de este único combate que tiene por blanco la
existencia cualquiera, eso justamente que, desde nuestro nihilismo informativo, no podemos saber qué es.
4
"Estaban disparándole a la multitud. Cayeron más niños (...) Me puse a
fotografiar al niño que agonizaba a mi lado. Le brotaba sangre de la
boca y algunos niños se le arrodillaron al lado y trataron de detener la
hemorragia. Luego unos niños gritaron que iban a matarme (...) Dije que
era reportero y estaba allí para ser testigo de los hechos" (18). La
fotografía se extiende masivamente para difundir el modelo de un testigo
neutral que rehace el mundo a imagen del poder de la neutralidad,
de la expectación global y su distancia frente al dolor de cualquiera
(19). En el fondo, como se suele decir, todo consiste en enmarcar una
porción del cono de visión mientras se está en el lugar apropiado y en
el momento justo. En esta época del fin de la Historia (20), las cámaras
de bolsillo nos permiten trabajar para una historia múltiple que sigue
siendo devoradora, prolongando soterradamente el espíritu de dominio del
siglo XIX. Sin preguntarle antes, el flash ilustra al objeto, la información ilumina una zona de la tierra.
Mañana podremos mirar el corazón de nuestro prójimo, asomarnos por
todas partes y sin embargo estar solos, nórdicamente a salvo, aislados
por esa "licencia" acristalada de la cámara. Cierto, estar en cualquier
sitio exige no estar en ninguno, con nadie. De manera que la ubicuidad
pasiva del registro fotográfico es el "mensaje" de la fotografía, su
forma silenciosa de agresión. Tal mensaje insiste en que sólo
permaneciendo resguardados junto a la cámara oscura, junto al sensor
digital (metáfora del útero protector que se duplica en el laboratorio
de revelado, en el hogar confortable donde se contempla la diapositiva o
se proyecta la impresión electrónica) es como podemos captar el
exterior, capturarlo, atravesarlo. Permanecemos pegados a la "nada
segura" de la cámara porque no estar en parte alguna es la condición
para que todo sea objeto, nítidamente recortado. Así pues, la pasividad
endogámica de dispositivo fotográfico es el eje de sus logros.
Evidentemente, a pesar de sus relaciones con el poder de su época, un
arte encadenado al lento trabajo sobre el ser de la exterioridad, no
sobre su actualidad, como la pintura, jamás habría podido abrigar tales
ambiciones imperiales.
La cultura fotográfica, de manera semejante al cine, la televisión o
el vídeo, exige antes una guerra fría que allane el entorno y que corte
los vínculos con la vieja cultura comunitaria. Antes que las contiendas
bélicas, el proceso general de la industrialización realizó esa función
implacable de retirar al sujeto y obligarle a tomar distancias
con cualquier relación directa con el mundo. Solamente después de ese
retiro del sujeto a una acristalada privacidad, después de la indiferencia consiguiente, se puede decir algo así como: "Praga, Woodstock, Kosovo, Venecia, Iguazú, Gaza... Nikon".
Contiendas coloniales, matanzas, deportes de invierno, esperanzas
frustradas y extravagancias juveniles son semejantes, pues el encuadre,
de y para un público que no participa directamente en esas cosas, los
iguala socialmente. Todo es un espectáculo para las diversas cámaras que
trabajan para nosotros, metáforas a su vez del aislamiento productivo
del consumidor.
Dentro de nuestra patética inacción, con su violencia autista hacia
lo cercano, la fotografía se ha transformado en uno de los medios
principales para experimentar algo en la lejanía, para darnos
una apariencia de participación. El dispositivo fotográfico global
constituye un simulacro, una fina película de relación dentro de la
distancia segura, y de no-relación, que ha inyectado en el mundo la
sociedad técnica. Cuando el hombre no puede decidir nada en su entorno,
donde todo está maniatado por el pragmatismo de la economía, se vuelca
en la lejanía, incluso con los gestos exagerados de lo que llamamos
opinión pública. En este orden el sensacionalismo de la información, al
que la cámara fotográfica sigue prestando un servicio inestimable, es la
forma de compensar la anestesia de los informados. Como la materia
prima del capitalismo terciario es la humanidad, se trata consumir todo
lo que es exterior y más o menos indiferente, en particular esa
humanidad de segundo grado que nos roza por fuera (21). De este modo,
las imágenes fotográficas ayudan a mantener en un plano global la
separación, la autorreferencialidad indispensable para el poder de
Occidente sobre la tierra.
