Internet antropòfag.
Marshall McLuhan |
En los libros de McLuhan hay clarividentes intuiciones sobre el futuro,
nuestro presente, a través de los soportes con los que él mismo convivía
advirtiendo ya un cambio radical en el individuo y la sociedad. Se refería a
máquinas progresivamente más sofisticadas que, por una parte, ayudarían a la
actividad humana, pero que, por otra, influirían y condicionarían su conducta.
"Estamos acercándonos -dijo- a la fase final de las prolongaciones del hombre, o
sea, la simulación técnica de la conciencia". Así es. Este salto gigantesco en
la evolución tecnológica está produciendo un cambio tan radical como jamás
aconteció. En un solo soporte la palabra escrita, el sonido y la imagen. ¿Qué
nuevos géneros literarios o periodísticos saldrán de aquí? ¿Destronarán a los
actuales? Simultaneidad en la información, en las redes sociales, facilidad para
almacenar y encontrar. El contenido de un medio, afirmaba McLuhan, importaba
menos que el medio en sí mismo a la hora de producir efectos en nosotros.
Durante la segunda mitad del siglo XX, a pesar de su cruda y premonitoria
verdad, el hombre convivió con estos nuevos instrumentos y, en contra de lo que
esperaban muchos vaticinadores infaustos, los unos no se comieron a los otros.
La prensa y los libros no solo sobrevivieron sino que alcanzaron cotas
desconocidas. Pero el tiempo a McLuhan le ha acabado dando la razón. Cada nuevo
medio tecnológico nos cambió y modificó. Pero Internet nos está transformando y
manipulando de manera radical, como jamás sucedió antes.
McLuhan pasó de moda, pero ahora vuelve con una verdad que no compartimos en
su momento. Aquella referida a que el texto escrito, el libro y la lectura eran
una tiranía sobre nuestro pensamiento. Algo que, para él, afortunadamente, había
comenzado a resquebrajarse por la acción imparable de los nuevos sistemas de
comunicación de masas. Sentí que el autor de Galaxia Gutenberg promovía
injustamente el fin de la cultura del libro y propiciaba los nuevos instrumentos
audiovisuales uniformadores. ¿Por qué McLuhan atacaba la base tradicional de
transmisión del conocimiento? Defendía la democratización de la cultura a través
de los medios audiovisuales de comunicación de masas y combatía -él, un
intelectual- la aristocracia del saber, debida al libro y la lectura. Este
inquietante planteamiento es uno de los que ahora observo desarrollado, con más
profundidad, en nuevas monografías. No solo estudiantes, profesionales o
profesores confiesan con desparpajo que han dejado de leer libros de papel y que
leen solo fragmentariamente en pantalla, sino que los libros son superfluos y
que grandes autores de la literatura y obras esenciales ya no les dicen nada.
Personas cultivadas muestran claramente un desconocido y desconcertante odio
intelectual. Internet facilita el acceso a la información, pero el acceso al
conocimiento aún tiene que alcanzarse a través de los usos de siempre. Leer con
concentración, atención y en silencio todavía no es algo arcaico y prescindible,
se haga a través de cualquier soporte. Lo mismo que la lectura debe ser total y
no parcial. La cultura y el conocimiento siempre se obtendrán estudiando: es
decir, leyendo. El viejo proceso lineal de pensamiento es el que nos ha
conducido hasta nuestros días, ¿por qué no readaptarlo a los nuevos usos
tecnológicos? Seguramente es una batalla perdida porque, como dice Nicholas
Carr, Internet ofrece tal cantidad de posibilidades que finalmente acaba
distrayendo la atención antes reflexiva, concentrada, atenta de la mente lineal
ahora desplazada por otra nueva que quiere diseminar información resumida,
superficial, poco conflictiva. Que Internet está modificando nuestras costumbres
y que el mundo muy pronto será distinto, está claro. Pero eso no significa que
abandonemos nuestro espíritu crítico y nos entreguemos a su suerte. No podemos
permitirnos el lujo de que nuestros estudiantes pierdan su capacidad para leer,
y entreguen su juventud al hipervínculo o al scrolling y que
piensen que Don Quijote o Ulises son creaciones incapaces de
ayudarles.
