Què hi ha de democràtic en la filosofia?
Pues bien, nada más adecuado al respecto que recordar la tesis platónica
según la cual la educación no ha de sustituirse a las capacidades innatas sino
fertilizarlas, ayudar a que se desplieguen las facultades intelectivas y
creativas que caracterizan al ser humano entre las demás especies animales. Sin
duda no todo ser humano puede consagrar su vida a la investigación científica o
a la tarea artística, pero sin embargo todos y cada uno de los humanos se halla
concernido por ellas, y tiene derecho a que se le ayude a reconocer que
efectivamente es así, que lo que se dirime en estas tareas del espíritu también
es cosa suya. Entre otras cosas, misión de la filosofía es recordar este
derecho.
El motor de la filosofía no es tanto explorar desconocidos rasgos del mundo
como restaurar una actitud ante aspectos (del entorno o de nosotros mismos) que
eventualmente pueden ser ya conocidos, pero que no por ello dejan de ser
sorprendentes. Para un investigador en física los principios del formalismo
cuántico pueden constituir algo sabido, pero el simple ciudadano al que se ha
dicho que en tales principios se pone en tela de juicio la idea que nos
hacemos del mundo, tiene todo el derecho a exigir una educación general que no
los obvie, que le haga partícipe de lo que en ellos se juega.
Afirmar la universalidad de la disposición filosófica implica que las
interrogaciones fundamentales, que tantos por circunstancias sociales se han
visto forzados a repudiar de sus vidas, están al alcance de toda persona
tensada por lo desconocido e inquieta sobre su ser y su entorno. No se exige de
entrada ser una persona culta y menos aun una persona erudita.
La filosofía tiene sus problemas específicos, archivados en los
grandes textos de su historia, pero tales problemas son el resultado de que el
ser humano ha experimentado siempre una suerte de estupor ante la naturaleza y
ante su propia existencia, estupor que le lleva a interrogarse, traduciendo sus
vacilaciones y respuestas en conceptos y símbolos.
Pues, al igual que Descartes, Kant, Heisenberg o Einstein ¿quien no se ha
preguntado alguna vez si hay o no hay una realidad física exterior, que seguirá
tras su eventual desaparición y la desaparición de todos los demás humanos, los
cuales en apariencia tienen una percepción de tal realidad coincidente con la
suya? Los instrumentos para responder en uno u otro sentido a esta pregunta
cubren hoy miles y miles de páginas de sesudas revistas filosóficas o
científicas y han sido esgrimidos como armas por algunos de los eruditos más
importantes. Pero la pregunta sigue siendo elemental y toda persona es
susceptible de sentirse interpelada por la misma, hasta el punto quizás de que,
si su vida material se lo permitiera, acuciada por tal interrogación, empezaría
a dotarse de los elementos de información precisos para abordarla. Cosa que ya
ha hecho alguna vez, al menos en una etapa tan ingenua como luminosa en la que
la vida no estaba extraviada entre querellas evitables y expectativas ilusorias.
Es un desprecio a los ciudadanos considerar la vida del espíritu como cosa
de minorías exquisitas y designar para el común la alternancia entre un trabajo
puramente mecánico (cuando lo hay) y un ocio estéril. Obviamente asunto tiene
implicaciones políticas y por eso el mero hecho de reivindicar una educación que
empuje a una actitud filosófica es ya una cuestión de compromiso. Cuando hace
unos meses un importante Consejero de gobierno autonómico promulgaba una
educación superior pública adaptada al mercado, explicitando que el propenso al
estudio de la cultura griega habría de "pagarse el lujo", no sólo estaba
despreciando a Eurípides y Aristóteles, sino también a Euclides, es decir, la
matriz de nuestra cultura. Curioso contraste con la actitud que pude percibir
recientemente en Brasil, país en el que se piensa como comprador potencial de
deuda y refugio para diplomados víctimas del desempleo en la Europa meridional,
pero en el que un congreso dedicado a la recepción de la cultura helena reunía a
900 universitarios de todo el país. Brasil con la cuna de la filosofía, cabría
decir, en un momento en que Grecia sólo es evocada para repudiar su pretendida
falta de rigor en la aplicación de los dictados del poder de las finanzas.
Por cierto que en un paseo junto cercano al barrio cariota de Catete, se
despliegan a intervalos, en paneles fijos, los artículos fundamentales de la
declaración de derechos humanos, incluido el referente a la educación al que
arriba aludo. Desgraciadamente en Brasil tampoco se cumpla tal articulado. La
misma ciudad de Río no sólo mantiene bolsas gigantescas de indigencia material,
y con ello inevitablemente espiritual, sino que se halla amenazada por el
espejismo -vinculado a acontecimientos deportivos- que convirtió en su día a
Barcelona en uno de los faros mundiales de la especulación, pero el mero
hecho de que se recuerde en una vía pública incita quizás a la resistencia,
resistencia a un mundo que esclaviza, empantana en problemas sin sentido
(agigantando por ejemplo lo aleatorio de un resultado deportivo) y excluye de
nuestras vidas las interrogaciones esenciales.
Lo democrático de la filosofía reside la tesis, enunciada por Aristóteles, de
que todos podemos instalarnos en la actitud interrogativa, a poco que nos
liberemos de las barreras sociales que lo dificultan y que impiden realizar
nuestra naturaleza de seres tallados por la razón y el lenguaje.
Víctor Gómez Pin, Filosofia y derechos humanos, El Boomeran(g), 06/12/2011
http://www.elboomeran.com/blog-post/6/11591/victor-gomez-pin/filosofia-y-derechos-humanos/
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