El joc de l´ultimàtum.
La economía política fundada por Adam Smith y David Ricardo se estableció sobre la base de un individuo guiado por móviles egoístas: es el famoso Homo economicus maximizador de su propia función de utilidad, que hoy, dos siglos después de Smith, sigue campando por sus respetos por toda la mainstream economics (o sea la economía neoclásica convencional)[1].
Podemos preguntarnos al menos tres cosas: si este modelo antropológico
presupuesto por la economía convencional se asemeja en algo a los seres humanos
reales; cómo puede uno llegar a pensar que sí se asemeja; y si es bueno para la
ciencia económica trabajar a partir de un modelo antropológico tan
extremadamente tosco y reductivo.
La respuesta a la primera pregunta es, de manera
bastante obvia, que no. Los seres humanos no son siempre y en toda
circunstancia egoístas conscientemente maximizadores de su propio interés.
Las motivaciones de sus actos son complejas, y entre ellas desempeñan un papel
importante, por ejemplo, las normas sociales (una de cuyas importantes
características es precisamente que la conducta guiada por normas sociales
no se preocupa por los resultados)[2].
La famosa serie de experimentos que desarrollaron Daniel Kahneman y Amos Tversky
a partir de los años setenta del siglo XX mostró que la conducta humana en
contextos económicos reales esta lejos de ajustarse a las simplezas de la
maximización de utilidad[3].
Y, más recientemente, en diversos experimentos con estudiantes universitarios
occidentales (vale decir, con sujetos juveniles expuestos a una “socialización
de mercado” que presumiblemente alentará las disposiciones egoístas) se ha visto
que sólo la cuarta parte, aproximadamente, se ajusta a las preferencias egoístas
del Homo economicus.[4]
Un aspecto interesante de estas investigaciones con seres humanos y otros
primates es que muestran que, aunque los seres humanos no ajustemos nuestra
conducta a la del modelo que supone el Homo economicus, ¡los chimpancés
sí que lo hacen en gran medida! Parecen ser maximizadores racionalmente egoístas
de una forma que a nosotros nos resulta ajena.
En efecto, el conocido “juego del ultimátum” se ha adaptado para chimpancés
(con uvas en vez de monedas: las uvas están entre los alimentos que ellos más
aprecian). Recordemos que se trata de un juego experimental de economía en el
cual dos partes interactúan de manera anónima y sólo una vez (por lo que la
reciprocidad no entra en consideración). El primer jugador propone cómo dividir
una determinada suma de dinero con el segundo (por ejemplo diez euros; o diez
uvas, en el caso de los chimpancés). Si éste último rechaza la oferta, nadie
obtiene nada. En cambio, si la acepta, el primer jugador obtiene lo que propuso
y, el segundo, el resto.
Como nos recuerda Wikipedia, entre los seres humanos “todas las pruebas que
se han hecho de este juego muestran que nunca el que propone el ultimátum
consigue abusar del que lo recibe, quien prefiere renunciar a un beneficio
pequeño castigando al que pretende obtener un beneficio mayor basado en la
decisión racional. En la práctica, en la mayoría de los casos el oferente
propone un reparto equitativo y en muchos casos, espontáneamente, ofrece una
cantidad superior a la que se reserva. El juego del ultimatum se usa como
evidencia contra las teorías del homo economicu,s pues muestra que las
elecciones a partir de criterios de justicia priman sobre las de beneficio”. En
efecto, en la gran mayoría de las culturas humanas el proponente ofrecerá el 40%
o más de la cantidad en juego, y el receptor no aceptará cantidades por debajo
del 30%. Sin embargo, entre los chimpancés el proponente ofrecerá el mínimo
posible (una uva de diez, por ejemplo) y el receptor aceptará cualquier cosa por
encima de cero (esa mísera uva, aunque el otro se quede con nueve)… ¡No castigan
las ofertas injustas como lo hacemos los seres humanos! [5]…
En fin, quizás el capitalismo podría funcionar bien si estos primos cercanos
nuestros sumasen a sus disposiciones naturales cierto salto cognitivo y un afán
por la búsqueda despiadada de la ganancia, pero en el mundo humano el
capitalismo resulta más bien antinatural…
El ilustre economista (y premio Nobel) Amartya Sen ha señalado que no
contamos con ninguna evidencia ni de que la maximización del propio interés
suponga la mejor aproximación al comportamiento humano real, ni para decir que
lleva necesariamente a unas condiciones económicas óptimas. De hecho, hay
conocimiento histórico y etnográfico, así como abundante investigación empírica,
que muestran pautas sistemáticas de comportamiento humano incompatibles con el
modelo del Homo economicus[6].
