Això és normal.
Y lo es frente a quienes desean “normalizar” las vidas ajenas y reducirlas a
lo que se ofrece del modo más convencional. El título no es en este caso ninguna
rendición, sino una transgresión que pone en cuestión lo que
con demasiada ligereza llamamos “normal”. Y esta palabra no solo ha de ser
descrita, merece prácticamente ser desenmascarada. Ante lo
llamado normal se erige la voluntad de no ser
sometido permanentemente al examen y a los intereses ajenos. Se
precisa una tarea conjunta de recelo, de sospecha, sobre el supuesto atractivo
de la normalidad.
Resulta asimismo sugerente el título de la obra en la que
Canguilhem muestra hasta qué punto el término funciona como un
elemento de clasificación y de exclusión. En Lo normal y lo patológico
se incide en los límites de una racionalidad que expulsa de sí y califica de
enfermizo y digno de tratamiento aquello que no se deja recoger y domesticar en
este concepto, más aún, en la lectura dominante del mismo. Así planteado,
resulta difícil no saberse normal sin sentir una verdadera
amputación de los sentimientos, de los deseos, de las emociones, de las
pasiones, en definitiva, de los proyectos de vida y de la vida misma. De no ser
de acuerdo con esa tipificación que vincula un concepto de razón a una
determinada “normalidad”, uno se haría “digno de terapia”, “de cura”.
Encontramos normal lo que es habitual o corriente, lo que responde a usos y
costumbres, lo que calificamos de natural, de sano sentido común, lo que
estadísticamente es frecuente, lo que, como decimos, “siempre se ha hecho
así”, “siempre ha sido así”. Al supeditarnos a esa propuesta
norma, este concepto produce finalmente, como es “lógico”,
“gente de lo más normal”. La interiorización cobra tal alcance, que ya no es
necesario mucho más para encauzar, embridar y acomodar la propia vida a lo que
impera como “razonable”, que identificamos inapropiadamente como “socialmente
aceptado”. La palabra queda así encerrada en un sentido preciso
pero desajustado, y nace también todo un lenguaje silenciado. Más aún, que
funciona como un elemento disuasorio de otras experiencias o
formas de vida que, entonces, consideramos poco normales. Se califican
prácticamente como una sin-razón, que merece alguna suerte más o menos explícita
de internamiento o de exilio, con las
correspondientes dosis de aislamiento. Se disocia la propia
vida del lenguaje y sobre ciertos asuntos se pide callar. Es lo
normal.
Hemos
tenido ocasión con René Char de reivindicar la necesidad de
desarrollar la legítima rareza, que no tanto se opone a lo
normal, cuanto que pone en evidencia , incluso en ridículo, la insuficiencia de
un término que se esgrime como arma de poder controlador de conciencias y de
vidas mediante procesos de regulación y de simplificación. Bien lo dicen los
encargados de fijar posiciones: “esto no es normal”.
La puesta en cuestión de la autoestima, cuando aquello que se puede o se
decide vivir no responde a lo preestablecido como adecuado comporta dosis de
marginación personal y tal vez paralice la acción. Salvo que la
energía y la convicción se sobrepongan e
impongan sobre lo convencionalmente asentado. Esto no significa que no quepa
reconocer la necesidad de hábitos, usos, costumbres y necesidades que impulsan y
cuajan la libertad, pero que pueda llegar a ser así no significa que
inexorablemente haya de ser siempre de ese modo.
No pocas veces utilizamos el término “normal” para
neutralizar iniciativas, actitudes, posiciones y vidas, y
encauzarlas interesadamente hacia modelos previamente establecidos con
carácter social dominante. Ello no significa que no se den
actitudes que hayamos de evitar, o dolores y sufrimientos producidos por una
determinada disgregación o desagregación de uno mismo que debamos eludir, lo que
es otro asunto. Para eso no hemos de desechar maneras de ser o de vivir que
cuestionen lo que se propone como referencia normal.
También resulta inquietante la tendencia a apagar lo que en cada uno de
nosotros no se deja reducir a modos que son moldes que marcan la
identidad y la identificación, para poner a buen recaudo la diferencia
o la respuesta en la que consiste la impugnación. No siempre necesitamos que
sean otros quienes nos obstaculicen, nos impidan, nos contengan o nos retengan.
Nuestra propia subjetividad funciona, no pocas veces, como una manera de
restablecer, frente a los diversos modos de subjetivación, el imperio
dominante de los valores al uso. Y no es que nos moleste ser normales,
en el supuesto de que eso diga algo razonable, salvo porque consideramos no
merecer quedar atrapados en el corsé normalizador.
De ahí que gestos como los de Winterson no solo son muestras
de supervivencia, sino alientos que cuestionan un concepto de
felicidad que se impone como coartada paralizante ante los
riesgos de otras formas de vida. Entonces, llegados a este punto, no se trata de
ser feliz de cualquier manera, es decir, a cualquier precio. Tal vez baste con
estar razonablemente contentos. Y ser más libres.
Ángel Gabilondo, Lo llamado normal, El salto del Ángel, 20/06/2012
Comentaris