Leer un libro no es un acto anticuado. Leerlo entero, compartir su enseñanza,
es un acto superior al del mero cazador experimentado en Internet. Nuestros
jóvenes se resisten a leer en profundidad y por tanto se resisten a estudiar, a
adquirir un conocimiento propio. Han delegado su mente en una máquina, ahora su
más fiel amigo. Nuestros jóvenes leen más, escriben más, pero de una manera
superficial. Nuestros jóvenes son maestros del puzle. La influencia del
ordenador sobre quien lo utiliza es muy grande. Nos estamos dejando vencer por
la industria y el mercado, que dictan nuestros gustos y cambian nuestras maneras
intelectuales. La modificación del acto, del sentido y el fin de la lectura está
ya trayendo los primeros cambios. Como escribe Ong en su libro Oralidad y
escritura, las tecnologías no son meras ayudas exteriores, sino también
transformaciones interiores de la conciencia y, sobre todo, cuando afectan a la
palabra.
La lectura, la cultura, la educación, el saber y el conocimiento no son algo
pasivo, sino activo. Si lo delegamos todo en un instrumento, si vaciamos toda
nuestra memoria, también perdemos en estos actos parte de nuestra libertad.
Radio, cine, televisión, nunca atacaron frontalmente al libro. Compitieron con
él robándole espacio y tiempo, pero la cultura por excelencia seguía
transmitiéndose a través de la imprenta. Internet es distinto. Archiva, procesa,
comparte la información, también la textual, tecnologiza la palabra, la
creación. Es un instrumento útil que no debería suplantar sino completar los
buenos usos anteriores. Pero no está siendo así. Carr, en ¿Qué está haciendo
Internet?, afirma algo que, muy a mi pesar, reconozco como inevitable: que
el futuro del conocimiento y la cultura ya no se encuentra en los libros, ni en
los periódicos, ni en televisión, sino en los archivos digitales difundidos por
nuestro medio universal a la velocidad de la luz.
Libro de papel, libro electrónico, conocemos ya sus ventajas y desventajas.
El primero, multisensorial, una obra de arte en sí mismo; el otro, repleto de
información, de distracciones, de emboscadas a la textualidad. Me preocupa mucho
menos el soporte que el cambio profundo que se está produciendo en la antigua
manera de leer, buena, experimentada y sabia. El cambio de forma sufrido por un
medio supone un cambio de contenido. Cambio profundo en la manera de leer y en
la de escribir.
Muchos jóvenes comentan que no leen novelas porque son demasiado largas para
seguirlas en pantalla. Probablemente, en un futuro cercano, las novelas
electrónicas serán más visuales que textuales, lo que ya se conoce como
vooks. ¿Dónde se hallará el creador? Todo estará socializado y,
probablemente, abocado a lo superficial. ¿La lectura "masiva" fue una "breve
anomalía" de nuestra historia intelectual y cada vez irá quedando dentro de una
minoría que se perpetúa a sí misma, la clase "lectora"? En realidad, ¿no fue
siempre así? ¿Por qué este odio intelectual, que lleva a muchos a decir que no
debemos llorar por la muerte de la lectura pues estuvo siempre sobrevalorada,
así como las grandes obras que la conforman y sus autores, dotados de una
genialidad insultante y antidemocrática? ¿Por qué Internet tiene que obligarnos
a dejar de leer, a dejar de escribir, a dejar de pensar? En el Fedro, yo
estaría de parte de Platón, de parte de la escritura, del avanzar sobre los
inconvenientes razonables de Sócrates. Hoy estoy de parte de Internet siempre
que, como decía este último, no amenace la profundidad intelectual.
César Antonio Molina, Democratización y odio intelectual, El País, 20/10/2011
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