Heidegger i el silenci.
… el pensamiento de Heidegger inspira o recorta algunas de las interpretaciones más penetrantes del fenómeno totalitario. “La ausencia de pensamiento”, escribió Heidegger, “es un inquietante huésped que se insinúa por todas partes en el mundo de hoy”. Este huésped inquietante no se reconoce en su estupidez, sino en su eficacia: preocupado del cómo y no del porqué, degrada la inteligencia al rango de instrumento, de simple agente de ejecución, y abandona la cuestión del sentido por la búsqueda exclusiva, desenfrenada, sin tregua, de la performance o del rendimiento. Todo funciona bajo su égida, pero en un olvido cada vez más denso del destino o de las finalidades de este funcionamiento generalizado.
Porque es precisamente la ausencia de pensamiento así definida lo que la
filósofa Hannah Arendt ve en la obra
de Eichmann, y el historiador Raoul
Hilberg, en todos los burócratas del genocidio (empleados, contables,
juristas, ingenieros, médicos, ferroviarios, etcétera), que continuaban
traduciendo imperturbablemente la realidad al lenguaje de las cifras y de los
porcentajes y que, más neutros que sanguinarios, hacían girar la maquinaria de
la muerte consagrándose al rigor abstracto de su profesión “como si no hubiera
en ello diferencia perceptible entre la solución final y los asuntos en curso”
(1) Para decirlo en pocas palabras: la
trivialidad del mal es un concepto heideggeriano.
Cuando, por otra parte, Castoriadis resume
la modalidad última del totalitarismo mediante la fórmula la fuerza bruta por la fuerza bruta y ve a este tipo de régimen
prescindir de cualquier idea y consagrarse exclusivamente a su propio
crecimiento, se suma –al igual que el filósofo checo Jan Patocka- al análisis que hace Heidegger de la voluntad de poder.
¿Por qué quien vio consumarse la historia de la metafísica en esta figura
de la voluntad de poder (llamada también voluntad de voluntad con el fin de
subrayar mejor mediante esta redundancia que no tiene otro fin que sí misma ni
otro sentido que sobrepasarse constantemente), por qué, digo, el pensador más
radical del nihilismo moderno se comprometió, aunque fuera momentáneamente, con
su forma más chirriante, más absoluta?
¿Por qué permaneció silencioso ante la
fabricación sistemática de cadáveres (Arendt),
que otros han intentado comprender bajo la influencia de su pensamiento?
¿Gracias o a pesar de su radicalidad? He aquí una auténtica cuestión
biográfica y filosófica.
Alain Finkielkraut, Una
grotesca histeria. Temas de nuestra época. El País, 21/09/1989
(1)Raoul Hilberg, La bureaucratie
et la solution finale. L´Allemagne nazie et le génocide juif, Gallimard, Le
Seuil, 1985, pàg. 229
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