Límits al comerç.
Desde Tokio y Hong Kong hasta México, Toronto y Nueva York, pasando por
Londres, Estocolmo y Berlín, los grandes almacenes y centros comerciales abren
en domingo, que suele ser el día más conveniente para que los empleados y las
familias efectúen sus compras. Por eso la gran arteria comercial de Tokio, la
avenida Ginza, se cierra al tráfico rodado los domingos, a fin de acomodar la
ingente multitud de compradores que acuden a los grandes almacenes y llenan la
calzada. ¿Cómo explicar el anacronismo de que en algunos sitios todavía se siga
prohibiendo mercar en domingo? La motivación tradicional era religiosa, pero ya
apenas se invoca, al menos en España. Lo que se impone es la presión
corporativista de los lobbies de tenderos ineficientes sobre los
políticos para que les quiten de encima la competencia de los comerciantes más
exitosos.
Desde luego, el Estado puede y debe prohibir ciertas cosas. Ya los padres del
pensamiento político moderno justificaban la existencia misma del Estado por la
necesidad que tenemos los ciudadanos de ser protegidos de la violencia de los
demás. Hay razón de sobra para prohibir cuanto involucre violencia, crueldad,
engaño o destrucción del entorno, desde los asesinatos, las violaciones y los
secuestros hasta todo tipo de maltratos, incendios, robos y asaltos. También se
puede discutir si prohibir algo que perjudica a la salud o que produce ruidos o
humos molestos. Lo que no es de recibo es prohibir una actividad pacífica y
tranquila, que no involucra violencia alguna, no perjudica a la salud, no
molesta a nadie, no destruye la naturaleza y se basa exclusivamente en
interacciones voluntarias entre adultos. No hay ninguna razón para restringir la
libertad de los ciudadanos de comprar sillas o camisas en domingo ni para
limitar el tamaño de las tiendas en que puedan hacerlo. En cualquier caso,
comprar en domingo no es más peligroso ni violento que comprar en lunes o
martes; simplemente, es más cómodo y conveniente para los consumidores que
trabajan. (...)
De tanto dificultar la adaptación del comercio presencial a los deseos de los
consumidores (también respecto a días y horarios), al final vamos a acabar
comprándolo todo por Internet, que al menos no está tan sometida al arbitrismo
de los políticos. En Internet me meto cuando quiero y compro cuando, como y
donde quiero, y además me ahorro los traslados y las colas. Ese es el camino del
futuro y de la productividad. Si el pequeño comercio presencial quiere
sobrevivir, más vale que se espabile, en vez de buscar su salvación en que el
Gobierno le haga el trabajo sucio de eliminarle la competencia. Algunos pequeños
comerciantes ya se están espabilando, ofreciendo servicios personalizados y
cercanos que la Red no puede proporcionar. Hay que desearles éxito.
Jesús Mosterín, Mercar en domingo, El País, 11/07/2011
http://www.elpais.com/articulo/opinion/Mercar/domingo/elpepiopi/20110711elpepiopi_11/Tes?print=1
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