Rescat, primera fase.
La
imagen de Rajoy levantando los brazos en el palco, cuando Cesc marcó el gol
del empate contra Italia, quedará para siempre incorporada a su carrera política
como un icono de esta mezcla de frivolidad y arrogancia que caracteriza al
presidente. Poco pan y peor circo. Este podría ser el eslogan de los seis
primeros meses de Rajoy.
No solo los mercados no han creído al presidente. No he visto en la prensa
extranjera una sola señal de que su impostado discurso triunfalista haya
engañado a nadie. Al revés, ha molestado a casi todos. Es más: el New York
Times no duda de que hará falta otro rescate para apuntalar al Estado. Es
decir, como siempre, la realidad tiende parecerse a todo lo que niega Rajoy.
“España va bien”, decía José María Aznar.
“España ha entrado en la Liga de campeones”, afirmaba Zapatero.
¿Recuerdan? Parece que fue hace un siglo. Vanidad de vanidades, que estamos
pagando todos. Zapatero negó la crisis y así empezaron sus desgracias. Rajoy
niega la intervención y se coloca en la pendiente. A los psicólogos corresponde
explicar esta patología del poder que es la pérdida del sentido de la realidad.
Porque solo así se entiende que un presidente caiga tantas veces en el error de
negar lo evidente. Cien mil millones es muchísimo dinero, y aún hay dudas de que
sea suficiente para el rescate. Es evidente que España no tiene recursos para
salvar a los bancos. El rescate era inevitable. Como es evidente que nadie da
una cantidad de dinero tan brutal sin garantías. Y todos sabemos la facilidad
con que las deudas privadas se convierten en deudas soberanas. ¿Cómo podemos
fiarnos de la gestión de la intervención por parte de un presidente que la
niega?
La intervención podía retardarse más o menos, las únicas dudas estaban en el
calendario. Las elecciones
griegas han sido un motivo para precipitar los acontecimientos. Desde Europa
se abruma de señales a los ciudadanos griegos para que no caigan en la tentación
de dar el Gobierno a la izquierda. Y, sin embargo, el impacto que tendría que
los griegos osaran un gesto de ruptura quizás podría servir como revulsivo.
Desde luego, quedaría en evidencia una política europea que tiene dinero para
rescatar a los bancos pero lo niega para rescatar a los ciudadanos. Con razón
decía Jurgen Habermas que “el desequilibrio entre los imperativos del mercado y
el poder regulador de la política ha sido identificado como el verdadero
desafío”. El problema es que la política ha renunciado a dar la batalla.
Ahora que la intervención de España ya ha sido consumada en su primera fase,
dos cuestiones deberían presidir el debate público. Primera: ¿Qué hacer con los
responsables del desaguisado bancario? Cien mil millones más en la deuda
española es mucho dinero para que se pase de puntillas sobre este desastre. Hay
que exigir explicaciones y responsabilidades, por un elemental principio de
equidad. Segunda: ¿Quién rescata a la ciudadanía? Hasta cuándo se seguirá
ahogando a los parados, a los jóvenes —una generación se está hundiendo—, a los
pequeños empresarios, a las clases medias y populares. Nadie espera que el
rescate bancario mejore las condiciones de la población. Sigue el insultante
discurso del sacrificio y de la penitencia por los excesos cometidos como si lo
ocurrido fuera culpa de los ciudadanos. ¿Hay rescate para ellos? No hay ninguna
señal de cambio en las políticas económicas. Recortar es el único mensaje que
reciben los ciudadanos. ¿A alguien puede extrañarle que el electorado griego se
rebele? Más bien sería hora de preguntarse: ¿hasta cuándo aguantarán los
ciudadanos si nadie defiende sus intereses?
Josep Ramoneda, Poco pan y peor circo, El País, 14/06/2012
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