Assignatures de primera. Assignatures de segona.
Hay materias en el sistema educativo que se entronizan como decisivas, fundamentales. Y no se niega que lo sean. Lo que resulta menos claro es que lo consigan a costa de desconsiderar o desprestigiar a las demás. Del mismo modo que ciertos estudios tienen sin duda merecidamente un enorme prestigio, con independencia de cualquier otra consideración, algunos parecen necesitar mantenerlo poniendo en cuestión la importancia del resto. Los avatares y el tiempo transcurrido en estas estrategias nos permiten mirar con serenidad, pero con alguna necesaria distancia, esta preponderancia y predominio que para mantenerse requiere permanentemente de discursos de exaltación o de descalificación.
Hoy sin duda, por ejemplo, el imprescindible conocimiento de
idiomas, clave para la apertura de miras, la competitividad, la
internacionalización, las oportunidades, la comunicación y el acceso a otros
mundos y culturas, es reconocido como determinante en la educación. Sin duda,
como se subraya, con buenos motivos. Pero en ocasiones parecería que ello sólo
en sí mismo es ya la máxima expresión de una magnífica educación, incluso como
si pudiera limitarse a su aprendizaje aquello en lo que
consiste.
Desde luego, y de modo primordial, conviene no identificar sin más la
educación con la adquisición de conocimientos, ni reducirla a
mera enseñanza. Por supuesto que son decisivos pero no
exclusivos. Ni excluyentes. No es menos determinante cultivar la mirada, la
sensibilidad, la sensualidad, la imaginación, la iniciativa, la decisión, la
capacidad de análisis, de reflexión, el espíritu crítico, la colaboración, y
ello no es patrimonio de ciertas materias o estudios. Confiamos en que cada uno
de ellos, a su modo, lo hacen. Pero no hemos de olvidar que, también por
ejemplo, una persona sin sensibilidad social no es alguien bien
educado. O que el cultivo de los afectos o la inteligencia creativa son
determinantes. Y que su cuidado requiere además una consideración específica y
permanente.
Baste esta indicación para precavernos de quienes encuentran con demasiada
facilidad qué materias son “marías”, con una denominación improcedente
y de mal entendido pragmatismo. De ello parecería desprenderse una lección según
la cual algunos contenidos serían propios de un mundo eficiente y eficaz,
mientras otros nos distraerían en asuntos supuestamente de difícil inmediata
aplicación. De ellos se ocuparían materias inútiles,
“las inútiles”. Semejante planteamiento conllevaría
una visión tecnocrática y rentista de la educación. Conviene no confundir el
sentido de algo con su utilidad, lo que no significa que lo útil carezca de
sentido.
Es necesario volver a señalar la relación de la educación con el cuidado y el
cultivo de la salud, en un sentido integral. En cierto modo, en
una consideración abierta, de eso se trata. Que sea necesaria y fecunda para la
salud, para la vida plena, justa y libre. Nunca está de más, nunca es excesiva.
Sería descabellado considerar que la salud de que disponemos ya es suficiente, y
que tener más no es directamente útil para su puesta en práctica. Semejante
planteamiento se aplica en ocasiones a nuestra cualificación y
merece más detenimiento que el que solemos darle. Como en los estudios, los
buenos resultados son decisivos, pero no siempre se reducen a las
calificaciones, lo que no significa restarles importancia.
Considerar que toda actividad u ocupación que no consista exactamente en la
adquisición de determinados conocimientos evidentemente útiles
es una pérdida de tiempo se apoya en la consideración de la vida como puesta al
servicio de la satisfacción de determinados intereses inmediatos. La
rentabilidad social del conocimiento no ha de confundirse con su reducción a
mero instrumento para adoptar una postura o adquirir una
posición. Para quienes exclusivamente encuentran adecuada la formación
conducente a preparar empleados útiles, que algunos entienden
también como dóciles, en lugar de ciudadanos activos y
libres, o para quienes la única finalidad de los estudios es el
ejercicio profesional, las demás materias no pasarían de ser ocupaciones
secundarias y un obstáculo para esa preparación.
El necesario debate sobre la organización de los estudios ha de contar con la
experiencia de la comunidad educativa, lo que constituye un factor decisivo para
quienes tienen la responsabilidad de gestionarlos. Pero habríamos de compartir
que los conocimientos con competencias y valores requieren una
diversificación de visiones y de posturas, de
ángulos y de perspectivas, que las distintas
materias en su buena organización ofrecen. Solo así podemos hablar de una
formación integral, incluyente y plural.
No
basta saber o conocer, si bien resulta imprescindible. Es preciso que ese saber
y ese conocimiento sean abiertos e integradores. Del mismo modo que precisamos
articular, vertebrar y coordinar nuestra salud, la educación requiere toda una
composición armónica, que no se logra ni por acumulación ni
escorando la tarea hacia aspectos supuestamente nodales, aunque lo sean para una
visión particular. La vieja caracterización del profesor que siempre considera
que su asignatura es la verdaderamente importante reaparece en la forma de
quienes, al dibujar o gestionar los estudios, entronizan sus preferencias o
intereses, al amparo de su actualidad, en vez de en su
vigencia.
Reclamar sensibilidad artística o científica ni excluye ni ha de excluir la
sensibilidad social y la solidaridad humana que ellas comportan. Y esta
solidaridad también ha de exigirse entre las distintas materias. Puestos a
impulsar el esfuerzo y la entrega, conviene que seamos exigentes también con
nosotros mismos antes de rendirnos indiscriminadamente ante lo que deseamos o
simplemente nos gustaría que ocurriera. Si se trata de señalar prioridades, más
bien deberíamos subrayar la importancia del cuidado y el
cultivo de la palabra y la preocupación por los demás y por el
mundo en el que vivimos, más allá del limitado horizonte temporal y espacial en
el que nos encontramos. Expresarse correctamente, comunicarse bien, trabajar en
equipo, argumentar, aprender a decidir, son determinantes. En definitiva, saber,
saber hacer y disponer de la decisión, de la confianza y de la constancia para
ello y para realizarlo libremente con otros. Respetar su singularidad y su
diferencia hace de este saber prácticamente una sabiduría, una forma de
vida que nutre cualquier momento de nuestra existencia. Y que
requiere memoria. De ello no se desprende en absoluto, antes al
contrario, que hayamos de centrar la formación y la educación en unas pocas
materias que denominamos fundamentales, mientras desconsideramos a las demás por
“inútiles”.
Ángel Gabilondo, Las inútiles, El salto del Ángel, 01/03/2012
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