El patiment és el motor de la felicitat.
El diseño del funcionamiento del cerebro lo deja bastante claro. Toda
interacción con el mundo, toda lucha por la consecución de algo conlleva placer
o dolor y eso nos aleja de la felicidad. Y eso se debe a que todo cuanto vemos,
tocamos, oímos u olemos o gustamos es filtrado, antes de alcanzar la conciencia
y la construcción del pensamiento, por nuestro cerebro emocional, en donde a esa
información sensorial se le da la impronta de bueno o malo, de placentero o
doloroso. Y ese marchamo es el centro y el origen de la infelicidad y el
sufrimiento.
La felicidad no es más que una idea sin más existencia que la que puede tener
un sueño. Una idea, sin embargo, que impregna toda la conducta humana desde los
tiempos del pensamiento mágico y lo sobrenatural, hasta ahora mismo que estamos
entrando más de lleno en el pensamiento llamado crítico. Una idea si se quiere,
eso es cierto, universal, como bien pudiera pensarse que es la idea de Dios pues
ambas vienen impregnadas de profundas emociones y sentimientos. Pero frente a la
idea de Dios, que no es verdaderamente universal, sí lo es en cambio la idea de
felicidad. A la felicidad aspira todo el mundo, independientemente de raza,
cultura, pensamiento, sociedad o lugar escondido del planeta. Todo el mundo, sin
excepción alguna aspira, de un modo u otro, a huir del sufrimiento y abrazar la
felicidad y construir su vida alrededor de esa idea. No es así para la idea de
Dios en donde dos tercios de la humanidad, buscando y aspirando a ser verdadera
y humanamente feliz, no aspira, ni tiene ninguna necesidad de un Dios que casi
siempre instrumenta alguien o muchos para su propio beneficio. La felicidad es
posiblemente la única idea, la única palabra, verdaderamente universal.
Cualquiera entendería que la felicidad, entendida como esa aspiración de los
budistas, en donde al final se extingue todo sufrimiento y dolor ante el mundo
no es humano, pues ni aun el mismo Buda debió alcanzarla completamente dado que
algo de frustración debió quedar enterrada en los entresijos profundos de su
cerebro cuando para lograr su propia felicidad abandonó a su propio hijo. Es así
que la felicidad se convierte en una búsqueda y un peregrinaje constante sin que
nadie haya alcanzado a encontrar lo que buscaba. La felicidad de este modo, la
felicidad humana, queda reducida a "momentos", a "parpadeos" de felicidad. A un
vuelo fugaz como aquellos que a veces se experimentan si te encuentras con casi
todas las necesidades satisfechas, lejos del dolor, el miedo, las angustias y
ambiciones y aún lejos de tu propio yo (centro de toda infelicidad) que por
segundos puede quedar diluido en el entorno. Esos segundos sí serían segundos de
felicidad. Segundos como aquellos que señaló Miguel Delibes cuando dijo que "la
felicidad no existe y a lo mucho que se llega, a lo largo de la vida, es a
briznas de dicha que se deshacen como las pompas de jabón".
La vida humana es pues, y de modo nuclear, lucha, actividad, curiosidad, un
hacer constante el mundo, lo que implica infelicidad. La infelicidad, así
entendida, es intrínseca a la vida humana. La felicidad, por el contrario no lo
es. Y es curioso el que la verdadera idea de felicidad, su consecución, reside
precisamente en el sufrimiento. El sufrimiento se convierte así en un motor, una
catapulta, una energía que nos mueve para intentar alcanzar algún parpadeo de
felicidad. Una aspiración humana a la que solo aquellos que se bastan a sí mismo
son capaces de aproximarse más largamente. Una aspiración a la que debe
aplicarse una regla de oro que es aquella de no pretender conseguir nunca
felicidad, si esta es a costa de la felicidad de los demás. Y una paradoja
añadida. Esos parpadeos de felicidad que llega a disfrutar el hombre de hoy, y
no un galeote en otros tiempos, se deben precisamente al esfuerzo de hombres
infelices, inquietos, con desazón y lucha constante por cambiar el mundo.
Dijo Umberto Eco una vez que "aquellos que aspiran a ser felices de modo
constante (aquí o en otro mundo) son unos cretinos". Y esto nos lleva a que si
queremos ser "humanamente felices" hay que desengancharse de ese imposible que
es la felicidad permanente. Y aun todavía más alejarse de ese otro imposible
religioso de encontrar la felicidad más allá de nuestro mundo vivo, telúrico. La
verdadera felicidad humana, esos parpadeos de felicidad "humanos", solo son
posibles aquí y ahora en este mundo y aun en briega constante con el mismo
sufrimiento pues "la vida vale la pena vivirla incluso cuando todo lo malo nos
llega a manos llenas y lo bueno es tan poco y escaso que no compensa" (Thomas
Nagel). De esto último fue ejemplo vivo otro filósofo Ludwig Wittgenstein quien
siendo un ser irascible y melancólico casi toda su vida y en su lecho de muerte,
solo y ante su casera, dijo algo así como "Dígales que ha sido maravilloso".
Francisco Mora, ¿Está nuestro cerebro diseñado para la felicidad?, El Huiffington Post, 07/06/2012
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