Estem en estat d´excepció.
by Josetxo Ezcurra |
Si, siguiendo a Carl Schmitt, soberano es quien decide el estado de
excepción, ya sabemos que este ahora no lo personifica un órgano político
institucional, sino oscuras fuerzas económicas sin rostro, forma ni ubicación
física conocida. Tampoco sabemos cómo hacerles frente porque no rinden cuentas
ante nadie, nadie las controla en realidad, y se despliegan por el globo a
través de millones de transacciones diarias que viajan por el ciberespacio. ¡Qué
tiempos aquellos en los que la sede del poder podía encarnarse en el Palacio de
Invierno o en el "complejo militar-industrial"! Ahora, por el contrario, ha
devenido en una estructura de redes de poder invisible del que formamos parte
sin saberlo. Y solo las vemos o percibimos en realidad a través de lo que nos
comunican los que se han instituido en su portavoz oficial, las ya aludidas
agencias de calificación.
Se dirá, con razón, y como siempre nos lo recuerda Merkel, que las reglas que
impone este nuevo soberano son bien conocidas y que si nos las saltamos a la
torera es a costa de asumir consecuencias previsibles. Pero no es menos cierto
que dichos mercados, lejos de tender al equilibrio, obligan constantemente a la
política a interferir para evitar el descalabro al que les aboca su más que
cuestionable "racionalidad". Después de la crisis de septiembre de 2008
utilizaron a los Estados para poder sobrevivir y, una vez que los hubieron
desplumado y los dejaron, exhaustos, al borde del precipicio financiero, les
clavaron el aguijón, como hiciera en la fábula el escorpión a la rana. Ahora
andan todos nerviosos en nuestro continente, tratando de calmar su ansiedad
erigiéndoles nuevos sacrificios ante el altar de las instituciones europeas.
Lo malo es que en este caso el sacrificio va más allá de lo aparente y
formal; a saber, la revisión de los tratados en la línea de acceder a la
integración presupuestaria de los países de la Eurozona bajo una férrea y
estricta disciplina fiscal. Lo que estamos poniendo en juego, más por el
procedimiento que por el resultado en sí, es la conversión de los Estados
nacionales en instancias de decisiones democráticas ficticias. El nuevo soberano
impone sus condiciones a los grandes y poderosos países de la Eurozona, y estos
a su vez se las trasladan a los débiles y pequeños. Y con la amenaza de que
dicha reforma, que pone en cuestión las bases de la soberanía de los Estados que
la suscriban, no se sujete a una verdadera revisión democrática por parte de los
afectados. Nada de refrendos ni disensiones. No hay alternativa. Estamos en
estado de excepción y bajo estas condiciones quienes tienen la palabra y la
capacidad para decidir no es el pueblo, ¡faltaría más!, sino los guardianes de
la nueva racionalidad, los tecnócratas y expertos que rodean a los actores
políticos electos. Aunque, bien mirado, siempre con la advertencia de no
lesionar los intereses nacionales de los poderosos -de eurobonos, nada.
A falta de saber qué es lo que se acabe decidiendo en realidad, una cosa ya
está clara. La UE ha entrado en un nuevo déficit de legitimidad democrática y
solo podrá recuperarla en el futuro si este nuevo giro de integración forzosa se
complementa después con nuevas posibilidades de mayor integración democrática.
Si se va más decididamente a esquemas de organización federal y se da marcha
atrás en este intergubernamentalismo rampante. La parte buena de todo esto es
que al fin hemos aprendido que es ahí, en la UE, donde nos jugamos nuestro
futuro, nuestra libertad y nuestra capacidad de acción. Ahora dependerá de si
los europeos tomamos nota de lo que ha pasado y queremos recuperar la soberanía
perdida. Si todo sale bien, claro.
Fernando Vallespín, La Europa postsoberana, El País, 09/12/2011
http://www.elpais.com/articulo/espana/Europa/postsoberana/elpepiesp/20111209elpepinac_4/Tes?print=1
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