Rescat, primera fase.


Ser, saber, parecer, estos son los tres pilares de la enseñanza, según se cuenta en el museo de las Ursulinas de Quebec, que estaba yo visitando el sábado por la tarde, a la hora en que Luis de Guindos pedía oficialmente el rescate bancario de España. Las ursulinas fueron un gran poder en la ciudad de Quebec antes de que, en los 60, “la revolución tranquila” iniciara un imparable proceso de laicización del país. Ahora sólo quedan 22 monjas en un edificio de 100.000 metros cuadrados. Pero han tenido el buen tino de explicar su experiencia religiosa y educativa creando un museo en uno de tantos espacios sobrantes de su inmensa casa. Ser, saber y parecer: cuando se rompe este difícil equilibrio se pierde pie. Rajoy lo ha apostado todo al parecer. Y nadie le ha creído. Porque el parecer sin la solidez del ser y del saber es puro artificio.

La imagen de Rajoy levantando los brazos en el palco, cuando Cesc marcó el gol del empate contra Italia, quedará para siempre incorporada a su carrera política como un icono de esta mezcla de frivolidad y arrogancia que caracteriza al presidente. Poco pan y peor circo. Este podría ser el eslogan de los seis primeros meses de Rajoy.


No solo los mercados no han creído al presidente. No he visto en la prensa extranjera una sola señal de que su impostado discurso triunfalista haya engañado a nadie. Al revés, ha molestado a casi todos. Es más: el New York Times no duda de que hará falta otro rescate para apuntalar al Estado. Es decir, como siempre, la realidad tiende parecerse a todo lo que niega Rajoy.

“España va bien”, decía José María Aznar. “España ha entrado en la Liga de campeones”, afirmaba Zapatero. ¿Recuerdan? Parece que fue hace un siglo. Vanidad de vanidades, que estamos pagando todos. Zapatero negó la crisis y así empezaron sus desgracias. Rajoy niega la intervención y se coloca en la pendiente. A los psicólogos corresponde explicar esta patología del poder que es la pérdida del sentido de la realidad. Porque solo así se entiende que un presidente caiga tantas veces en el error de negar lo evidente. Cien mil millones es muchísimo dinero, y aún hay dudas de que sea suficiente para el rescate. Es evidente que España no tiene recursos para salvar a los bancos. El rescate era inevitable. Como es evidente que nadie da una cantidad de dinero tan brutal sin garantías. Y todos sabemos la facilidad con que las deudas privadas se convierten en deudas soberanas. ¿Cómo podemos fiarnos de la gestión de la intervención por parte de un presidente que la niega?


La intervención podía retardarse más o menos, las únicas dudas estaban en el calendario. Las elecciones griegas han sido un motivo para precipitar los acontecimientos. Desde Europa se abruma de señales a los ciudadanos griegos para que no caigan en la tentación de dar el Gobierno a la izquierda. Y, sin embargo, el impacto que tendría que los griegos osaran un gesto de ruptura quizás podría servir como revulsivo. Desde luego, quedaría en evidencia una política europea que tiene dinero para rescatar a los bancos pero lo niega para rescatar a los ciudadanos. Con razón decía Jurgen Habermas que “el desequilibrio entre los imperativos del mercado y el poder regulador de la política ha sido identificado como el verdadero desafío”. El problema es que la política ha renunciado a dar la batalla.

Ahora que la intervención de España ya ha sido consumada en su primera fase, dos cuestiones deberían presidir el debate público. Primera: ¿Qué hacer con los responsables del desaguisado bancario? Cien mil millones más en la deuda española es mucho dinero para que se pase de puntillas sobre este desastre. Hay que exigir explicaciones y responsabilidades, por un elemental principio de equidad. Segunda: ¿Quién rescata a la ciudadanía? Hasta cuándo se seguirá ahogando a los parados, a los jóvenes —una generación se está hundiendo—, a los pequeños empresarios, a las clases medias y populares. Nadie espera que el rescate bancario mejore las condiciones de la población. Sigue el insultante discurso del sacrificio y de la penitencia por los excesos cometidos como si lo ocurrido fuera culpa de los ciudadanos. ¿Hay rescate para ellos? No hay ninguna señal de cambio en las políticas económicas. Recortar es el único mensaje que reciben los ciudadanos. ¿A alguien puede extrañarle que el electorado griego se rebele? Más bien sería hora de preguntarse: ¿hasta cuándo aguantarán los ciudadanos si nadie defiende sus intereses?

Josep Ramoneda, Poco pan y peor circo, El País, 14/06/2012

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