L'elegància del capell frigi.


Yo creo que el único sombrero realmente imprescindible que ha habido en la historia de la humanidad ha sido el gorro frigio. Este era un tocado que llevaban en la Antigua Grecia los esclavos liberados para significar precisamente eso, que estaban liberados. por ello reapareció en la Revolución Francesa, aunque solo fuera para cubrir simbólicamente los rizos de la Mariana del cuadro de Delacroix. Los demás, salvo en determinados contextos meteorológicos, me parecen superfluos y pretenciosos. La pamela y el sombrero de copa, por ejemplo, fueron tremendas cursiladas. Coronas de un ridículo anunciado. El ala larga del vaquero era una macarrada, aunque necesaria. Y lo de gánsteres y detectives apesta a cosa chulesca y como sin fundamento. Quizá la beisbolera sea lo que más se asemeje, socialmente, al gorro frigio. Pero ni siquiera es práctica: se te quema la nuca.

Lo gracioso es que, utilitarista como soy, que reclamo a toda prenda una finalidad concreta, resulta que el sombrero es quizá –y más en un país soleado– la única que podría tener una función más clara imposible, por lo menos en verano. Pero –contradicciones que tiene la vida– soy un sinsombrerista declarado y un enemigo acérrimo, en lo estético, del tapacráneos. Yo entiendo que, dentro del universo cada vez más retro en el que nos movemos, sea un elemento goloso al que recurrir. Y entiendo la lógica del contraste que puede llevar a un rapero chandalero a ponerse un sombrero tipo fedora para darse cierto aire posmoderno. Pero de verdad que no le veo mucho futuro fuera de la extravagancia del todo vale actual y de las revisitas históricas que nos pueda proponer, pongamos, Lady Gaga. Me extraña que aún no haya optado por hacer de Mariana con el gorro frigio. Aunque estoy de acuerdo: el capirote le sienta mejor.

José Ángel Mañas, La elegancia de un sombrero, SModa. El país, 09/06/2012

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