Los que está enfrente de la cámara, ese horror de la violencia y la
tiranía, y nosotros, la traslucida democracia. La información es un muro
flexible que nos protege de la humanidad, de sentirla como si fuera
única, siempre prójimo, sin diques separadores.
El fotógrafo es un especialista de la acción delegada, de una acción
neutra, que inyecta la no acción, valga la paradoja. Mientras personas
reales están matándose entre sí, matando a otras personas que gritan,
fotografiar es un acto intachable de no intervención para servirle datos
y entretenimiento al ocio y a la productividad de los elegidos. Si se
quiere, una intervención pasiva, de puro arbitraje o recreo, de
administración planetaria del horror. Finalmente, los parias y
desheredados de este mundo sólo salen en la foto cuando son "noticia",
esto es, cuando son heridos o están muertos. Quizá, con suerte, para
administrar las nuevas muertes en las pulcras estampitas de las misiones
y de las ONG's que publicitan el gran negocio occidental de la
victimización comunicadora y la ayuda. Con la contundencia que le
caracteriza, Baudrillard ha expresado así el mecanismo de este acoso
mediático y humanitario que logra broncear nuestra buena conciencia bajo
el sol de la solidaridad: "Y ellos sí que han visto desfilar a muchos
de esos buenos amigos. Hace poco incluso a Susan Sontag, que fue a
montar Esperando a Godot en Sarajevo. ¿Por qué no Bouvard y Pécuchet
en Somalia o Afganistán? Pero lo peor no está en el suplemento de alma
cultural. Está en la condescendencia y el error de apreciación sobre la
fuerza y la debilidad. Ellos son los fuertes; los débiles somos
nosotros, que vamos a buscar allí algo para regenerar nuestra debilidad,
nuestra pérdida de realidad. Nuestra realidad, he ahí el problema. Sólo
tenemos una realidad y hay que salvarla. Aunque sea mediante el peor de
los eslóganes: 'Hay que hacer algo. No podemos no hacer nada' (...) En
sus comentarios, Susan Sontag confiesa que los propios bosnios no creen
realmente en el infortunio que les rodea (...) Pero Susan Sontag, que
viene de Nueva York, debe saber mejor que ellos qué es la realidad,
porque los ha designado para encarnarla. O quizás porque es aquello de
lo que ella misma, y todo Occidente, más carece. Hay que ir a rehacerse
una realidad allí donde corre sangre. Todos esos 'pasillos' que abrimos
para enviarles nuestros víveres y nuestra 'cultura' son en realidad
pasillos de la desgracia a través de los cuales importamos sus fuerzas
vivas y la energía de su infortunio. Intercambio, una vez más, desigual"
(22).
En situaciones donde el fotógrafo debe optar entre una fotografía y
una vida, optará con frecuencia por la fotografía. En cualquier caso, de
forma general, la persona que interviene no puede registrar, la que
registra no puede intervenir. Podemos decir entonces que uno, el
especialista armado con la cámara, actúa como supuesto notario para que
millones puedan no actuar, delegando incluso en el periodismo el juicio
moral. La cámara, también la de Salgado y tantas otras estrellas de la
miseria ajena, es un puesto de observación para la división del mundo
entre los que viven y mueren de un lado y, de otro, los que observan
desde fuera, desde la barrera que brinda el filtro, el gran angular de
la producción periodística. En líneas generales, los pueblos están de un
lado de la cámara o de otro, pues lo que separa el Primer Mundo del
Tercero (el Segundo está en vías de desarrollo) es manejar con soltura
la cámara, esto es, estar a buen recaudo y focalizar lo otro como
objeto, materia prima turística, económica o política a reciclar en los
hornos crematorios del campo informativo. Aunque ese otro sea
una mayoría en el planeta, es sin remedio un Tercer Mundo en nuestra
jerarquía, una humanidad lista para administrar, porque se presenta
tecnológicamente desnuda y mezclada con la tierra, sin distancia
informativa con ella.
