Volem jugar amb les mateixes regles?
En uno de sus últimos trabajos, Zygmunt Bauman advierte de los daños
colaterales de la desigualdad social. Como dice, muchos técnicos saben
perfectamente que la estabilidad de infraestructuras e instalaciones depende de
la capacidad de aguante de sus partes más débiles. Sirve de poco afirmar que "en
conjunto la cosa aguanta", sin prevenir la posibilidad de que la extrema
fragilidad de una parte acabe arrastrando al sistema al colapso. Así, se sigue
hablando de renta per cápita promedio, mientras frente a la incomodidad de los
que van quedándose fuera se les van adjudicando calificativos que los tachan de
"problemáticos", "marginales" o de "gandules poco dispuestos a esforzarse". Los
estudios de Richard Wilkinson y Keith Picket (The spirit level, Penguin,
2010) han demostrado que las sociedades más igualitarias funcionan mejor que las
más desiguales.
No se trata, pues, de un tema que los amantes de la triple E (economía,
eficacia y eficiencia) puedan minusvalorar tachándolo simplemente de
"buenismo" o de moralismo compasivo. Luchar y trabajar para conseguir que
una comunidad sea menos desigual es trabajar y luchar para conseguir que todo y
todos funcionemos mejor. Lo recordaba el presidente Obama en un importante
discurso sobre la creciente desigualdad social en EE UU: "Nuestro éxito no ha
radicado en la supervivencia de los más fuertes, sino en la construcción de una
sociedad en la que todos salimos ganando".
Las evidentes dificultades de la transición hacia una nueva época no nos
deberían hacer perder la conciencia sobre lo que nos estamos jugando. Si vamos
llegando a la conclusión de que, para salvar los privilegios de unos, los demás,
los que menos recursos de todo tipo tienen, han de ser minorizados, vigilados y
mantenidos en sus espacios, aun a costa de reducirles el acceso a servicios y
bienes públicos esenciales como la educación o la sanidad, el nivel de
conflictividad no dejará de aumentar y las perspectivas autoritarias se irán
abriendo paso. Es un problema de prioridades, de cómo repartimos lo que tenemos
y a qué damos más valor, si a la justicia social, con lo que conlleva de
cohesión y perspectiva de futuro compartida, o al "arréglatelas como puedas", y
el que más pueda más obtendrá.
Decía Obama, con razón, que las cosas funcionan bien si todos jugamos con las
mismas reglas, cuando todo el mundo tiene una oportunidad reconociendo de dónde
parte y cuando todos podemos recibir algo para sentirnos miembros, ciudadanos.
¿Sucede eso ahora aquí entre nosotros? Creo que cada vez menos. Las recetas
están claras. Uno de los puntos más significativos del estudio de la OCDE antes
mencionado es la llamada de atención que se hace en el informe en el sentido de
que los países "revisen su sistema fiscal para asegurar que los más ricos
contribuyen en su justa medida al pago de impuestos". Más control fiscal de
bancos y empresas, más inversión en educación de calidad para todos, más
innovación para buscar formas alternativas de producir y consumir, más capacidad
de intervención y de control democrático de todos y para todos. En esta
perspectiva, la nueva Europa sigue siendo antigua en sus formas estatales y en
sus restricciones mentales. Pero no deja de ser un paso que podríamos aprovechar.
Joan Subirats, La desigualdad como amenaza, El País, 11/12/2011http://www.elpais.com/articulo/cataluna/desigualdad/amenaza/elpepiespcat/20111211elpcat_5/Tes?print=1
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