En los laboratorios de la “economía experimental” los individuos reales no se
comportan como egoístas maximizadotes de su utilidad[7].
Y es patente que existen economías capitalistas –señaladamente la japonesa, una
de las economías capitalistas más poderosa del planeta– en las que la
desviación sistemática del comportamiento egoísta hacia un comportamiento basado
en la norma –deber, lealtad, buena voluntad, etc– es un factor fundamental del
éxito económico. Oigamos al propio Sen:
“El éxito de algunas economías de libre mercado, como Japón, en la producción
eficiente se ha citado también como evidencia favorable a la teoría del egoísmo.
No obstante, él éxito del libre mercado no nos dice nada acerca de la
motivación en la que se apoya la acción de los agentes económicos en
dicha economía. En realidad, en el caso de Japón, existe una fuerte evidencia
empírica que sugiere que las desviaciones sistemáticas del comportamiento
egoísta hacia el deber, la lealtad y la buena voluntad han desempeñado un papel
fundamental en el éxito industrial. Lo que Michio Morishima (1982) denomina el
‘carácter japonés’ es, sin duda, difícil de encajar en ninguna descripción
sencilla del comportamiento egoísta (ni siquiera teniendo en cuenta los efectos
indirectos). [...] De hecho, el dominio, en Japón, del comportamiento basado en
la norma se puede ver no sólo en términos económicos sino también en otras
esferas de la conducta social, como en la rareza de arrojar basura al suelo, la
poca frecuencia de pleitos, el número extraordinariamente reducido de abogados y
el índice muy bajo de criminalidad comparada con otros países de riqueza
similar.”[8]
Tiendo a pensar que la respuesta a la segunda pregunta –cómo se puede dar por
bueno que el Homo oeconomicus describe con alguna exactitud el
comportamiento humano real– tiene bastante que ver con la socialización
dentro de una economía capitalista “naturalizada”, esto es, a la que se
considera un orden económico “natural” e inmutable, si no el único posible.
Ahora bien: el mercado, a lo largo de la historia, ha sido frecuentemente
criticado desde criterios éticos. Aristóteles (libro quinto de la Ética
nicomaquea y libro primero de la Política) explicaba que el
mercado destruye la posibilidad de la amistad y el civismo, que crea angustia en
cuanto a los medios de existencia, y que por consiguiente es incompatible con la
virtud humana. Pero no hace falta que nos remontemos tan atrás en la historia
del pensamiento occidental, sino que basta con que reflexionemos un poco.
Los mercados capitalistas, una vez establecidos (a un coste histórico
enorme)[9],
tienden a fomentar el egoísmo como rasgo de carácter. En efecto: en un
intercambio mercantil típico, cada uno de los dos agentes tiende a desear los
mejores términos de intercambio para sí mismo; intenta obtener lo más posible
cediendo lo menos posible, y se esfuerza por que el otro reciba lo menos posible
y ceda lo más posible. Cada cual trata al otro de manera puramente instrumental,
como un objeto del que dispone para sus propios fines. El altruismo más o menos
consecuente es por definición imposible en una economía competitiva de mercado
(lleva a quien lo practica a una ruina segura). Es fácil ver que a medida que
las relaciones mercantiles invaden todos los ámbitos de la existencia humana,
las actitudes y comportamientos egoístas tienden a generalizarse. Por tanto, la
relación de causalidad más adecuada, a mi juicio, no es que hay mercados
porque el ser humano sea egoísta, sino que el ser humano tiende a hacerse más
egoísta a medida que se generalizan los mercados.
Tengamos siempre presente, para no obcecarnos, que todo régimen económico
moderno incorpora siempre un sector de mercado, otro de planificación y otro de
reciprocidad[10],
con peso diferente en las diferentes sociedades. En la sociedad japonesa, por
ejemplo, que es muy amiga del regalo, el valor monetario de lo que se
redistribuye mediante regalos asciende nada menos al 5% del producto nacional,
sin incluir los servicios intrafamiliares ordinarios[11].
