Reivindicació de les lliçons econòmiques de Marx.
Karl Marx |
Con todo, la cualidad de la democracia griega que hoy más echo de menos es la
parresia, que consiste en atreverse a decir todo lo que uno piensa, arriesgando
desde el ridículo, al ninguneo de la opinión dominante, incluido el desprecio,
cuando no el odio, de los poderosos. Bailar fuera del tiesto se paga siempre a
un alto precio.
Justamente, la falta de parresia explica que a la mayoría de los economistas,
y con ellos a sus fieles seguidores los políticos, les haya pasado inadvertido
durante casi cinco años algo tan obvio como las consecuencias financieras de la
burbuja inmobiliaria. ¿Cómo se explica, por lo demás, que la inmensa mayoría de
los economistas no hayan previsto la crisis?
Atreverse a manifestar algo que se salga del marco de los intereses
dominantes lleva consigo de inmediato una descualificación que nos condena a la
invisibilidad, con un alto coste en prestigio y otras gabelas que pagaríamos de
buen agrado, si ello no implicase perder la plataforma pública desde la que
poder alzar la voz.
Un ejemplo contundente. Se han escrito montañas de papel sobre la durísima
crisis que nos aflige, sin que apenas haya saltado a la palestra el nombre de
Marx, el primero que describe las crisis económicas, vinculándolas al modo de
producción capitalista. En teoría no podrían existir, ya que la ciencia
económica daba por descontado que el mercado acopla la producción a la demanda,
pero si se presentan, como en efecto ocurre, se deberían a catástrofes
naturales, malas cosechas, disturbios sociales, inflación y subida incontrolada
de los salarios, explicaciones que Marx rechaza como la causa de crisis que se
repiten periódicamente, todo lo más concede que podrían ser síntomas.
La superproducción, piensa Marx, es la causa última de las crisis, a la que
suele preceder un periodo de especulación desmedida que en las ramas más
diversas aporta una prosperidad generalizada que impulsa a producir más de lo
que puede asumir el mercado. Las crisis estallan en la economía financiera
especulativa, para luego extenderse a la economía productiva, pero su causa
última es siempre la superproducción, a la que precede un periodo de
expansión.
Marx subraya la gran paradoja de que, cuando la mayoría carece de lo más
elemental, se acumule una gran cantidad de mercancías invendibles. Habla del
“milagro de la superproducción y supermiseria, en la que puede haber
superabundancia de productos, aunque a la vez la mayoría sufra bajo la aguda
necesidad de los medios de vida más elementales”. La conjunción de salarios
bajos y de una enorme producción de mercancías que los altos beneficios
impulsan, lleva a que las mercancías tengan que venderse por debajo del coste de
producción, que es lo que Marx llama superproducción, que se corresponde con un
consumo muy por debajo de la capacidad productiva, infraconsumo.
De las crisis solo se sale llevando a cabo una completa renovación del
aparato productivo, destruir para volver a construir, lo que permite al capital
volver a obtener beneficios. La crisis finaliza con la recuperación de la tasa
normal de beneficio, reestableciendo el equilibrio del sistema. Marx las compara
con el vómito de los romanos, hacer sitio para continuar comiendo, así el
capitalismo necesita autodestruirse periódicamente para volver a originar
beneficios.
No cabe con la brevedad necesaria señalar aciertos y fallos de la primera
teoría que se dio de la crisis, el principal error suponer que al final “las
contradicciones internas” desembocarán en el fin del capitalismo, ni mucho menos
completarla con la teoría de Keynes, que se centró en el domeñar las crisis para
salvar el capitalismo. Lo único que ahora me importa subrayar es hasta qué punto
la economía dogmática dominante, temerosa de la parresia, se niega a reconocer
los hechos más obvios.
Ignacio Sotelo, Reivindicación de la parresia, El País, 04/06/2012
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