Confiança mínima.

Con pies de plomo, en
efecto, se anda más despacio, más torpemente y, en general, se atasca el
mundo por todas partes, Justamente lo que se encuentra sucediendo a
nivel nacional e internacional, cuya circunstancia hace pensar en
hallarnos sumidos un tremedal o espeso suelo de alquitrán del que será
muy difícil librarse algún día. Ni las mismas arenas movedizas serían
tan determinantes, porque al fin y al cabo ellas habrían engullido ya el
presente y estaríamos situándonos en un periodo de nueva y fiable
cimentación.
Sufrir sin embargo la penalidad de los pies de plomo
prolonga sus perjuicios a la manera de los que se derivan de la polio.
El sistema se halla paralítico y sus articulaciones no avanzan, el
sistema no se mueve y su pasividad hace envejecer las estructuras
dinámicas, la economía y la sociedad apenas dan un paso y precisamente
cada año que pasa se mide en anualidades de retroceso.
He aquí la
concatenación que sigue a la desconfianza. El tradicional juego de la
palabra de honor y el estrechamiento de manos que comprometía
contractualmente a fondo y mediante un gesto muy simple es sustituida
por las aterradoras máquinas de los Gobiernos y su lentitud criminal.
Vivimos así como enviscados, ciudadanos tristes o embadurnados por un
sucio engrudo que se transforma en la depresión. Y ¿qué cosa al fin es
sentirse deprimido que la falta de autoestima? Faltos de confianza en
nosotros mismos, ¿cómo podría fluir la confianza en los demás?
Vicente Verdú, Pies de plomo, El Boomeran(g), 08/04/2013
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