La paradoxa d'Easterlin.
Richard Easterlin |
La idea consiste en evaluar la salud general de las naciones no solo en base
al PIB, sino —por utilizar un término patentado por el Gobierno budista de
Bután— al PFB, el “producto de felicidad bruta”. Robert Kennedy dijo una vez que
el PIB medía todo “salvo aquello que da valor real a la vida”. Lo que
seguramente no concebía Kennedy es que este valor real podría llegar a ser
medible en cifras. Hoy no hay más que hacer una breve incursión en Google para
constatar que existe una abrumadora cantidad de datos —números, gráficos,
complejas fórmulas matemáticas— basados en detalladas encuestas
hechas en todos los países del mundo sobre la relativa felicidad del ser humano.
Las preguntas, tanto a noruegos como nigerianos, suelen ser del tipo: “¿Cómo
está de satisfecho usted con su vida? ¿Muy? ¿Algo? ¿Poco? ¿Nada?”. O
directamente se pregunta a la gente que mida su grado de felicidad en una escala
de cero a diez.
El problema es que existen tantos organismos haciendo encuestas de este tipo
que hay grandes variaciones en los supuestos ranking mundiales de felicidad. Una
encuesta hecha en 2010, ya con la crisis avanzada, sitúa a España en quinto
lugar en cuanto a la satisfacción general de vida de sus ciudadanos, otra la
coloca en un puesto veintitantos y otra por el setenta. Un estudio coloca a
Guatemala, Honduras y el Salvador entre los diez países más felices, cosa
bastante curiosa, ya que son países pobres con altísimos índices de criminalidad
y que, en general en estas encuestas, los países ricos ocupan los puestos más
altos y los más pobres, los más bajos. Mucho más interesante, útil y reveladora
es la conclusión que se extrae de la llamada Paradoja Easterlin.
Richard Easterlin, profesor de Economía de la University of Southern
California, ha recopilado datos que demuestran que en varios países de Occidente
y en Japón los ingresos medios han subido de manera espectacular desde la II
Guerra Mundial, pero los niveles de satisfacción y felicidad que la gente
reporta no han cambiado. El célebre economista Jeffrey Sachs explica la paradoja
de la siguiente manera en un informe sobre la felicidad mundial (World happiness
report) que se presentó en un fórum de la ONU sobre el tema en abril: “En
determinado momento los individuos ricos son más felices que los pobres”, dice
el informe, “pero a lo largo del tiempo una sociedad no se vuelve más feliz tras
hacerse más rica”. Una de las razones principales es que los individuos tienden
a medir su felicidad material en comparación con la riqueza de sus vecinos. Si
todos ascienden al mismo ritmo ser más rico tiene menos gracia. Como explica uno
de los gurús de la ciencia de la felicidad, el profesor Bruno Frey, de la
Universidad de Zurich, “no es el nivel absoluto de ingresos lo que importa sino
la posición de uno respecto a la de otros individuos”.
Esto podría ayudar a explicar otra paradoja, la del boxeador cubano Teófilo
Stevenson. Stevenson, que murió esta semana, fue campeón olímpico de los pesos
pesados tres veces seguidas. Siempre se sospechó que estaría a la altura de
Muhammad Ali, y durante los años setenta recibió varias ofertas multimillonarias
de promotores estadounidenses para que se batiera con él. Pero siempre se negó.
Consentido por Fidel Castro, que siempre le llamaba en sus cumpleaños, Stevenson
dijo una vez: “No cambiaría un pedazo de la tierra de Cuba por todo el dinero
que podrían darme, prefiero el cariño de ocho millones de cubanos”. Y quizá
también la envidia de muchos de ellos. Podemos suponer que Stevenson tuvo un
nivel de vida más similar al de los miembros del Comité Central del Partido
Comunista que al de las masas proletarias cubanas. No tuvo un Mercedes Benz pero
sí un Lada, un coche fabricado en la Unión Soviética, posesión del cual lo
colocaba en una esfera material insoñable para la gran mayoría de sus
compatriotas. En Cuba, Stevenson, amigo del poder, era un hombre rico.
Otra razón por la cual la felicidad de la gente no asciende de manera
sistemática en proporción a sus ingresos, según Jeffrey Sachs, es que mientras
es probable que uno experimente un subidón al recibir la noticia de un aumento
de sueldo —o de que ha ganado la lotería—, ese subidón será pasajero y pronto la
felicidad bajará a sus anteriores niveles.
La cuestión ahora —hoy— sería si el inevitable bajón que acompaña la noticia
de una reducción de sueldo, o de la pérdida del empleo, también podría llegar a
ser pasajero y con el tiempo uno podría adaptarse a las nuevas circunstancias,
recuperando la felicidad perdida. Esta va a tener que ser, guste o no, la
pregunta del millón para millones de españoles. El profesor Bruno Frey, que
acaba de estar de visita en España, sospecha que la respuesta a la pregunta va a
ser que no, pero al mismo tiempo considera necesario que la gente haga un
esfuerzo grande para adaptarse con resignada serenidad a las nuevas
circunstancias.
