Consciència i música.
Igual que la gente es una sola cosa vista desde la distancia y una plétora a
pie de calle, nuestra consciencia es un flujo único en nuestra experiencia, pero
una multitud de diablillos celulares a la escala que usan los neurólogos, que es
también a la que sufren sus pacientes. La voluntad de mover un brazo reside en
un trozo de cerebro, como la habilidad para percibir formas, la aptitud de
emocionarse con lo bello o la conjugación del subjuntivo. Estos talentos se
deben a la arquitectura innata del cerebro como a las nuevas geometrías que
imprime en sus circuitos el aprendizaje del mundo, pero son agentes autónomos en
buena medida, y ocupan posiciones discretas en el cráneo. No es extraño que
puedan estropearse por separado, y así lo ha establecido un siglo de
investigación neurológica.
La música no es una excepción. La capacidad para percibirla y disfrutarla
como una de las mayores experiencias estéticas que cabe vivir, es un universal
humano, instalado con profundidad en todas las culturas y poblaciones sin
excepción conocida. Su generalidad es tal que algunos científicos sospechan que
evolucionó íntimamente asociada al bipedalismo y la coordinación de movimientos
necesaria para caminar y correr. También para bailar. Su relación con la
evolución del lenguaje es más evidente aún, y fue ya propuesta por Darwin en el
libro que fundó las modernas ciencias cognitivas, La expresión de las
emociones en el hombre y los animales, de 1872.
La música sigue circuitos paralelos a los de la percepción lingüística en el
córtex auditivo, la zona del cerebro cercana a las orejas. Empieza como estos en
la cóclea, el órgano espiral que clasifica los sonidos por su frecuencia
acústica, o como notas en la escala musical. A medida que la información
asciende por el córtex, de las orejas a lo alto de la cabeza, se hace más
abstracta: las notas se abstraen en intervalos y acordes, luego en frases y
pasajes, hasta que una sonata entera llega a ser un concepto. Y más allá, cuando
no ya un blues, sino todos los blues, conforman una sola idea en
los estratos superiores de la mente. El proceso es idéntico al que permite
entender el lenguaje, o simplemente ver el mundo que tenemos delante.
La consciencia es una, pero a veces hecha de partes dañadas, ausencias,
pecios de la biografía.
Javier Sampedro, La música como consciencia, El País, 18/12/2011
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