5
Para entender la lógica del universo mediador nos sirve también un
pequeño caso, minúsculo dentro de la diaria catarata de "noticias", que
hace unos años, con completa seguridad, pasó desapercibido en su
dimensión política. Una mañana las primeras páginas de los diarios
europeos reproducían la fotografía de un hombre llevándose las manos a
la cabeza dentro de su coche, gritando ensangrentado bajo el cuchillo de
alguien que le atacaba desde fuera. Sólo es necesario señalar que el
interés periodístico de la escena, además del atractivo morboso de la
violencia, se reforzaba porque tanto la víctima como el asesino se
adscribían a los dos bandos de un conflicto que es informativamente
central en los últimos años. Nos interesa destacar en esa escena otros
rasgos periodísticamente invisibles que, sin embargo, podrían empezar a
señalar otro género de noticia. Si el espectador se libera de
la inercia de nuestras costumbres, podíamos extrañarnos de que un
testigo como el fotógrafo no solamente no intente ayudar a ese hombre
herido sino que tenga incluso la sangre fría de hacer una serie de fotos
en las cuales llamaba la atención la nitidez del encuadre.
Esta nueva e inquietante "noticia", que difícilmente será captada por los medios, es la siguiente: la mano del fotógrafo no tiembla.
El profesional no pierde la cabeza, lo que sin duda es tomado como
ejemplo de buen periodismo. No sólo esto, sino que, para asegurar
nuestra implicación espectadora, se pueden ver al fondo de la misma toma
a varios profesionales más filmando el suceso desde otros ángulos,
seguro que todos ellos también con un alto grado de profesionalidad. En
efecto, lo que hace al periodista invisible como persona, incluso
carente de responsabilidad, es la nitidez del enfoque, es
decir, su insensibilidad estrictamente "profesional". De igual manera
que la nuestra nos hace a nosotros espectadores invisibles, a salvo de
toda implicación personal (el índice de audiencia no implica a nadie).
Paradójicamente, por lo tanto, cuando se está en el momento adecuado y
en el lugar justo es, digamos, como si nadie en particular
estuviera allí, sino solamente el ojo objetivo de la cámara y de la
información. Un ojo que todo lo ve y nada siente, por encima del bien y
del mal. Una vez más, las connotaciones trascendentes son harto
intrincadas.
Por supuesto, el anuncio de que "las escenas que se verán a
continuación pueden herir su sensibilidad" se convierte en un reclamo
publicitario de primer orden. Sin embargo, si se insinúa que en aquella
escena del hombre acuchillado se está haciendo negocio con la vida de un
hombre, se contestará con premura, con una lógica inatacable e
indignada, que el fotógrafo es un testigo que se limita a retratar un
suceso y que su labor sensibiliza al público sobre la violencia. La
democracia y el "derecho a la información" exigen que haya periódicos y
periodistas que cumplan su trabajo como testigos neutrales de cualquier
suceso. Sin embargo, todo esto no se sostiene más que en un entramado
que, si no pasa por siniestro, es debido a su normalización universal, a
la anestesia global. De otro modo, ¿ese supuesto fin público puede
justificar los medios, en este caso dejar matar a un hombre?
Únicamente porque las vidas se cuentan en abstracto, guiadas por el
automatismo anónimo del lucro, no resulta escandaloso que el derecho a
la información (en suma, el desayuno entretenido de millones de
ciudadanos) valga más que la existencia de un solo hombre de carne y
hueso. Justificar esa pasividad del periodista, que es la nuestra, en
nombre de una solidaridad estimulada por la empresa de noticias, es un
escarnio, puesto que la pasividad del profesional se corresponde con la
del consumidor de imágenes, que poco a poco se limita a observar cómo
discurre virtualmente todo lo que no sea privado. Esa lógica es la que
explica la pasividad de los ciudadanos ante todo lo que ocurre en la
calle ante su vista, sin la mediación del dispositivo técnico.
No sólo es una aberración totalitaria la idea de que pueda haber una
cámara fija y neutra ante la fuente del sentido, que es por definición
inanticipable (en eso estriba su comunidad), sino que además es falso.
Las cámaras no están allí para ser neutras, sino para tomar partido por
la trivialización del dolor ajeno, por la neutralización del asco moral.
La proliferación de imágenes tienden más a habituarnos al horror que a
la relación directa con nuestro prójimo. En realidad, la idea central de
ese omnipresente ojo informador tiene como fin que seamos cada día más
insensibles al dolor del humano cercano, justamente, aquel ante quien
somos responsables, pero cuya atrasada existencia estorba quizá nuestro aislamiento productivo.
