El fàstic




ASCO: Sentimiento presente en todas las culturas, el asco ha dejado de ser mera fisiología para teñirse de contenidos morales, sociales, religiosos. Su fuerza para inhibir conductas lo convierte en instrumento de educación moral 

Acostumbrados a hablar de los sentimientos románticamente, yendo del amor a la melancolía o de la ternura a la nostalgia, incluir en esta sección el asco puede parecer un anticlímax. ¿A quién va a interesar estudiar esta experiencia tan desagradable, cuya mera descripción puede incomodar? Pues, desde luego, a mí. El asco nos proporciona una clave insustituible para conocer la naturaleza humana. Es un sentimiento universal, presente en todas las culturas, que ha pasado de ser mera fisiología a tener un contenido moral. Este salto nos retrata como especie. 

Paul Rozin, uno de los grandes expertos en este asunto, distingue el miedo del asco suponiendo que el miedo surge ante una amenaza corporal, mientras que el asco aparece ante un peligro espiritual. A primera vista, es una afirmación extravagante, pero ya veremos que no lo es. La evolución del sentimiento de asco nos muestra a las claras que somos biología en trance de espiritualizarnos mediante la cultura. Este proceso me parece tan fascinante que he dedicado gran parte de mi labor investigadora a describirlo. El constructor del puente de Alcántara, Cayo Julio Lacer, colocó en su obra una inscripción, escrita en bello latín, que les traduzco parcialmente: “La arquitectura es el arte supremo mediante el que la materia se vence a sí misma”. Quería decir que las piedras –la materia– tienden a caer, a pesar de lo cual el arte consigue elevar ágiles construcciones que desafían la gravedad. Me gusta aplicar esta frase a la naturaleza humana. Llamo espíritu a esa cualidad de nuestra materia que se vence a sí misma, que se transfigura a sí misma, que nos lanza más allá de la fisiología.

La evolución de nuestros sentimientos y de nuestros deseos sigue este fantástico camino. La sexualidad o la digestión son fenómenos humildes en sus inicios que han dado lugar a una floración amorosa, eró-tica o gastronómica sorprendentes. 

El asco pertenece a la gran familia de la aversión. Hay cosas que nos atraen y cosas que nos repelen. Esta es una de las primeras valoraciones que podemos hacer de la realidad. El odio –del que les hablaré en otra ocasión– y el miedo también pertenecen a esa familia afectiva. Por eso, al estudiar las fobias, muchas veces resulta difícil saber dónde colocarlas. Llamamos fobia a un miedo o a una repugnancia tan intensa e injustificada que afecta seriamente a la vida de las personas que la sufren. La fobia a las arañas, o a las serpientes, es la exageración de un sentimiento normal, a medio camino entre el miedo y el asco. Asco, miedo y odio son aversiones y se caracterizan porque impulsan a separarse del objeto que las provoca. El miedo, mediante la huida. El asco, mediante el vómito. El odio, posiblemente, deseando destruir el objeto odiado. Miller, uno de los más completos tratadistas de este tema, dice que lo opuesto al amor no es el odio, sino el asco. Ya veremos que tiene algo de razón.

SUCIEDAD Y REPUGNANCIA

La etimología de asco es un ejemplo de las perspicaces equivocaciones que comete el lenguaje. Según Corominas, deriva del castellano antiguo usgo (odio, temor). Según María Moliner, esta palabra se modificó bajo la influencia de asqueroso, que proviene del latín escharosus (lleno de costras). Es, pues, un híbrido etimológico. En inglés, disgust hace referencia al gusto. En efecto, la repugnancia ante una comida es el caso más claro de esta emoción. Hay un reflejo de defensa que fuerza al organismo a rechazar lo que puede hacerle daño. Pero esta función vital se ha ido ampliando, haciéndose cada vez más metafórica, más simbólica, menos física. La suciedad fue la primera ampliación. Lo sucio produce repugnancia. Entramos ya en un mundo diferente. El concepto de suciedad es cultural. Las normas que la rigen evolucionan con la historia. Nos resultaría difícil comer en la mesa de los nobles medievales, demasiado groseros para nuestra sensibilidad. Norbert Elias, que ha estudiado la evolución de la urbanidad y de las buenas maneras, supone que la prohibición de realizar las funciones fisiológicas en público deriva de nuestro afán por ocultar nuestro origen animal, del deseo de apartarnos de la naturaleza. Esta prohibición se impone mediante la educación del asco.

