L´auge del populisme a Europa.


Reunidas alrededor de una mesa repleta de bizcochos, tartas y jarras de café y de leche en una acogedora salita adyacente a la iglesia luterana del pueblo, Kirsti Nieminem, Taimi Rustari y otras cinco amigas pensionistas dan la sensación de estar sentadas al borde de un mundo en peligro de extinción. Las siete son vecinas de Kihniö, un pueblo de 2.200 habitantes a unos 300 kilómetros al norte de Helsinki. Kihniö es el distrito electoral de Finlandia en el que el populista y euroescéptico partido Auténticos Finlandeses (AF) tuvo su mejor resultado en las elecciones generales de abril. La media nacional fue un sorprendente 19%. En el pueblo lograron un estratosférico 53%. Las siete contribuyeron a ese resultado.

Estas entrañables mujeres mayores son lo más alejado del estereotipo ultraderechista al que a veces se asocia a AF. No hay ningún atisbo de xenofobia en sus discursos y tampoco rasgo alguno de intolerancia social. Su gran anhelo es la defensa de los servicios sociales en el municipio; la defensa de su pequeña comunidad mientras un tremendo y gigantesco tsunami que viene de lejos se acerca amenazante. Kihniö puede parecer solo un pueblo muy periférico en el gran mapa de Europa, pero las angustias que lo inquietan tienen toda la pinta de estar convirtiéndose en un asunto terriblemente central en la política europea.

"¡No es justo!", exclaman las siete, al unísono como un coro, cuando se les pregunta por el rescate a Grecia y Portugal. No entienden por qué hay que ayudar a quienes gastaron más de lo que tenían o, peor, hicieron trampas. Y resulta más duro de aceptar cuando, como ahora, las consecuencias de la crisis reducen los recursos incluso en Finlandia. "Temo que esta situación debilite nuestros servicios sociales", dice Kirsti. Que la maldita enfermedad venida de fuera corroa el sano tejido de su comunidad.

Y no es poca cosa lo que pueden perder. El pequeño pueblo de Kihniö, rodeado de centenares de lagos e infinitos bosques de coníferas, cuenta con centro médico y ambulancia propia, y con una escuela modélica para estudiantes de 6 a 16 años repleta no solo de ordenadores, ¡sino también de modernas cocinas y lavadoras para la educación doméstica! El sistema educativo finlandés destaca entre los mejores del mundo en todos los estudios comparativos.

"El Estado nos está trasfiriendo menos recursos", explica Petri Liukku, alcalde del pueblo, sentado en su diminuto y simple despacho. El PIB de Finlandia, una nación de 5,4 millones de habitantes con una economía muy exportadora, cayó un 8% en 2009 debido a la crisis internacional. Para ahorrar, la Administración impulsa un reagrupamiento de los municipios, lo que a menudo causa un alejamiento de los servicios. La recaída de la crisis en Europa ensombrece el futuro.

"En los noventa tuvimos una crisis durísima, incluso peor que esta", prosigue Liukku. "Entonces nos apretamos mucho el cinturón, y salimos de ella. Y ahora, claro, la gente se pregunta por qué los demás no se apañan solos". Por qué hay que ayudarles mientras en Finlandia tampoco las vacas estén gordísimas.

Tener que recortar dentro y ayudar fuera es una mezcla explosiva que amenaza con dar gran rédito político a partidos populistas en varios países europeos. AF se ha alimentado de ella, erigiéndose en defensor de las conquistas sociales, de lo viejo conocido frente a los desmadres europeos. Y los sondeos lo sitúan ahora por encima del 20%, haciendo de ellos la formación eurocrítica más fuerte del continente. En Holanda, Dinamarca y Suecia, partidos similares también están cobrando fuerza, pero sin llegar a esas cuotas.

Timo Soini, líder de AF, lo tiene claro. "La cuestión de los rescates fue la clave de nuestro éxito en las últimas elecciones", dice. Soini modula con sabiduría una retórica que cabalga en la indignación y los miedos de mucha gente común, sin pisar claramente zonas rojas. "Nuestro escepticismo no se dirige contra Europa, ni tampoco contra sus pueblos o naciones. Es contra el actual sistema de la UE, que no funciona. Hay que decirlo. Y hay que corregirlo". Algunos correligionarios de Soini, que es candidato a la presidencia en las elecciones que se celebrarán en enero, andan menos finos en cuanto a dialéctica, y han pronunciado en varias ocasiones burdos discursos populistas y hasta declaraciones xenófobas.

Pero varios datos permiten inferir que no es la retórica anti-inmigración de algunos sectores del partido el principal motivo de su éxito. En Finlandia solo el 3% de la población está integrada por extranjeros, y casi un tercio de ellos son estonios o suecos. Significativamente, en Kihniö tan solo hay tres estonios, un letón, un ruso, y dos turcos que regentan una casa de kebab en la calle principal.

Aquí no se trata del viejo rechazo a los extranjeros; la lucha tampoco es entre izquierda y derecha. La batalla es local contra global. Europa, naturalmente, es parte de ese indefinido y amenazante monstruo global. Y, en el caso de Kihniö, el extraordinario resultado de AF se explica precisamente porque milita en el partido una representante política muy apreciada en la zona y muy pendiente de las necesidades de los vecinos.

Incluso en pueblos como Kihniö u otros de la zona, aparentemente tan lejanos de Bruselas, "la cuestión de los rescates era casi siempre la primera cosa que nos preguntaban los ciudadanos durante la campaña", recuerda Reijo Ojennus, un destacado representante del partido nacido en un pueblo cercano a Kihniö.

Las angustias que agitan lugares como Kihniö son relevantes porque es probable que se reproduzcan cada vez más en términos parecidos en muchos países ricos de la UE. Mientras no se aplaquen esas angustias, el riesgo de auge del populismo es alto.

"Los sistemas políticos europeos están tan bloqueados que, cada vez que un nuevo actor coge algo de fuerza, enseguida se le tacha como elemento problemático", se defiende Soini. "Pero yo creo precisamente que la democracia consiste en que, cuando la gente está harta de ciertas políticas, tenga opciones realmente diferentes. Esto es lo que ha pasado en Finlandia y lo que cada vez más puede pasar en Europa".

Calmar las inquietudes de gente como Kirsti, Taimi y sus amigas es la condición para que la construcción europea no se desmorone. Para cada vez más gente, ahora, Europa no es la solución; es el problema.

Andrea Rizzi, "¿Por qué otros no se apañan solos?", El País, 30/11/2011

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