Piénsese en el conocido premio Pulitzer de la niña doblada de
inanición ante la mirada atenta del buitre. Desde una perspectiva
política, importa poco la postura personal del periodista ante la
polémica que suscitó su imagen, quien finalmente se suicidó. Lo cierto
es que la misma lógica calculadora que ha contribuido a llevar el hambre
a esa región, el mismo mecanismo abstracto del mercado, sostiene
después la cámara para seguir con el negocio, como sostendrá más tarde
el mercado político de la ayuda humanitaria (23). Por otra parte, buena
parte de esos crímenes no ocurrirían si no entrasen de antemano en la
órbita multiplicadora de la información. Se sabe, por ejemplo, que a
veces la simple presencia de las cámaras ha redoblado las matanzas en
África, para hacer propaganda de la ferocidad del bando de turno. En
realidad, las tropas de intermediación de la ONU, ¿están en los
escenarios de guerra para mucho más que para conseguir que haya imágenes,
esto es, para que se puedan mover las cámaras de los mismos Estados
que, a través de diversos mecanismos, han inyectado la violencia? La
nueva materia prima es el conflicto local, que alimenta el consumo
interno de la globalidad occidental. Las cámaras están allí solamente
para demostrar que la información lo cubre todo y que, por tanto,
protegidos por la cámara que filma, nosotros seguimos en el Primer Mundo
(24).
Sobre este mecanismo perverso de blanqueo, aunque tal vez creyéndose
la satanización de las otras culturas que a los occidentales nos resulta
natural, Beigbeder comenta: "Desde los safaris de Hemingway, África ha
cambiado. Ahora es básicamente un continente que el mundo occidental
deja agonizar (en 1998 el sida mató a dos millones de personas,
principalmente porque los laboratorios farmacéuticos que fabricas los
triterapéuticos -el americano Bristol-Myers-Squyinn, por ejemplo- se
niegan a rebajar los precios de sus medicamentos). El lugar ideal para
que el personal bien pagado recargue sus pilas: en esta tierra saqueada
por el virus y la corrupción, en pleno corazón de guerras absurdas y
genocidios recurrentes, el insignificante personal capitalista recupera
la confianza en el sistema que le mantiene. Se compran máscaras típicas
de madera de ébano, se crean recuerdos, se creen, a veces, que
intercambian puntos de vista con los indígenas, mandan soleadas postales
para provocar la envidia de las familias atrapadas por el invierno
parisino. A la fauna publicitaria se le enseña África como un
contraejemplo para que tengan prisa por regresar a casa, aliviados de
haber comprobado que en otros sitios las cosas todavía están peor. De
ese modo, el resto del año se convierte en algo aceptable: África sirve
de antipiso-muestra. Que los pobres se mueran significa que los ricos
tienen una razón para vivir"(25).
6
Esta licencia de higiénica separación afecta, acaso por encima de
todo, a lo más íntimo. Los "elegantes y despiadados" retratos que Avedon
tomó en 1972 a su padre moribundo (superados, quizás, en la filmación
en vídeo Heaven and earth que Bill Viola realiza en 1992 con la
muerte de su madre) insinúan esa amoralidad. Igual que lo hacen los
planos que W. Eugene Smith captó a fines de la década de 1960 en la
aldea pesquera de Minamata, en Japón, donde casi todos los habitantes
están tullidos y muriendo lentamente por contaminación con mercurio.
Aquí, con Sontag, podemos ser más bien comprensivos, pensando que tales
imágenes nos conmueven, que documentan un sufrimiento que despierta
indignación, aunque a la vez nos distancie con esas soberbias estampas
del dolor. Quizá sólo habría que decir que la fotografía normaliza la
exclusión, integra e higieniza el holocausto diario que practica la
turbina del desarrollo sobre el mundo antropológico exterior. Después de
todo, las cámaras reducen la experiencia a miniaturas, transforman el
destripamiento ajeno en espectáculo, comercian mundialmente con las
emociones.
Fijémonos en los esperados certámenes anuales del World Press Photo.