“Ante todo va a ser difícil por el alto índice de desempleo”, me dijo Frey.
“Perder el trabajo, o incluso temer que uno lo vaya a perder, genera depresión,
ansiedad, baja autoestima y, en general, una enorme infelicidad”. Un grado de
infelicidad, según han escrito Frey y otros expertos de su rama, comparable a
una separación matrimonial. Para muchos, perder el trabajo es perder la
identidad. También va a ser difícil adaptarse con la necesaria calma a estos
tiempos austeros por el sencillo motivo, dice Frey, de que la gente ha generado
altas expectativas en cuanto a bienes y servicios durante años de creciente
prosperidad. “La gente es muy obstinada, no olvida los buenos tiempos y es
reacia a reducir sus expectativas materiales”, explica Frey. “Pero eso es, por
supuesto, exactamente lo que se debe de hacer, porque si no los españoles van a
ser muy infelices en los próximos años. No sé si tendrán la sabiduría necesaria
—serían muy especiales si la tuvieran—, pero recomiendo que intenten
adquirirla”.
¿Por dónde empezar? Primero, quizá, como me dijo una vez una persona durante
tiempos económicos difíciles, optando por un cambio de actitud frente a la vida
similar al que debe hacer alguien que ha sobrevivido a un ataque al corazón.
Segundo, fijándose en los siete elementos identificados por los economistas
especializados en el tema que contribuyen a la felicidad. Los siete son: el
dinero, la calidad del trabajo, la salud, relaciones familiares, amistades,
valores personales y libertad individual. Ignacio de la Torre, profesor de la
escuela de negocios IE, propone que todo el mundo se detenga a hacer una
reflexión personal sobre cuáles realmente deberían de ser las prioridades en la
vida. “En tiempos de boom económico la gente se obsesiona con solo uno de los
factores, el dinero”, me dijo De la Torre. “Los tiempos de crisis permiten
arrojar valor sobre los seis que dan felicidad y que no son la renta”. ¿Y será
verdad en este caso, sería aceptable —o incluso de buen gusto— proponer la idea
de que tiempos de crisis son tiempos de oportunidad? “Si uno está en el paro, si
a uno le cuesta dar de comer a su familia, si se ha roto lo básico, pues,
difícilmente va a ver la situación así. Pero hay una parte positiva de la
crisis, y es que ofrece una oportunidad para ver qué realmente es importante en
la vida. Nos permite detenernos a reflexionar si queremos seguir comparándonos
con otros, cuando la verdad es que siempre va a haber alguien encima, con un
coche mejor; o a juzgar si queremos sacrificar valores familiares y amistades en
aras de más renta”.
O como me dijo una mujer hace algunos años en Estados Unidos que había optado
(voluntariamente, eso sí) por trabajar menos horas para dar más calidad y valor
a su vida, “una vez que llegas a entender realmente lo que necesitas para vivir,
y dejas de creer que el éxito se mide solo en términos económicos, te
liberas”.
De lo que se había liberado esta persona también era de la envidia, de
compararse con los demás, el punto de partida imprescindible, según Ignacio de
la Torre, si uno va a tener la posibilidad de hacer el reajuste mental necesario
para vivir en relativa paz en tiempos de crisis. Otra opción, más práctica y de
especial valor para aquellos que están en el paro, es intentar tomar más control
de nuestras vidas; mostrar iniciativa —lo cual, en sí, independientemente del
resultado, genera autoestima, ergo mayor felicidad —. Una posibilidad es
dedicarse a estudiar, para abrir nuevos caminos o prepararse para el día en el
que el clima económico vuelva a cambiar. Otra es montar una pequeña empresa.
Según cuenta De la Torre, las señales son alentadoras. Ha habido un crecimiento
del 6% en 2012 sobre 2011 en España en la creación de nuevas empresas. “Esto es
algo nuevo y muy bueno en nuestro país, donde el objetivo siempre ha tendido a
ser encontrar trabajo como empleado o funcionario. Un cambio de paradigma. Va
como nunca esto en España, y ya que, junto con profesor universitario, la
profesión con más satisfacción es la de emprendedor, lo veo como muy relevante
en cuanto al PIB y la felicidad general. Yo soy muy optimista acerca del futuro
económico de España”.
Quizá las cosas se vean diferentes desde la perspectiva privilegiada del
globalmente reconocido IE Business School. Pero, ¿cuál es la alternativa a tomar
la iniciativa, a moverse en vez de estar quieto? ¿Estar sentado en casa viendo
la televisión a la espera de que vengan tiempos mejores? Esa es la receta para
que España se desplome en los rankings mundiales no solo del PIB, sino también
del PFB. Cambiar los hábitos mentales y ser positivo es muy difícil en los
tiempos que corren, quizá sea imposible, pero —otra paradoja— intentarlo hoy es
más necesario que nunca.
John Carlin, ¿Cabe la felicidad en tiempos de crisis?, El País, 17/06/2012
http://sociedad.elpais.com/sociedad/2012/06/16/vidayartes/1339875201_526216.html
http://sociedad.elpais.com/sociedad/2012/06/16/vidayartes/1339875201_526216.html
Comentaris