L´abolició de l´atzar.


Hay una tendencia actual que parece sumamente peligrosa e injusta y que sin embargo se extiende y crece día a día con el beneplácito de todos y la oposición de ninguno: se trata de la negación del accidente y de lo accidental, y con ello de unas cuantas cosas más, poco definibles pero que han venido acompañando a la humanidad desde que tenemos memoria y que por lo tanto no deberían borrarse tan alegremente. Sus nombres son varios y hasta parecen en ocasiones contrarios: azar, fatalidad, suerte, destino, providencia son los más conocidos, a ninguno se le concede ya el menor crédito. Cada vez que ocurre una catástrofe, lo primero que se hace hoy en día es buscar responsabilidades, si es que no "culpabilidades".

El hombre contemporáneo es tan soberbio que ha llegado a creer que si algo va o sale mal es siempre porque alguien, en todo el infinito proceso de encadenamientos precisos para la mera existencia de lo más trivial o menudo, no ha hecho las cosas como debía. La idea subyacente es lo más preocupante, a saber: que todo es previsible y está controlado, que la seguridad teórica es plena, que la vida no tiene por qué estar sujeta, a accidentes ni a peligros ni a zozobras, a golpes de suerte ni de infortunio, a imprevistos ni a contratiempos. Y si algo sobrevive de todo esto tan antiguo, también se cree controlarlo: las empresas prevén en sus presupuestos las pérdidas debidas a reveses inesperados; los grandes almacenes las debidas a robos; todo el mundo las ocasionadas por incendios, en la supersticiosa ilusión de que hasta lo imponderable y caótico sigue pautas y se ajusta a una cantidad y a un orden.

Se ha abolido el azar, y aún más grave: se ha abolido la involuntariedad. Si un invitado rompe un jarrón chino en una casa, esa visita se sentirá desolada y quizá se ofrezca a pagar el daño, como si estuviera en una tienda. Pero todavía hoy sería inadmisible, y un atentado a la convivencia, que el anfitrión, además de disgustarse, le exigiera de inmediato ese pago acusándolo de descuido y de haber hecho un movimiento que entrañaba riesgo para la pieza. Es cuestión de tiempo, hacia eso vamos; hacia el día en que todos tengamos culpa de cuanto ocurre en el mundo, y vayamos por él como si estuviéramos en un museo, o aún peor, exactamente en una tienda.


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