Ara, protestar no toca.
El todo es lo mismo ha sido uno de los deportes preferidos de España durante
los últimos 20 años. Se trata de agitar y de remover hasta crear una masa
informe que impida ver los hechos con los que tenemos que convivir. Las
tertulias han vertido toneladas de barro que han enfangado cualquier tipo de
discusión, desde la Guerra Civil hasta la actual crisis económica pasando por la
transición, el terrorismo o, si me apuran hasta el fútbol. No nos engañemos, no
se trataba en ningún caso de abrir un espacio para el debate, lo que se quiere
es verter aguarrás diciendo que era malta y anular cualquier posibilidad de
discusión. Todo es lo mismo, todos somos iguales: la historia es papilla.
Todo es lo mismo, el revisionismo más rancio ha publicado libracos enormes
para demostrar la legitimidad del alzamiento contra la República. ¿La
transición? Se la agita hasta obtener una pasta informe que acaba homogeneizando
todos sus actores hasta obtener un café para todos tan espeso que es imbebible.
Declaraba José Bono que se tuvo que buscar una capital a toda prisa para
Castilla-La Mancha puesto que había que igualar para volver a confundir. ¿Qué
más da? La actualidad no es mucho más halagüeña. Todo es lo mismo, se cepillan
leyes y estatutos hasta hacerlos irreconocibles y se intenta emparejar la
geografía con trenes de alta velocidad y aeropuertos. ¿Un eje mediterráneo?
Jamás, aunque se tengan que horadar los Pirineos. Con empresas públicas, por
supuesto, aunque parezca una contradicción en los términos.
Con semejantes precedentes no es extraño comprobar que la viscosidad aumenta
sin cesar. Hoy casi parece alquitrán y que los hay que colaboran con gusto. Hace
pocas semanas el periódico La Razón alcanzó mínimos históricos en la
prensa española. Publicó en primera plana las fotografías de cinco estudiantes,
logrando un nuevo hito en el periodismo de garrafón. Escucho a su director
declararse orgulloso de esa portada. En realidad, de lo que se declara orgulloso
es de contribuir al lodazal: los consejos de administración de las cajas de ahorros
pueden ser malos pero ahí tenemos a esos cinco estudiantes para compensar. En
una esquina cinco estudiantes; en la otra, multimillonarios. ¿Recuerdan ustedes
aquello de la sociedad líquida?
“No es hora de protestar” dicen los que nunca dijeron que no era el momento
de robar, “ahora tenemos que arrimar el hombro”, “debemos ir todos juntos”. Es
cierto que ha habido muchos hipotecados irresponsables pero no lo es menos que
ninguno de ellos se ha ido de rositas o con una indemnización millonaria. Los
mismos tipos que ayer se gastaban lo que tenían y lo que no, nos dicen que la
austeridad es un valor. Se ve que la credibilidad, la honestidad y la coherencia
no lo son. Es cierto que el vandalismo nos asquea pero, ¿tendremos el placer de
ver una página web para delatar a los que se han lucrado con los hospitales de
por aquí? ¿A los responsables del fiasco de las cajas catalanas? ¿A esos
abogados expertos en facturación creativa? ¿A los jueces que se van a Marbella a
cargo del ciudadano? Apuesto a que no, después de la comilona estamos tan
acostumbrados a la democracia de garrafón que ni tan solo esperamos respuesta.
Ríanse de la crisis económica con la crisis política que arrastramos.
“No, no, no es lo mismo”, nos dirán. No todo es lo mismo, no todos estamos en
el mismo barco. Para empezar, los hay quienes tienen por costumbre irse de
regatas con un velero, que, por cierto, tiene un nombre tan inapropiado como
Bribón.
Si es que nos lo ponen demasiado fácil.
Francesc Serés, La sociedad viscosa, El País, 18/06/2012
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