Y no olvidemos tampoco que existen o han existido sociedades –las llamamos
“primitivas”– en las que las relaciones de reciprocidad dominaban por completo
las conductas económicas. Así, por ejemplo, los cazadores-recolectores
bosquimanos o australianos cazan colectivamente; y cuando un aborigen mata un
canguro, no se queda con nada para él mismo, sino que lo entrega troceado a los
demás de acuerdo con reglas bien definidas (por las relaciones de parentesco).
Podríamos acumular los ejemplos etnológicos hasta la saciedad.
“Se nos enseña a creer que el ser humano es esencialmente una criatura
adquisitiva, y que, abandonado a sus propios impulsos, se comportará como lo
haría cualquier hombre de negocios que se precie. Constantemente se nos inculca
que la persecución del beneficio es tan vieja como el mismo ser humano. Pero no
lo es. La motivación por el beneficio, en la forma en que hoy la conocemos, sólo
es tan vieja como ‘el hombre moderno’. Incluso hoy la noción de la ganancia por
la ganancia resulta extraña a gran parte de la humanidad, y se hizo notar por su
ausencia durante gran parte de la historia registrada…”[12]
La respuesta a la tercera pregunta es, a mi juicio, que el restrictivo e
irreal supuesto del comportamiento egoísta ha dañado la calidad del análisis
económico. Oigamos por ejemplo a un premio Nobel de economía: “La naturaleza de
la economía moderna se ha visto empobrecida sustancialmente por el
distanciamiento que existe entre la economía y la ética”[13].
El profesor Sen ha dedicado un libro entero –Ética y economía– a la
investigación de esta cuestión, que no puedo abordar aquí.
[1]
Sobre el abuso que se hace de Smith a la hora de legitimar al Homo
oeconomicus, véase Amartya Sen: Sobre ética y economía. Alianza,
Madrid 1990, p. 38-45; y Serge-Christophe Kolm: La bonne économie -La
réciprocité générale, PUF, Paris 1984, p. 21.
[2]
Véase Jon Elster: Tuercas y tornillos. Gedisa, Barcelona 1990, p.
115-124.
[3]
Su artículo seminal “Judgment under uncertainty” es de 1974. Una síntesis de las
aplicaciones de esta línea de investigacion a la teoría económica en Richard H.
Thaler, Quasi Rational Economics, Russell Sage Foundation
1991.
[4]
Samuel Bowles y Herbert Gintis: “¿Ha pasado de moda la igualdad? El Homo
reciprocans y el futuro de las políticas igualistaristas”, en Roberto
Gargarella y Félix Ovejero (comps.), Razones para el socialismo,
Paidos, Barcelona 2001, p. 184.
[5]
Véase Josep Call, “Prosocialidad y origen de la justicia en humanos y otros
primates”, ponencia en el curso “Dimensiones sociales del animal humano: una
interpretación evolutiva”, Facultad de Biología de la UAM, 12 al 21 de diciembre
de 2011.
[6]
Véase por ejemplo Joseph Heinrich, Robert Boyd, Samuel Bowles y otros: “In
search of Homo economicus: Behavioral experiments in 15 small-scale
societies”, AEA Papers and Proceedings vol. 91 num. 2, mayo de
2001.
[7]
Fernando Aguiar, Antonio Gaitán y Blanca Rodríguez: “¿Qué es la filosofía
experimental?”, ponencia enla XVII Semana de Ética y Filosofía Política
(Donosti/ San Sebastián,1 a 3 de junio de 2011).
[8]
Sen: Sobre ética y economía, op. cit., p. 36. Véase también el capítulo
6 (“Cómo viven los japoneses”) de Ética para vivir mejor de Peter
Singer, Ariel, Barcelona 1995.
[9]
Sobre la violentación antropológica que ha sido necesaria para la
instauración del capitalismo, véase Félix Ovejero Lucas, De la naturaleza a
la sociedad, Barcelona, Península 1989, p. 2 y ss., 32-33, 63. Véase
también La gran transformación, la clásica obra de Karl
Polanyi.
[10]
Kolm: La bonne économie, op. cit., p. 65 y ss.
[11]
Kolm: La bonne économie, op. cit., p. 63.
[12]
Robert Heilbronner, The Worldly Philosophers: The Lives, Times and Ideas of
Great Economic Thinkers, Simon & Schster, Nueva York 1953, p.
22.
[13]
Sen: Sobre ética y economía, op. cit., p. 25.
Jorge Reichmann, Sobre capitalismo, chimpancés y otros primates, Tratar de comprender, tratar de ayudar, 20/1272011
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