No quedó ahí la ampliación del sentimiento. La suciedad también se relaciona con lo puro y lo impuro, conceptos que están en la base de muchas morales y religiones. Basta leer el Antiguo Testamento para comprobar la variedad de esas prohibiciones tajantes. En el Levítico se señala cuáles son los animales puros o impuros. El cerdo, por ejemplo, es impuro. “No comeréis su carne ni tocaréis sus cadáveres. Serán inmundos para vosotros.” Normas parecidas existen en la cultura hindú o en la musulmana. En El rompecabezas de la sexualidad estudié la historia de las creencias acerca de la sangre menstrual. Son supersticiones que han llegado casi hasta nuestros días. 

El asco también se ha utilizado en todas las propagandas racistas. Se acusa a los enemigos de tener alguna característica física que produzca repugnancia. Pondré como ejemplo un texto de Felix Fabri, un monje del siglo XV que peregrinaba a Jerusalén y que se preguntaba por qué los musulmanes permitían a los cristianos entrar en sus baños públicos. “Se debe a que los sarracenos emiten un hedor horrible y, por eso, realizan continuas abluciones de diversas clases y, puesto que nosotros no olemos mal, no les importa que nos bañemos con ellos. Pero esto no se lo permiten a los judíos, que apestan aún más.” El círculo se amplía. Ahora vemos que Rozin tenía razón. El asco pasa de proteger el cuerpo a proteger el alma.

El pecado


La fuerza del asco para inhibir conductas ha recomendado su utilización como instrumento de educación moral. Junto a la vergüenza y la culpa forma la tríada de sentimientos morales. Sentimos, en efecto, repugnancia ante ciertas conductas. Por ello, los sermones de los moralistas insistían mucho en subrayar la asquerosidad del pecado. En las descripciones del infierno, el olor a azufre era imprescindible. En el siglo X, Odón, abad de Cluny, escribe un exabrupto con el que pretendía eliminar las concupiscencias pecaminosas: “La belleza física no va más allá de la piel. Si los hombres vieran lo que hay debajo de la piel, la vista de las mujeres les sublevaría el corazón. Cuando no podemos tocar con la punta del dedo un escupitajo o la porquería, ¿cómo podemos desear abrazar un saco de estiércol?”. Todavía a mediados del siglo XX, el padre Antonio Royo Marín, un reputado moralista, en el capítulo de su Teología moral para seglares dedicado a la sexualidad, advertía que iba a abordar “una materia escabrosa y nauseabunda”. Sin embargo, hay algo que rebaja la eficacia de esta retórica: el deseo sus-pende provisionalmente las reglas del asco, por eso en ocasiones puede llegar a extremos incomprensibles.

También el amor suspende las reglas del asco, como sabe toda madre que tiene que limpiar el culito de su niño. Recuerden que antes les dije que lo opuesto al amor no era el odio –del odio al amor sólo hay un paso– sino el asco. Es una aversión más inmediata y potente. La incompatibilidad entre el amor y el asco nos permite descubrir otra característica de este sentimiento. No sentimos asco por lo que pertenece a la propia intimidad, sino por lo que se halla fuera de ella. Es fácil poner ejemplos. Nadie siente repugnancia al tragar la propia saliva, pero nadie es capaz de beber un vaso lleno con ella. Al salir del cuerpo, queda afectada por las leyes generales de la repugnancia. El sentimiento de pertenencia, por lo tanto, es un gran antídoto contra el asco. Sabemos que hay personas que sienten repugnancia hacia una parte de su cuerpo, porque, de alguna manera, no se identifican con ella. Es el trágico problema de las personas transexuales, que no pueden soportar la vista de sus órganos genitales. El amor, al permitir el ingreso de otra persona en la propia intimidad, al hacer posible un nuevo tipo de vinculación, puede abolir algunas de nuestras repugnancias.

