No tots són Steve Jobs.
Nosotros somos el 99%" es un gran eslogan. Define correctamente el problema
como una oposición entre la clase media y la élite (en vez de entre la clase
media y los pobres). Y también va más allá de la idea consagrada, reiterada pero
errónea, de que la creciente desigualdad se deriva principalmente de que a la
gente culta le va mejor que a la que tiene menos cultura; los que más han salido
ganando en esta nueva Edad de Oro han sido un puñado de gente muy rica, no
licenciados universitarios en general.
Sin embargo, el eslogan del 99% apunta en todo caso demasiado bajo. Una gran
parte de las ganancias del 1% más rico se concentran en un grupo todavía más
pequeño, el 0,1% más alto (la milésima parte más rica de la población).
Y en Estados Unidos, mientras que los demócratas, en líneas generales,
quieren que la superélite contribuya al menos en parte a la reducción del
déficit a largo plazo, los republicanos quieren rebajarle los impuestos y al
mismo tiempo recortar la Seguridad Social y la asistencia médica en nombre de la
disciplina fiscal.
Antes de llegar a esas discrepancias políticas, veamos unas cuantas
cifras.
El último informe de la Oficina Presupuestaria del Congreso sobre la
desigualdad no analizaba detalladamente el 1% más alto, pero un informe
anterior, que solo llegaba hasta 2005, sí lo hacía. De acuerdo con ese informe,
entre 1979 y 2005 los ingresos después de impuestos y ajustados a la inflación
de los estadounidenses con una posición media en la distribución de la renta
aumentaron un 21%. El número equivalente para el 0,1% más rico aumentó un
400%.
En su mayoría, estas enormes ganancias reflejaban un aumento drástico en la
parte de la renta antes de impuestos correspondiente a la superélite. Pero
también ha habido grandes reducciones de impuestos que han favorecido a los
ricos. En concreto, los impuestos sobre las plusvalías son mucho más bajos que
en 1979, y la milésima parte más rica de los estadounidenses representan la
mitad de todos los ingresos derivados de las plusvalías.
Teniendo en cuenta estos antecedentes, ¿por qué defienden los republicanos
nuevas rebajas fiscales para los muy ricos al tiempo que advierten sobre los
déficits y exigen recortes drásticos en los programas de Seguridad Social?
Pues bien, aparte de gritar "¡Guerra de clases!" siempre que se plantean
estas preguntas, la respuesta habitual es que la superélite "crea empleo", o
sea, que hace una aportación especial a la economía. Por eso, lo que necesitan
saber es que esto es economía mala. De hecho, sería economía mala incluso si EE
UU tuviera la economía de mercado perfecta e ideal de las quimeras
conservadoras.
Después de todo, en una economía de mercado ideal, a cada trabajador se le
pagaría exactamente lo que él o ella aporta a la economía al decidirse a
trabajar, ni más ni menos. Y esto sería igualmente válido para los trabajadores
que ganan 30.000 dólares al año y para los ejecutivos que ingresan 30 millones
al año. No habría ninguna razón para considerar que las aportaciones de los que
se embolsan 30 millones de dólares merecen un tratamiento especial.
Pero, dirán ustedes, los ricos pagan impuestos. Y en efecto, así es. Y
podrían -y deberían, desde el punto de vista del 99,9%- pagar una parte
considerablemente mayor, en vez de optar a todavía más exenciones fiscales, a
pesar de la supuesta crisis presupuestaria, por todas las cosas magníficas que
se supone que hacen.
Así y todo, ¿no es verdad que algunos de los muy ricos se hacen así de ricos
creando innovaciones que son mucho más valiosas para el mundo que la renta que
reciben? Claro que sí, pero si se fijan en quiénes componen realmente ese 0,1%,
es difícil no llegar a la conclusión de que, en general, a los miembros de la
superélite se les paga de más, no de menos, por lo que hacen.
Porque, ¿quiénes son ese 0,1%? Muy pocos de ellos son innovadores a lo Steve
Jobs: la mayoría de ellos son mandamases de empresas y embaucadores financieros.
Según un análisis reciente, el 43% de la superélite son ejecutivos de empresas
no financieras; el 18% se dedica a las finanzas, y otro 12% son abogados o están
en el sector inmobiliario. Y estas no son, por decirlo suavemente, profesiones
en las que exista una clara relación entre los ingresos de alguien y su
aportación a la economía.
La paga de los ejecutivos, que se ha disparado durante la última generación,
la deciden unas juntas directivas nombradas por esas mismas personas cuyo sueldo
establecen; los consejeros delegados que hacen una mala labor reciben de todas
maneras nóminas espléndidas, y hasta los ejecutivos fracasados y despedidos a
menudo reciben millones según salen por la puerta.
Mientras tanto, la crisis económica ha demostrado que gran parte del valor
aparente creado por las finanzas modernas era un espejismo. Como lo expresaba
recientemente el director de estabilidad financiera del Banco de Inglaterra, la
supuestamente alta rentabilidad antes de la crisis sencillamente reflejaba un
aumento del riesgo, un riesgo que corrían no los propios embaucadores, sino los
inversores ingenuos o los contribuyentes, que acabaron cargando con el muerto
cuando todo salió mal. Y como señalaba mordazmente, "si la creación de riesgo
fuera una actividad con valor añadido, los que juegan a la ruleta rusa
contribuirían desproporcionadamente al bienestar mundial".
Entonces, ¿debería el 99,9% odiar al 0,1%? No, ni mucho menos. Pero debería
hacer caso omiso de toda la propaganda sobre la "creación de empleo" y exigir
que la superélite pague muchos más impuestos.
Paul Krugman, Somos el 99,9%, El País, 11/12/2011
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