Allò que ens fa ser veritablement humans.

El niño Víctor se comió un loro y dejó un fresco rulo de excrementos en la alfombra de la mansión del Comisionado. ¿Es que no era humano? Basta levantar la vista para saber que no son suficientes 46 cromosomas para hacernos seres humanos. Sobre esta cuestión indaga El pequeño salvaje –un relato de uno de los maestros estadounidenses del género, T. C. Boyle–, que publica en español Impedimenta. Es una reformulación de la conocida historia de Víctor, el llamado niño salvaje, hallado a finales del XVIII por unos cazadores en Aveyron (Francia) en cuyos espesos bosques se habría criado con la sola compañía de otros animales, el hambre, el frío y el cielo.

Rómulo y Remo, Tarzán, Kaspar Hauser… todos son casos parecidos al de Víctor y todos han sido revisitados en forma de obras de arte, ensayos, novelas, películas, cómics y series de televisión. Thomas Coraghessan Boyle (Peekskill, Nueva York, 1948) debía tener una poderosa razón para volver a contar la historia. “Estoy fascinado por nuestra relación –en tanto que animales–, con el mundo natural. Este tropo aparece a lo largo de todos mis libros”, responde el autor vía correo electrónico desde California. Para su relato, lleno de agilidad, ternura y dureza, Boyle evitó conscientemente volver a ver la película de Truffaut de 1970 (también titulada El pequeño salvaje). “Hubiera comprometido mi propia visión”.

El narrador estadounidense decidió en el último momento dar vida propia a este relato: “En principio lo concebí como parte de mi novela de 2006 Talk talk, sobre el robo y la naturaleza de la identidad. La heroína, Dana Halter, es sorda, y se protege de manera estricta. Ella es la que escribió El pequeño salvaje, si se me permite la broma borgiana. Retiré la nouvelle de la novela y aun así uno puede ver a Dana escribiendo el libro y comprobar cómo su tema coincide con el tema del libro mayor”, cuenta Boyle.


En el torturado cuerpo de Víctor, y en su mente confinada en sí misma, se concentran grandes cuestiones en torno a la condición humana: si venimos al mundo con ciertas ideas innatas (Platón, Descartes); si somos una hoja en blanco que vamos llenando en sociedad (Locke, Condillac); si nacemos buenos por naturaleza (Rousseau); si lo contrario (Hobbes); si una combinación de todo ello (Kant, Krause). Ética, psicología, religión, lingüística y pedagogía… el famoso método Montessori (en el que un ambiente amable juega un papel crucial a la hora de formar al alumno) proviene en origen de Jean Itard, el médico que trató de humanizar a Víctor y cuyos diarios influyeron decisivamente en la pedagoga italiana María Montessori.


Al final del libro la cuidadora de Víctor enviuda y queda devastada. Será entonces cuando el niño salvaje (ya no tan niño) supere el egoísmo y la autocompasión y muestre el supremo grado de humanidad: la empatía. Víctor siente en su interior parte del dolor de su cuidadora.

Es aquí cuando Boyle introduce la reflexión política: “Hay un concepto sociológico llamado darwinismo social en el que la teoría de la evolución es aplicada a nuestras sociedades para justificar la opresión de los pobres por los ricos. Podremos tener empatía (algunos de nosotros, en cierta medida) pero seguimos siendo animales, animales codiciosos, que buscan el bien propio y el de su clan”. El escritor recuerda que el gato no siente remordimientos cuando, a pesar tener la tripa llena, se abalanza sobre el pájaro.

Y, junto a la empatía, la otra gran cualidad humanizadora es la capacidad para el pensamiento abstracto (posible solo gracias al lenguaje). "Leche" fue la primera palabra que el pequeño salvaje logró articular. No aprendería muchas más. Pero no hay humanidad sin esos dos frágiles y huidizos ingredientes: la capacidad para ponerse en el lugar del otro y la capacidad de pensar en abstracto. La lucha de Víctor y de sus cuidadores será alcanzar y preservar lo que nos hace humanos. Esa es, también, la lucha diaria e inacabable de las buenas personas.

Antonio Fraguas, No todos los humanos son humanos, ElPaís, 08/06/2012

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