La Fundación del mismo nombre concede anualmente un premio "como
estímulo internacional para incentivar la expresión artística en la
fotografía de prensa". ¿Hace falta algo más que esta frase para
demostrar que se trata de un negocio insensible a las vidas que
vampiriza? En los paneles vemos impresionantes tomas, insultantemente
artísticas, de toda clase de horrores. Ante ellos, el fotógrafo, y con
él nosotros, se limitó a buscar el encuadre más logrado, como si todo
eso fuese un fenómeno meteorológico. Desgraciadamente, se dirá, los
sucesos ocurren sin que los provoquen los medios. Pero, ¿qué diferencia
clara, política, técnica y ética, hay en eso? No es sólo que muchos
crímenes, comunes o políticos, no ocurran ya más que en función de su
inmediato eco en los medios y estén diseñados para su amplificación
repetitiva. ¿Por qué no sospechar, según esa misma mentalidad, que
muchas noticias sean directamente producidas, que algún crimen
sea facilitado, estimulado, permitido, para poder filmarlo? La
frecuencia en los casos de difamación, difamación letal sin respuesta
posible, avala esta sospecha. Así como la escandalosa facilidad de la filtración,
política o jurídica, a la prensa. Pero aquí el dato tal vez más
inquietante es la aparición de un nuevo tipo de crimen, difícil de
reprimir porque sólo tiene en realidad el móvil de su publicidad, de
proporcionarle a su ejecutor unos días de gloria.
La fotografía vuelve irrelevantes las reacciones compasivas. Es como
una terapia de choque, un mecanismo pauloviano invertido, buscando un
"reflejo condicionado" donde no haya reacción... salvo quizá la de
extender la dependencia hacia empresas afines a la que paga al
fotógrafo. Trabaja así para el relativismo del mercado y la "tolerancia"
típica del capitalismo, para un bienestar asentado en la administración
de una humanidad considerada, en su inmensa mayoría, de segundo orden.
Tal poder consiste en que simultáneamente nos ofrece una relación
experta con el mundo y una aceptación promiscua de él. En ese aspecto,
el studium periodístico de la fotografía profesionaliza la indiferencia,
la contaminación expansiva de la pasividad. Su mirada ultradinámica
halaga al espectador occidental, encerrado en su nicho interactivo,
creándole una ilusoria sensación de ubicuidad, un cómodo dominio sobre
un fondo de seres borrosos a los que incluso ayudamos.
"No es posible mirar detenidamente ese momento y después emerger más
fuerte. McCullin, cuya 'contemplación' es peligrosa al mismo tiempo que
activa, escribe con amargura bajo una de las fotos: 'yo me limito a usar
la cámara del mismo modo que un cepillo de dientes. Ella hace el
trabajo' (...) Tales momentos, ya estén fotografiados o no, son
discontinuos con respecto a todos los demás. Existen por sí mismos. Pero
el espectador atrapado por la fotografía se inclinaría a ver esta
discontinuidad en términos de su propia inadecuación moral. Y en cuanto sucede esto incluso su terror se desvanece:
su inadecuación moral pasará ahora a aterrarle tanto como los crímenes
que se están cometiendo en la guerra. Y o bien se encoge de hombros
quitándole importancia a un sentimiento que ya le resulta familiar, o
bien piensa en cumplir una suerte de penitencia; el ejemplo más puro de
este tipo de autocastigo sería el hacer una contribución a ciertas
organizaciones como UNICEF" (26).
Los fotógrafos profesionales insinúan que es de hecho banal intentar
siquiera comprender el mundo. A cambio, nos proponen que lo
coleccionemos, esto es, que deleguemos en ellos y en la perspectiva
global que comandan. En efecto, la "complejidad" siempre ha sido una
coartada para el papel de gurú del especialista. Entendiendo el
conocimiento acumulativamente, sin adarme de aliento común que nos
comunique con la interioridad de su significado, los expertos dibujan un
globo "complejo" para estimular la recolección. Todo ello como si
coleccionar pudiese ser algo neutro, como si no facilitase la labor de
los especialistas en "actuar" (que con frecuencia son los mismos que
pagan a los fotógrafos). En realidad, bajo esa falsa modestia se
encuentra un acabado plan de reducción empirista de la comprensión, de
reducción ultrapragmática de la relación con el exterior. Los fotógrafos
se consideran a sí mismos observadores agudos pero imparciales, cuando
en realidad ejercen la función propia de los últimos sacerdotes. Su
contabilidad fría de lo real, con una impersonalidad agresiva en
profundidad, es lo que fascina al público de la mundialización.
Llenamos el suceso de flashes, instantáneas, ruido, opiniones,
ángulos y enfoques, filtros. Es como si no soportáramos la presencia
cruda del acontecimiento, como si hubiera que definirlo, cocinarlo.
