Think tanks.
Escribo esto desde Philadelphia, donde he
participado en una reunión internacional sobre esa cosa llamada “think
tanks” o centros de pensamiento. Un think tank es una animal
extraño: su misión es producir ideas relevantes que puedan ser aplicadas
por aquellos que tienen que tomar decisiones. Eso le distingue de una
Universidad, cuya misión es producir conocimiento científico de calidad,
independientemente de su aplicabilidad inmediata.
Los think tanks viven atrapados en una
contradicción permanente, pues quieren ser independientes pero a la vez
influir. Esto genera un problema evidente pues influir es muy difícil sin ser a
su vez influido por aquellos a los que se quiere influir. Parece un
trabalenguas, pero no lo es: utilizando una analogía de mercado, los think tanks
tienen que encontrar el equilibrio entre la demanda y la oferta de
ideas.
En teoría, los think tanks deberían pasar una
buena parte de su tiempo pensando sobre aquello sobre lo que los
decisores no tienen tiempo de pensar, a veces ni siquiera imaginar. Por
ejemplo: ¿cuáles son las implicaciones de la desertificación para la seguridad
en el Sahel? ¿O qué debería hacer Europa si una China agobiada por una crisis
económica decidiera atacar Taiwan? ¿O cuáles serán las consecuencias para la
seguridad internacional de la apertura al tráfico de contenedores del paso del
Ártico? Esa es la parte de la oferta: en general, los políticos y
diplomáticos, embrollados en el día a día, no tienen tiempo para pensar
sobre el futuro así que alguien tiene que hacerlo por o para ellos.
Pero también hay una demanda que
satisfacer: políticos y diplomáticos tienen que resolver problemas muy
concretos todos los día. ¿Qué medidas de presión se pueden adoptar
sobre el régimen sirio? ¿Qué tipo de eurobonos serían aceptables para Alemania?
¿Hasta qué punto los partidos islamistas son sinceros en su adopción de las
formas democráticas? Responder a esas preguntas requiere hablar con mucha gente
a un lado y otro del problema y buscar soluciones relevantes.
Guiarse por la demanda está muy bien; los que lo hagan serán útiles y
relevantes para los decisores. Pero el riesgo que corren es el de ser
tan reactivos como aquellos a los que sirven y dejar de pensar
en el futuro. En ese sentido, aunque existen muchos y muy buenos think tanks,
sus capacidades de previsión no son tan buenas como pretenden: es
difícil pensar en un problema que hubiera sido pensado antes de presentarse por
primera vez. Desde la piratería en Somalia, la primavera árabe, el auge
de los populismos en América Latina o la caída de la Unión Soviética, la mayoría
de los think tanks fueron pillados tan desprevenidos como las agencia de
inteligencia, gobiernos y otros observadores, fueran expertos provenientes de la
academia o periodistas con décadas de experiencia.
La reactividad de los
think tanks es particularmente acuciante en el campo de los centros de
pensamiento dedicados a los estudios sobre seguridad. Es un
problema mayúsculo porque según los datos que ha presentado el Profesor Jim
McGann, el mayor
especialista en think tanks, casi el 60% de los 5.200 think tanks que ha
identificado en el mundo se dedican a temas relacionados con la seguridad. Y
según los datos disponibles, no lo hacen muy bien ya que son excesivamente
unidimensionales, tienen una concepción excesivamente estrecha de la seguridad y
están demasiado pegados al “establishment” de seguridad defensa.
De ahí el juego de palabras, “pensar en
tanques” en lugar de “tanques de pensamiento”. Si
piensas en tanques verás tanques o estarás estancado y se te escaparán otras
dinámicas. Por eso, en el próximo post traeré un ejemplo de “buena práctica” en
el estudio de un problema: se trata de un estudio novedoso tanto en cuanto al
tema como al planteamiento y las conclusiones.
José Ignacio Torreblanca, Pensar en tanques, Café Steiner, 06/05/2012
Comentaris