TDAH o la medicació de l'educació.
Secundaria plantea nuevas perspectivas, los chicos son más mayorcitos y deben
cumplir objetivos. En estas últimas semanas no es rara la consulta en pediatría
de atención primaria, que es donde yo trabajo, de los padres angustiados porque
su niño ha suspendido todo, no ha puesto bien ni el nombre en los exámenes.
Unos lo han recibido de sopetón, no tenían ni la más remota idea, una
sorpresa, los más ya se lo barruntaban e incluso intentaron poner algún remedio
que no ha surtido efecto, clases extraescolares de apoyo, castigos a todo
aquello que pudiera parecer lúdico, broncas continuas y todo eso que como padres
y como exalumnos alguna vez hemos disfrutado. Algunos también han recurrido a
las vitaminas, curiosa esta solución la de dar complejos vitamínicos a un
individuo que come bien y a veces de más, sigue jugando a todo lo que se le
ponga por delante e incluso más de los que los padres desearan, pero que no
quiere estudiar. Y claro está el éxito del potingue es más que dudoso,
lógico.
Cuando la desesperación de padres y docentes va en aumento, esta solución
medicalizadora también se incrementa, interviene la interconsulta con el
gabinete psicopedagógico del centro que emite un informe donde indefectiblemente
argumentará que el niño tiene un coeficiente intelectual incluso alto, pero que
no se centra. Rápido se le cuelga el cartel "el niño es hiperactivo" sufre un TDAH (trastorno por déficit de atención e hiperactividad)
deberá consultar con su pediatra o con su neurólogo para valorar la necesidad de
estudio y/o medicación.
El entorno de un niño con TDAH es un infierno, cierto, las familias y
profesores que lo sufren se quedan cortos argumentando las peripecias y
problemas que genera, pero es una etiqueta que últimamente se ha extendido
demasiado, se sobrediagnostica multitud de casos donde el problema no está en el
niño, sino en su entorno. ¿Qué ocurre para que el niño no se centre? sencillo,
muy sencillo, el niño se aburre como una ostra en clase lo que se le ofrece no
es capaz de mantener su atención, entonces comienza el periplo por el despiste,
meterse con el compañero, tirar pelotillas al de delante, ver los pájaros por la
ventana, ¿puedo ir al baño?, cualquier cosa que distraiga un poco y alivie el
tedio de aguantar ocho horas en clase. Si además se añade una permisividad o
falta de límites enseguida aparecen las peleas, insultos a la autoridad del
profesor y paseos arriba y abajo del colegio camino del despacho del
director.
El niño o niña suspenso es producto de su entorno y de un sistema que no
funciona, que no le atrae, que no fomenta sus habilidades, no genera interés;
ocho horas de clase, más las extraescolares de violín, chino o karate,
actividades excesivas y a veces peregrinas cuando lo que falta es conciliación
real para que puedan los padres atender a sus hijos en casa.
Al final lo más fácil es drogar al niño para que no dé la lata. (El
metilfenidato es uno de los medicamentos crónicos más recetados hoy día entre
los 9 y los 14 años).
Jesús Martínez Álvarez, Medicinas para suspensos. La escuela no funciona, El Huffington Post, 20/06/2012
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