He aquí algunas frases que nunca deberás pronunciar si posees un mínimo de
autoestima y tratas de excluirte del rebaño humano. Ante la presente crisis
económica nunca digas: el final del túnel, ni con la que está cayendo, ni
también saldremos de esta, ni la culpa la tienen los mercados, ni ahora le toca
mover ficha a la Merkel. Muérdete la lengua antes de soltar: hemos hecho los
deberes, sí o sí, o el tradicional ¿con IVA o sin IVA? Prohíbete indicar las
comillas agitando dos dedos de cada mano en el aire y sentado a una mesa a la
hora del almuerzo no digas que este gazpacho se agradece mucho en verano y que a
tu mujer le sale muy rico. Si alguien de los tuyos ha pasado a mejor vida no
comentes: gracias a Dios ha muerto sin enterarse, ayer mismo todavía se comió
una tortillita, al final se había quedado como un pajarito. Aunque tengas buen
corazón no repitas la obviedad de que la justicia debería ser igual para todos,
ni tolerancia cero con los que meten mano en la caja,
ni el Gobierno ha traspasado la línea roja. Si eres un político al que han
pillado en un caso de corrupción no digas que tienes la conciencia tranquila y
que abandonas el cargo para no perjudicar al partido y poder defenderte mejor,
que solo estás imputado o condenado a la pena de banquillo. Puede que después de
mucho tiempo sin verlo te encuentres con un amigo, en cuyo caso nunca le digas
estás más gordo o más flaco, como si fueras un hombre báscula, y si este amigo
se conserva físicamente muy bien, no le espetes con cara de asombro: estás
igual, por ti no pasa el tiempo, has hecho un pacto con el diablo o parece que
te conservas en formol. Cuando el que se presenta es aquel compañero del
colegio, un viejo camarada del partido o aquel gracioso de la excursión de la
agencia de viajes y te interroga con un tono casi amenazante ¿no me conoces?,
contéstale simplemente sí o no, o mándalo a la mierda, no vengas con eso de tu
cara me suena, ahora no caigo. Nunca digas que tienes que ponerte las pilas ni
que hay que cambiar de chip, ni te has pasado tres pueblos, pero ante todo nunca
exclames ante una desgracia que eso era la crónica de una muerte anunciada.
Después de hablar de forma tan idiota, límpiate la lengua con un estropajo, como
hacía de niño tu madre.
Manuel Vicent, Nunca digas, El País, 10/06/2012
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