Ciertamente, como un papel secante, la foto fija lo sangrante de la
visión, la congela, tranquilizándonos con una muestra manejable, que
además se puede repartir sin esfuerzo como artículo de solidaridad a
distancia o de consumo. Es evidente que, al multiplicarlo técnicamente,
el suceso pierde el dramatismo vital de su unicidad, que nos hacía
testigos y cómplices. Aunque no es exactamente esto lo que hace Warhol
con sus cuadros de accidentes y sillas eléctricas, y tampoco es esta la
dramática labor documental de Metinides en Méjico, es así por norma. La
fotografía resulta a medio plazo de una moralidad analgésica y además
sensualmente estimulante. Las imágenes anestesian, retroalimentan un
ansiado punto de saturación. No sólo facilitan una higiene óptica sino
que, a través de la manejabilidad aliviadora del icono técnico, limpian
incluso el alma, su malestar y sus posibles fondos reservados. Su
principal efecto es convertir el mundo en un supermercado sin paredes,
acaso de paredes invisibles.
La imagen periodística es ante todo un muro de protección, un gran
preservativo anímico, pues acompaña el malestar de nuestro retiro al
aislamiento productivo con figuras de una exterioridad que es aún peor,
de hecho siempre insoportable. Es más, es el horror ajeno, servido
masivamente por el periodismo, el que hace que el tedio interior sea
tolerable, hasta confortable. Y nuestro muro es invisible, ya que se
construye solamente con una imagen del afuera. Mientras nos
separa, convierte el exterior en un espacio irrespirable, atravesado por
un sufrimiento inhumano. Como hace con más eficacia la televisión, el
método es sencillo: primero se contamina con ese enfoque de horrores;
después se ofrecen soluciones y se suscita la opinión, permitiendo una
tranquila vuelta al trabajo, aliviados otra vez de un espanto que ha
quedado fuera. Primero se crea un problema, más o menos vírico. Después
se vende una vacuna.
¿Es por tanto abusivo ligar el mecanismo social y político de la
fotografía con las nuevas formas silenciosas de genocidio que se
practican en el extrarradio de la globalidad, esas afueras que pueden
estar aquí, a un milímetro del hic et nunc de cada existencia?
El método nazi era uniformado y brutal, por eso, eficazmente reproducido
por una potente industria, causa ese incesante escándalo. Sin embargo,
con el reciclado fotográfico del mundo, la incineración postmoderna del
otro ya no parece causar dolor ni dejar residuo. Y esto, ciertamente, no
deja de tener relación con lo que a veces hemos imaginado como un
crimen perfecto.
Ignacio Castro Rey, Matanza de imagen, fronteraD, 13/04/2013
Notas
1. Walter Benjamin, "La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica", Discursos interrumpidos I, Taurus, Madrid, 1973, p. 47.
2. En este punto Virilio toma distancias con cierta fascinación
moderna de Benjamin: "A propósito de la fotografía, Walter Benjamin
explicaba imprudentemente: 'Prepara este movimiento saludable por el
cual el hombre y el mundo que lo rodea se convierten el uno para el otro
en ajenos, abriendo el campo libre donde toda intimidad cede el puesto a
la iluminación de los detalles'". Paul Virilio, La bomba informática, Cátedra, Madrid, 1999, p . 67.
