L´amor no és per a tota la vida.
No sufrir por amor, ¿puede imaginarse esto? Puede que efectivamente no nos sea
posible eludir todo el dolor que esto comporta pero no siendo el Otro
todo, el dolor se vive en proporción al trozo perdido. Sabemos que una vida muy pegada a otro es una vida que disminuye la vista y
nos aumenta los pesos.
Hubo parejas que, en el pasado, se formaron sin amor, solo por convención, y
convivieron decenios. ¿Por qué no imaginar, en los próximos decenios, amores
frecuentes sin la continuidad de la relación? Es decir, continuidad del cariño
mutuo aunque no se tenga al partenaire y la combinación de este afecto
residual con otros amores simultáneos, románticos o semirrománticos, que
compongan la miscelánea de experiencias que ya vivimos en otros ámbitos.
De hecho, la asunción de que ni la casa, el coche, la amistad o la creencia
religiosa son para toda la vida, hace más verosímil la posibilidad de ir
reduciendo antes la longitud y la profundidad de la pérdida. Una adhesión
temporal afianza mucho menos que aquella que se proponía ser eterna y si a los
juramentos de amor ("hasta que la muerte nos separe") han sucedido las
complicidades limitadas, ¿cómo no presentir la diferencia?
Los sentimientos han cobrado estos años una importancia similar a la de
épocas románticas y las aproximaciones emocionales han sido legitimadas incluso
como instrumentos de conocimiento, más certeros y eficientes que la propia
razón.
La emoción es la gran pieza en la era de la empatía y la empatía es
capital, en sentido estricto, cuando el sistema ha avanzado (crisis por medio)
hacia una economía fundamentada en el sector servicios, donde el buen trato
persona a persona es su base esencial.
El afecto, que hace unas décadas pudo parecer un complemento del negocio
mercantil se ha vuelto un indispensable factor para las ventas. El
e-factor o factor emocional se halla en el perfume exclusivo de una
tienda, en el repertorio musical de un hotel, en las sensaciones de los nuevos
materiales que brindan ternura o acogimiento.
Todo este mundo emocional, ya generalizado, se encuentra especialmente
concentrado en el amor de la pareja pero ese núcleo, no es precisamente, a
diferencia de otros tiempos, el foco que cuando se apaga comienza enseguida la
tragedia a arder. En primer lugar, porque ese centro posee ya numerosos
satélites suplementarios y, en segundo lugar, porque esa célula madre es
susceptible de sustitución por otras células cuyo injerto tiene lugar apenas la
relación presenta ciertos signos de obsolescencia.
Y no importa ya cuándo y a qué edad. Las separaciones de sexagenarios se han
multiplicado espectacularmente en la última década. Se sufre por amor pero menos
de lo que conllevaba perder a uno mismo en el des-enlace. De la misma
manera que no nos entregamos en cuerpo y alma a una ideología o una fe religiosa
desechamos comprometernos absolutamente con una boda. Y no digamos ya sin bodas
y sin hijos por en medio.
Los adhesivos, sociales y morales, que emparejaban son, en todo, como
demuestra la Red, más débiles y removibles. Gusta mucho querer mucho y ser
querido sin fin. Pero también, sabemos, que una vida muy pegada a otro es una
vida que disminuye la vista y nos aumenta los pesos.
No dejaremos de sufrir por amor porque tanto el padecimiento, como el dolor o
dormir mal, poseen un prestigio histórico pero, de otro lado, una parte
importante del duelo hace homenaje también al ser perdido que nosotros, en el
pretérito, ensalzamos.
De hecho, no nos enamoraríamos de alguien sin creerlo valioso y no nos
separemos de él teniéndolo por nada puesto que en el balance final se incluye
siempre la tasación electiva de sí mismo.
Nos queremos siempre a través del otro pero ahora el otro, cambiadizo y
movedizo, tan portátil como para haberlo encontrado mediante un programa Blendr
en el móvil, se esfuma con suma rapidez.
Y también nosotros mismos nos esfumamos en esa porción perdida puesto que una
pareja es, además de una pareja, un paraje de identidad compartida y una manera
de estar juntos en esa estancia común. Una estancia del yo y del tú que, como en
otros ámbitos, cambia hoy de perfil, de domicilio y de rostro como una página
actualizada de Facebook.
Vicente Verdú, El amor de Facebook, El Boomeran(g), 22/12/2011
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