Qui va ser el primer?
¿Quién fue el primero en concebir una determinada idea? ¿Es seguro que nadie
se lo había planteado antes? Atribuimos algunos pensamientos que han cambiado
nuestra comprensión del mundo a personajes concretos, figuras señeras de la
ciencia o la filosofía. Pero nunca podremos probar que previamente no las
hubieran imaginado otros, pues mucha gente no deja escritas sus elucubraciones,
o lo hace pero sus textos no acceden al lugar adecuado, o no son poco
convincentes. La idea de la selección natural presentada simultáneamente por
Darwin y Wallace es tan sencilla, se antoja tan obvia, que sorprende fueran los
primeros en expresarla. No lo fueron.
De hecho, recuerdo una novela (creo que se llama La conspiración de
Darwin; es pura ficción, aunque divertida y muy bien documentada) en la que
se describe a un hechicero yámana, en la fría y lejana Tierra del Fuego,
comunicando a los viajeros del Beagle cómo todas las plantas y animales
proceden de otros más sencillos, porque los ejemplares peor dotados mueren,
mientras que los mejores dejan hijos como ellos, y eso, repetido muchas, muchas
veces, origina nuevas formas cada vez más perfectas.
Patrick Matthew no fue un personaje novelesco, sin embargo, sino un
naturalista escocés nacido a finales del XVIII y bastante peculiar. En 1831,
varios lustros antes que Darwin, expuso la hipótesis de la selección natural en
una obra perdida dedicada a la madera en la industria naval. El proceso de
selección natural era tan evidente, dijo luego, que se le ocurrió de manera
intuitiva, sin ningún esfuerzo intelectual. Cuando protestó por las luces que
iluminaban a otros y velaban su aportación, Darwin le reconoció un mérito,
citándolo en el prólogo de El Origen de las especies. Pero Matthew no
se rendía fácilmente: “Darwin parece tener más mérito que yo porque dice que ha
hecho un gran descubrimiento, mientras yo lo juzgo una obviedad”.
Resultó que unos años después se supo que un médico nacido en Norteamérica,
Charles W. Wells, había sugerido la selección natural aún más temprano, en una
comunicación leída en 1813 y publicada en 1818. Además, su modelo eran los seres
humanos. Escribió, más o menos: “De las variedades accidentales de los primeros
humanos, algunas serían más resistentes a las enfermedades locales y se
multiplicarían, mientras que otras más débiles, incapaces de competir con las
primeras, decrecerían hasta desaparecer”. Cuando la noticia de este artículo
llegó a oídos de Darwin, cuentan, sonrió y dijo, con humor humilde: “Así que el
viejo Matthew tampoco fue el primero…”
Miguel Delibes de Castro, Anticipaciones, Público, 03/12/2011
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