Un món sense culpables.
Alberto Olmos |
Este discurso de la inmediatez se caracteriza por la abundancia de palabras
contradictorias con la construcción de un proyecto político. La purga, la
crisis, la urgencia, la recesión, los mercados, la deuda, el gasto… Todas estas
palabras impiden proyectarse en un futuro más allá de las decisiones tomadas por
quienes las enuncian mientras que la particularidad del discurso político
debería residir, si seguimos al filósofo francés Paul Ricoeur, en su capacidad
para ofrecer una escapatoria a la inseguridad del presente mediante un lenguaje
(diferente del religioso, el nacionalista o el ideológico) en el que pueda
intervenir el futuro como lugar utópico. Por eso, los discursos que afloran
cuando la política se muestra incapaz de deshacerse del presente de la deuda y
de los mercados son precisamente el religioso, el identitario y el
ideológico.
A esta dictadura de la inmediatez, que muy bien podríamos llamar presentismo,
le ha dedicado un libro (Ejército enemigo) el escritor español Alberto Olmos:
“La solidaridad ha fracasado”, afirma el protagonista de la novela (una frase
que ya empieza a ser algo así como un trending topic de la cultura crítica
española) antes de puntualizar: “Habéis creado un mundo sin culpables”. ¿Acaso
no es exactamente esto lo que está ocurriendo en nuestro contexto social y
político contemporáneo en el que ya nadie es culpable de nada porque todos somos
responsables de todo? Del agua que malgastamos, del petróleo que consumimos, de
los préstamos que contraemos, de los plásticos que no reciclamos o del dinero
que no donamos y, de este modo, si dejamos de malgastar y de consumir, si
reciclamos y nos solidarizamos podemos presentarnos libres de culpa ante el
espejo. En efecto, el fracaso de la solidaridad es su propio éxito: deja de
ayudar y nadie ayudará por ti.
El acto político de la solidaridad se ha convertido así en una acción moral y
por eso Alberto Olmos, un escritor profundamente provocador, reproduce el
esquema católico del pecado, la culpa y la penitencia, y su narrador se pasa las
279 páginas de la novela confesando sus propios vicios y sus propias pasiones a
modo de castigo. Porque, cuando la solidaridad ha fracasado como institución
política, lo que emerge de nuevo es la confesión, el pecado y, paradójicamente,
la culpa: el descubrimiento del individualismo.
De este modo, así como la solidaridad se ha convertido en el discurso propio
de la moral individualista, la urgencia lo ha hecho en el de la ética política.
La única responsabilidad que realmente debería construirnos colectivamente, la
elección de nuestros representantes, desaparece en pos de los mercados (Grecia o
Italia) o de la incompetencia (supuesta o real) de los partidos de Gobierno
(España), y la alternancia política actual (ya sea de la izquierda a la derecha
o viceversa) no es democrática, sino comercial, porque no se basa en la
contienda política de la representación, sino en la sumisión al presente del
valor de la deuda. Y así, como todos estamos sujetos a culpa (porque es lo
propio de un mundo sin culpables) aceptamos sin rechistar (o con silenciosos
gritos de indignación) el castigo de los mercados y nos pasamos nuestra
existencia (como el protagonista de la novela de Olmos) saciando deseos impuros
que no harán sino reforzar nuestra culpa y justificar nuestra penitencia: el
rigor presupuestario.
Es sorprendente que los líderes políticos, en vez de denunciar una situación
que transforma su legitimidad de representantes democráticos en sumisión a los
resultados de su gestión se amparen en ella con fines retóricos para obtener
efímeras victorias electorales. Aunque quizás haya que recordar este espíritu
del capitalismo del que habló Max Weber para explicar el triunfo de un sistema
que articulaba moral religiosa y éxito empresarial gracias a la ética de la
austeridad de la religión protestante. Si es así, la herencia cristiana que
tanto dio que hablar cuando se discutió la posibilidad de una constitución para
Europa se habrá convertido, al fin, en el auténtico discurso europeo y si es
así, el capitalismo entendido como valorización política y moral del tiempo
presente habrá triunfado: la representación ha fracasado.
Toni Ramoneda, La representación ha fracasado, Público, 27/12/2011
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