"Las que tienen que servir".
Gracita Morales |
En el terreno educativo triunfa también la misma visión servicial del
mundo. Hubo una película española, creo que protagonizada por Gracita
Morales, que se llamaba Las que tienen que servir. Bueno, pues ahora los
que tenemos que servir somos todos… y todo. Los estudios tienen que ser
rentables laboralmente o se convierten en pérdidas de tiempo
injustificables. La curiosidad intelectual o el afán de conocer no
bastan para legitimar los años y los gastos invertidos en cualquier
esfuerzo académico. En el fondo, ése es el verdadero problema de la
universidad actual, bajo las pautas abierta o encubiertamente
mercantilistas dictadas por Bolonia. Me parece la queja general que
subyace los testimonios recogidos en el muy interesante volumen La
universidad cercada (ed. Anagrama), compilado por Jesús Hernández,
Álvaro DelgadoGal y Xavier Pericay, en el que colaboran figuras tan
destacadas de nuestros centros superiores de enseñanza como Roberto
Blanco Valdés, Francesc de Carreras, Carlos García Gual, Román Gubern,
Jordi Llovet, Gabriel Tortella y otros de no menor fuste. El objetivo de
los planes de estudio viene dictado hoy en gran medida por las
exigencias de las empresas que pueden ofrecer colocación a los
graduados. La investigación no directamente instrumental —es decir,
“humanista” en el sentido amplio del término sea de ciencias o de
letras— resulta algo anticuado o indebidamente aristocrático…
Algunos impenitentes agradecemos a Nuccio Ordine, excelente editor
de las obras de Giordano Bruno entre otros méritos, su manifiesto
L’utilité de l’inutile (Les Belles Lettres) en el que repasa las
opiniones de filósofos y escritores sobre la importancia de seguir
tutelando en escuelas y universidades ese afán de saber y de indagar sin
objetivo inmediato práctico en el que tradicionalmente se ha basado la
dignitas hominis. No sólo en occidente, también en testimonios de
Okakura Kakuzô o Chuang Tzu. Su alegato se completa con otro publicado
en los años treinta por el científico norteamericano Abraham Flexner,
que reivindica también para las ciencias llamadas “duras” la misma
libertad inquisitiva que habitualmente parece reservada solo al arte y
los saberes filosóficos o literarios. Su lectura me recordó la respuesta
de Niels Bohr al preguntarle para qué podía servir la nueva visión de
la física que proponía: ¿Y para qué sirven los recién nacidos?
Se nos quiere encerrar en una fórmula reductiva de lo práctico,
ignorante de que existen tareas intelectuales sumamente provechosas
aunque no sean rentables. Por ejemplo: si lo único que indudablemente
tenemos los europeos en común es la gran literatura, frente a
rivalidades históricas y desencuentros económicos, ¿no sería provechoso
introducir un estudio serio y común de nuestros clásicos en todos los
bachilleratos europeos? Se dirá que en estos tiempos de crisis no hay
dinero para financiar ensoñaciones. Pero ¿no es la mentalidad mercantil y
el apego a lo bursátil lo que nos ha empujado hasta la situación
presente? ¿Es prudente sacrificar a esa tendencia la educación, en
especial la universitaria, en vez de intentar trascenderla? En su ensayo
de 1930 Posibilidades económicas para nuestros nietos, escribió John
Maynard Keynes: “La avaricia es un vicio, la potenciación de la usura es
una culpa, el amor por el dinero es despreciable (…). Volveremos a
apreciar de nuevo los fines por encima de los medios y preferiremos lo
bello a lo útil”. ¡Ojalá el gran economista fuera profético también en
este punto!
Fernando Savater, Non Serviam!, El País, 09/04/2013
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