3. Susan Sontag, Sobre la fotografía, Edhasa, Barcelona, 1981, p. 55.
4. Jean Baudrillard, "El espíritu del terrorismo", Microfisuras, nº 16, Vigo, 2001, p. 141.
5. "Nuestro mundo no es, de ninguna manera, tan 'complejo' como
pretenden quienes quieren asegurar su perpetuación. Es incluso, en sus
grandes líneas, de una perfecta simplicidad. Hay, de un lado, una
expansión continua de los automatismos del capital, lo que constituye el
cumplimiento de una predicción genial de Marx: el mundo por fin configurado,
pero como mercado, como mercado mundial. Esta configuración hace
prevalecer una homogeneización abstracta (...) De otro lado hay un
proceso de fragmentación en identidades cerradas, y la ideología
culturalista y relativista que acompaña esta fragmentación. Estos dos
procesos están perfectamente entrelazados. Pues cada identificación
(creación o bricolage de identidad) crea una figura que produce materia
para el mercado inversor. No hay nada más cautivo, para la inversión
negociante, de más ofrecido a la invención de nuevas figuras de
la homogeneidad monetaria, que una comunidad y su o sus territorios. Es
necesaria la apariencia de una no equivalencia para que la equivalencia
sea, ella misma, un proceso. ¡Qué devenir inagotable para las
inversiones mercantiles el surgimiento, en forma de comunidad
reivindicativa y de pretendida singularidad cultural, de las mujeres, de
los homosexuales, de los minusválidos, de los árabes! Y las
combinaciones infinitas de rasgos predicativos, ¡qué ganga! ¡Los
homosexuales negros, los serbios minusválidos, los católicos pedófilos,
los islamistas moderados, los sacerdotes casados, los jóvenes ejecutivos
ecologistas, los parados sumisos, los jóvenes ya viejos! En cada
momento una imagen social autoriza nuevos productos, revistas
especializadas, centros comerciales adecuados, radios 'libres', redes
publicitarias dirigidas, y por último atractivos 'debates de sociedad'
en las horas de gran audiencia. Deleuze lo decía exactamente: la
desterritorialización capitalista necesita una constante
reterritorialización. El capital exige, para que su principio de
movimiento homogeneice su espacio de ejercicio, la permanente surrección
de identidades subjetivas y territoriales, las cuales, por otra parte,
sólo reclaman el derecho de estar expuestas, al mismo título que las
otras, a las prerrogativas uniformes del mercado. La lógica capitalista
del equivalente general y la lógica identitaria y cultural de las
comunidades o de las minorías forman un conjunto articulado". Alain
Badiou, San Pablo. La fundación del universalismo, Anthropos, Barcelona, 1996, pp. 10-11.
6. Susan Sontag, Sobre la fotografía, op. cit., p. 38.
7. Bourdieu se ha extendido ampliamente sobre los efectos
políticamente perversos de este mecanismo de la discontinuidad, de la
fragmentación veloz, en lo que atañe a la televisión. Pierre Bourdieu, Sobre la televisión, Anagrama, Barcelona, 1997, pp. 132-133.
8. Cfr. Roland Barthes, La cámara lúcida. Nota sobre la fotografía, Paidós, Barcelona, 1990, p. 118.
9. Weber, otra vez, nos da pistas en este punto. Max Weber, La ética protestante y el espíritu del capitalismo, op. cit., p. 37. Igualmente Martin Heidegger, Carta sobre el humanismo, Taurus, Madrid, 1970 (3ª ed.), pp. 33-36.
10. "Una de las razones del silencio de los italianos es el ruido de los media.
Cuando las cosas no habían hecho nada más que empezar, los periódicos y
las televisiones -principales organizadores del consenso al régimen
hasta ese momento- ya habían mostrado unánimemente su repulsa. De esta
forma, han quitado literalmente la palabra a la gente, impidiendo que
las palabras tan lenta y fatigosamente recuperadas fueran seguidas de
hechos". Giorgio Agamben, Medios sin fin. Notas sobre la política, Pre-Textos, Valencia, 1993, p. 104.
11. Ulrich Beck, La sociedad del riesgo, Paidós, Barcelona,
1998, p. 39. Con demasiada frecuencia, sin embargo, Beck cae en la
sensibilidad hipocondríaca del bienestar europeo, insistiendo en el
carácter indetectable de las "amenazas globales" del riesgo y en la
importancia de los "órganos perceptivos" de los expertos científicos. Ibíd., pp. 33 ss.
12. Giorgio Agamben, Medios sin fin. Notas sobre la política, op. cit., p. 111.
13. Sólo a modo de índice recordemos que son tres grandes agencias
informativas (Associated Press, Reuter, France Press) las que sirven las
noticias mundiales. Lo cual explica que un simple "apagón" informativo
haga prácticamente invisible, e impune, todo lo que ocurra en cierta
zona de la tierra, sea el juicio de Milosevich o la vida diaria en
Cisjordania. Recordemos, simplemente, la importancia de los "gabinetes
de prensa" en toda empresa privada o institución pública que se precie.
Sólo la Comunidad de Madrid posee un gabinete de prensa que ocupa a más
de cincuenta periodistas.
14. Gilles Deleuze, Francis Bacon. Lógica de la sensación, Arena, Madrid, 2002, p. 93.
15. Pierre Bourdieu, Sobre la televisión, Anagrama, Barcelona, 1998, p. 27.
16. Max Horkheimer y Theodor W. Adorno, Dialéctica de la Ilustración, Trotta, Madrid, 1997, p. 183.
17. Alain Badiou, "Velo", Rebelión, 26 de febrero de 2004.
18. Citado por Susan Sontag, Sobre la fotografía, op. cit.,
p. 201. También: "En medio de la confusión el fotógrafo conservó la
calma y esta imagen del alcalde ensangrentado desplomándose en brazos de
un asistente ha pasado a formar parte de la historia fotográfica". Ibíd., p. 203.