ATRACCIÓN

Hay una derivación del sentimiento de asco que me parece trágica. Algunas personas sienten profunda atracción por lo repugnante. No me estoy refiriendo a desviaciones como la coprofagia o a los que buscan excitación en lo que les produce asco, en un proceso muy parecido a los que la buscan en el dolor. Me refiero a algo más profundo: a la búsqueda voluntaria de la abyección. A una especie de hundimiento voluntario en un mundo repulsivo, al envilecimiento. Es una posibilidad humana, pero terrible, esta claudicación de la propia dignidad. En su origen puede haber un deseo de autodestrucción, una protesta contra la sociedad o un afán de expiación. Baudelaire, el autor de Las flores del mal, es un ejemplo claro. Buscaba la liberación de sus fantasmas en la depravación, que era una especie de autocastigo.

El lector habrá comprobado cómo un sentimiento puramente fisiológico –el asco– ha ido ampliando su radio de acción, incluyendo elementos morales, sociales, religiosos. Así estamos hechos. El mundo de los sentimientos es una selva fértil, dada a polinizaciones cruzadas, en la que brotan arquitecturas plurales y barrocas, flores maravillosas y flores carnívoras. Por eso es tan apasionante explorarlo.

Un caso literario

La náusea es la manifestación más expresiva de la repugnancia, pero también es el título de una de las grandes obras de Jean Paul Sartre, premio Nobel de Literatura. En ella da una versión despreciativa y trágica de la condición humana. Sartre pensaba –o al menos eso decía– que la náusea era un sentimiento metafísico, en el que se nos desvelaba la verdadera índole de la realidad. La relacionaba con “lo viscoso”, un concepto que también se aplica a las conductas humanas. La viscosidad es un estado incierto de la materia, que no es sólida ni líquida. Aprisiona sin ofrecer resistencia, como la miel, o como la pez, que nunca acaba de separarse, que liga. “Un apretón de manos es viscoso; es viscosa una sonrisa; un pensamiento, un sentimiento pueden ser viscosos. No podríamos explicar el asco que inspiran sino por contaminación de esa cualidad física con ciertas cualidades morales.”

Un caso curioso

El escrúpulo es el asco producido por el temor a tocar algo sucio o a realizar un acto moralmente dudoso. El escrupuloso mira y remira algo antes de tomarlo. También aquí somos testigos del paso del ámbito físico al moral. Escrúpulo significa “aprensión de tomar algún alimento o usar alguna cosa por temor a que esté sucio por haber sido usado por otra persona”. La palabra tiene una curiosa historia, que en su origen nada tiene que ver con los sentimientos. Según los diccionarios antiguos, “escrúpulo es cierto peso pequeño, del cual usan los boticarios, especialmente en las confecciones de cosas venenosas”. Es un poco más de un miligramo. Un trabajo escrupuloso es el que atiende a todos los detalles, y una persona escrupulosa es la que resulta atormentada por cosas minúsculas. Los tratados de psicología moral estudiaban antes los escrúpulos morales como una patología de la conciencia que veía pecados en cualquier acto y conducía a la angustia y a la desesperación

José Antonio Marina, El asco como instrumento para educar, Magazine, 09/03/2008

Comentaris

Entrades populars d'aquest blog

Percepció i selecció natural 2.

Gonçal, un cafè sisplau

"¡¡¡Tilonorrinco!!! ¡¡¡Espiditrompa!!!"