Banquers i polítics.
Pero dado que las consecuencias no se han acabado, como diré más adelante,
vale la pena ver cómo se fueron articulando esas amistades peligrosas.
En primer lugar, durante la etapa de burbuja de crédito y del boom
inmobiliario se fueron configurando unas relaciones de connivencia e interés
mutuo entre banqueros y políticos. Los primeros financiaron proyectos públicos o
privados de discutible rentabilidad a largo plazo y, a cambio, los segundos, que
tenían responsabilidades de supervisión, a nivel autonómico y central, cerraron
los ojos al elevado riesgo crediticio y su concentración, una actividad tan
volátil como la promoción inmobiliaria y la compra de suelo. Esos riesgos fueron
mucho más elevados allí donde la amistad fue más próxima e incestuosa, como en
el caso de Castilla-La Mancha, Valencia y Madrid, entre otros. La consecuencia
fue que el balance de muchas cajas y bancos se llenó de activos de riesgo
valorados en balance a precios muy inflados.
Cuando el flujo de crédito internacional se acabó y cajas y bancos no
pudieron seguir endeudándose, la burbuja inmobiliaria pinchó y la economía entró
en recesión. Los precios de esos activos se desplomaron, quedando en los
balances como elementos tóxicos que amenazaban la solvencia e impedían a la
banca ejercer la función social que la justifica: suministrar crédito a empresas
y familias.
En ese momento, como ocurre cuando los riñones de una persona dejan de
funcionar como consecuencia de años de ingerir sustancias tóxicas, la terapia
adecuada era practicar una diálisis bancaria; es decir, conectar los bancos
intoxicados al sector público (nacionalización) para extraer los elementos
tóxicos y sanear los bancos para que pudiesen seguir haciendo su función de
suministro de crédito al cuerpo económico.
Pero esa diálisis es cara y hay que hacerla con recursos públicos, como
hicieron EE UU o Reino Unido. Para ello había que explicar a los contribuyentes
que convenía rescatar a los bancos, pero no a los banqueros, y que se iban a
exigir responsabilidades de todo tipo a directivos, accionistas y acreedores,
impidiendo sobresueldos, indemnizaciones, pensiones de escándalo y dividendos
ficticios. Es decir, como hizo Suecia en 1992 en circunstancias similares,
cuando practicó esa diálisis creando los llamados bancos malos, pero buscando
legitimidad política para hacerlo.
Pero en España, al no querer exigir esas responsabilidades, primero el
Gobierno de Rodríguez Zapatero y ahora el de Mariano Rajoy, buscaron las
soluciones en amaños que acaban complicando las cosas. Eso es lo que ha ocurrido
con las fracasadas fusiones de conveniencia, como si la biología y el sentido
común no nos enseñase que la unión entre un infectado y uno sano no acaba con
los dos infectados. O con la torpe gestión del caso de Bankia, una muestra clara de
que esas amistades peligrosas continúan condicionando la solución a la crisis
bancaria. Y con ella, la salida a la crisis y la vida de muchos ciudadanos.
Por desgracia, los efectos dañinos de esas amistades son aún más amplios. La
dimisión
forzada del gobernador del Banco de España es un ejemplo, con lo que
significa de pérdida de reputación de una institución básica. Como lo fue antes
la perdida de reputación de la Intervención General del Estado. O la pérdida de
virtudes cívicas que provocará la amnistía fiscal a los ricos. O la amnistía
penal concedida hace unas semanas a algunos banqueros. Estamos ante un quebranto
de virtudes cívicas e instituciones que son esenciales para buen funcionamiento
de la economía, la sociedad y la democracia. Virtudes e instituciones que una
vez deterioradas será muy difícil reconstruir.
No sé de donde puede venir, pero necesitamos con urgencia una regeneración de
la política que acabe con la cultura de irresponsabilidad de las élites
financieras.
Antón Costas, Amistades peligrosas, Negocios. El País, 03/06/2012
http://economia.elpais.com/economia/2012/06/01/actualidad/1338560062_777253.html
http://economia.elpais.com/economia/2012/06/01/actualidad/1338560062_777253.html
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