19. "Nosotros colocamos nuestra silla en el medio -eso me
dice vuestra sonrisa satisfecha-, y a igual distancia de los gladiadores
agonizantes que de los cerdos divertidos". Martin Heidegger, Nietzsche I, Destino, Barcelona, 2000, p. 235.
20. Con la expresión "fin de la historia", que se repite a lo largo
de este ensayo, no nos referimos en particular a la tesis de Kojève
sobre el fin de la historia y la consiguiente instauración de un Estado
universal homogéneo (o una cultura global de consumo, como defienden los
epígonos de aquél). Dado que se repite por doquier, sólo tomamos esta
tesis como topos de una modernidad tardía que pretende haber
acabado con la dualidad historia/vida (lo que es lo mismo:
Estado/sociedad civil) gracias a que el Estado se ha transformado en
mercado ágil, diseminando la antigua contradicción en la multiplicidad
local, privada, individual. Pero el tema del fin de la historia ya
aparece en Marx como un intento de naturalizar el Estado, esto es, de divinizarlo (Cfr. Karl Marx, El Capital. Crítica de la economía política,
Libro Primero, vol. 1, Siglo XXI, Madrid, 1984 (4ª ed.), p. 99). En
todo caso, toda la lógica de esta investigación va en la dirección de
mostrar que la contradicción subsiste, tanto entre la superestructura
occidental y la vida local que tapa, como entre lo que llamamos
Occidente y el resto del mundo. Cfr. Giorgio Agamben, Homo sacer. El poder soberano y la nuda vida, Pre-Textos, Valencia, 1998, pp. 81-82.
21. "Esta sería una pregunta propia de la avidez de novedades de los
curiosos, cuya característica principal consiste en que aquello de que
están ávidos en el fondo y de antemano no les concierne; toda curiosidad
se nutre de esa indiferencia esencial". Martin Heidegger, Nietzsche I, op. cit., p. 276.
22. Jean Baudrillard, Pantalla total, Anagrama, Barcelona, 2000, pp. 59-60.
23. "La organizaciones humanitarias, que hoy flanquean de manera
creciente a las organizaciones supranacionales, no pueden empero,
comprender en última instancia la vida humana más que en la figura de la
nuda vida o de la vida sagrada y por eso mismo mantienen, a pesar suyo,
una secreta solidaridad con las fuerzas a las que tendrían que
combatir. Es suficiente una mirada a las recientes campañas
publicitarias destinadas a recoger fondos para los emigrados de Ruanda
para darse cuenta de que la vida humana es considerada aquí
exclusivamente (y hay sin duda buenas razones para ello) en su condición
de vida sagrada, es decir, expuesta a la muerte a manos de cualquiera e
insacrificable, y que sólo como tal se convierte en objeto de ayuda y
protección. Los 'ojos implorantes' del niño ruandés, cuya fotografía se
quiere exhibir para obtener dinero, pero al que 'ya es difícil encontrar
todavía con vida', constituyen quizás el emblema más pregnante de la
nuda vida en nuestro tiempo, esa nuda vida que las organizaciones
humanitarias necesitan de manera exactamente simétrica a la del poder
estatal. Lo humanitario separado de lo político no puede hacer otra cosa
que reproducir el aislamiento de la vida sagrada sobre el que se funda
la soberanía, y el campo de concentración, es decir el espacio puro de
la excepción, es el paradigma biopolítico que no consigue superar".
Giorgio Agamben, Homo sacer. El poder soberano y la nuda vida, op. cit., p. 170.
24. "En los sistemas políticos en los que se dan, no se nos ofrece la
oportunidad legal de influir de una forma decisiva en la dirección de
unas guerras libradas en nuestro nombre. El darse cuenta de esto y el
actuar en consecuencia es el único modo eficaz de responder a lo que
muestra la fotografía. Sin embargo, la doble violencia del momento
fotografiado funciona de hecho contra esta toma de conciencia. Por eso
se pueden publicar con toda impunidad". John Berger, Mirar, Gustavo Gil, Barcelona, 2001, p. 47.
25. Frédéric Beigbeder, 13'99 euros, Anagrama, Barcelona, 2004, p. 126.
26. John Berger, Mirar, op. cit., p. 46.
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