A Casp xarren en aragonès occidental.


Lo Matarranya

Escribo aquí en una de las tres lenguas aragonesas, la española, este es su nombre si la inteligencia rige. Incluso ante la inteligencia emocional, que si bien es un dique de contención de las malas vibraciones, no debe por ello ser el dique del río interno de la inteligencia sin más, la del libre albedrío y el pensar por uno mismo. Las otras dos lenguas de Aragón son la aragonesa y la catalana. Aunque, quién sabe, puede que si prospera la iniciativa del PP y del PAR (Partido Aragonés Regionalista) para cargarse a la una y camuflar a la otra no esté escribiendo en español. Puede que, por regla de tres, esté escribiendo en aragonés occidental, si resulta que el catalán de la Franja, el catalán franjolí (ese es el nombre según sus lingüistas), es nada más y nada menos que el “aragonés oriental / meridional / septentrional” para los sin duda competentes lingüistas y geógrafos que inspiran la derogación de la vigente ley de lenguas.

No todo está sentenciado, como han dado a entender algunos medios. El nuevo anteproyecto habrá de ser debatido en las Cortes aragonesas en otoño. Los municipios y el Consejo Escolar de Aragón, a los que ha sido remitido, pueden ahora presentar enmiendas. La sociedad civil aragonesa se manifestará de algún modo, puede que solo las instituciones en aragonés y en catalán creadas en los últimos 20 años. Ya se verá, estamos a principios de verano y las gentes en aquellas tierras tienen por suerte todavía trabajo, por ser profesores y, en gran medida, por ser agricultores en la Franja o trabajar en el sector turístico en las comarcas de lengua aragonesa.

Pues existe una lengua aragonesa. Es la lengua que, si todo va de la peor manera, perderá más. Es decir, “el aragonés se convierte en un cadáver donado para la ciencia, para los filólogos, y en una reliquia popular”, en palabras del profesor José Bada, teólogo y antropólogo social que fue el primer consejero de Cultura del Aragón autonómico y que ahora resiste como puede al despropósito actual. Por lo que respecta al catalán franjolí, el señor Bada tampoco tiene dudas: “Sobrevivirá mal que les pese”.


La entrevista de A. Ibáñez a este hombre sabio, que hoy dedica sus esfuerzos a la Fundación Investigación para la Paz, que como consejero ayudó a promover ya en 1984, fue publicada en El Periódico de Aragón este 20 de junio, junto a la nota sin firma sobre el anteproyecto presentado por la consejera Dolores Serrat el día anterior, de titular así de raro: “Los entes anti catalanistas aplauden la decisión del Gobierno”.

Lo de “entes” me provocó un respingo. Si hay una “lengua del III Reich” según ha demostrado Victor Klemperer (Minúscula, 2002), hay una lengua del franquismo (como del régimen de Vichy en Francia, de la Italia de Mussolini, de la URSS de Stalin, del Chile de Pinochet, de la Gran Bretaña de Thatcher...). Una lengua del franquismo que, a lo visto, está bien viva. No me refiero al titular, al que cabe agradecer la virtud de expresar la pervivencia de esta lengua del franquismo. Estaba yo pensando aquel día 20, requerida por diversos medios a reflexionar sobre las lenguas de Aragón, cómo plantear el asunto. Lo primero que comprendí es que pretender llamar aragonés oriental (etcétera) al catalán de la Franja es un ataque a la inteligencia de una sociedad instruida. Me puse a navegar por los medios aragoneses y, ante lo de “entes”, se me apareció el jefe de los legionarios que, parche en ojo, gritó en la Universidad de Salamanca en 1936: “Muera la intelectualidad traidora ¡Muera la inteligencia!”. Sentí yuyu.

Pero “no hay mayor lujuria que el pensar”, me susurra el verso de Wislawa Szymborska. Así, pensando, he comprendido que este anteproyecto del PP aragonés y del PAR no solo es un despropósito de muy mala sombra política que puede ser devastador y no únicamente en Aragón: lo fue en los ochenta el mal fario lingüístico del PP valenciano y aquellas tierras aún no se han repuesto, ni en lo cultural ni en tanto de lo cívico, y lo es hoy también en las Baleares a cargo del mismo partido de esta superproducción que aúna la crisis del euro con la crisis existencial de las Españas. Siendo todo esto un agobio, pensando llegué a otra conclusión igual de relevante, su paralelo: es un abuso democrático.

Si una mayoría parlamentaria puede aprobar y así imponer una barbaridad, es un abuso democrático. Uno más de estos tiempos de mentiras gubernamentales.

Mercè Ibarz, La lengua del franquismo, El País, 28/06/2012

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