A favor d´un dret més 'marítim'.


La piratería ha dejado de ser una curiosidad histórica o una simple metáfora. Los piratas están entre nosotros y por todas partes, adoptando formas diversas: piratas aéreos y marítimos, radios piratas, diputados piratas, terroristas globales, piratas informáticos y hackers, virus, emigrantes clandestinos, ocupas o squats, biopiratería, paraísos fiscales... El pirata forma parte del imaginario contemporáneo de la globalización, en el que se dan cita el capitalismo predador, los movimientos integristas, las redes que escapan a los Estados o los libertarios del ciberespacio desregulado. Habría que preguntarse si esta reaparición de la piratería nos da alguna pista para entender mejor el mundo actual, sus promesas y sus peligros.

Podríamos tomar como punto de partida la contraposición entre la tierra y el mar que forma parte de nuestro imaginario geopolítico. Carl Schmitt, en el periodo de entreguerras, se lamentaba de que los Estados terrestres, protectores de la seguridad y la propiedad, estuvieran debilitándose frente a los poderes marítimos, liberales y oceánicos. Este esquema constituye el trasfondo de todos los debates políticos de la modernidad, que han girado en torno a una alternativa fundamental entre los Estados terrestres autárquicos y los poderes marítimos ilimitados, el choque entre una filosofía política de la tierra y una filosofía política del océano, entre un pensamiento del límite contra un pensamiento de lo ilimitado. El moderno Estado nación surge precisamente contra el desorden del mar, contra ese elemento de lo móvil, inestable, flotante, fluctuante y huidizo que los piratas encarnan simbólicamente. Para el reaccionario Schmitt, lo finito y acabado representaría el ideal frente a lo abierto e inacabado, propio de las sociedades liberales.

Todo parece indicar que la batalla se inclina actualmente en favor de eso que Bauman ha llamado el "mundo líquido": la globalización es impulsada por la fluidez general, la liquidación no sólo de las viejas fronteras, sino de la idea misma de frontera, que se convierte en algo obsoleto en un espacio desterritorializado. El mar, ese medio informe, sin huella, el universo del peligro y la conquista, es ahora la sociedad del riesgo, los espacios desregulados de las finanzas y el consumo, sobre los cuales el viejo Estado nación aparece como una potencia sin autoridad. No tiene nada de extraño que la figura del pirata reaparezca en un mundo así y que lo haga con toda su ambivalencia de libertad y barbarie.

El pirata encarna la figura de un tipo de enemigo que no amenaza tanto a un país en particular como a las naciones terrestres en general, no a una soberanía concreta como a la idea de soberanía en general. Es alguien que "desafía toda forma de respetabilidad organizada", dice Philip Gosse en su célebre Historia de la piratería. Pues bien, no creo estar forzando la metáfora si afirmo que la piratería representa una nueva forma de estaren el mundo que se ha vuelto líquido. No me refiero sólo al terrorismo global sino a formas actuales de la globalización que retoman el modelo de la rapiña. Podríamos pensar en el comportamiento de los consumidores, tan similar al pillaje (como se pone de manifiesto el primer día de rebajas en los grandes almacenes o en cualquier forma de consumo que implica un daño sobre el medio ambiente).

La analogía se acredita también si examinamos el actual panorama ideológico, más líquido que terrestre, con unas estrategias políticas más cercanas a la piratería que a la acción tradicional. El actual desencanto ideológico se pone de manifiesto en el hecho de que ni la izquierda ni la derecha están especialmente interesadas por intervenir a través de los habituales procedimientos de representación. Tanto el individualismo conservador como el izquierdismo radical se entienden a sí mismos como "contrapoderes", como "para-política". Para ambos el pirata representa el paradigma de la lucha contra la rigidez del Estado o contra el orden neoliberal; por distintos motivos, e incluso contrapuestos, la piratería es considerada como la estrategia más adecuada a las evoluciones económicas y culturales del capitalismo. Unos hablan de sociedad civil y otros de multitud, ambos conceptos muy líquidos. La derecha prefiere el mercado que el Estado y la izquierda formula, en vez de las tradicionales formas de lucha sindical, social, institucional o armada, unos sustitutos de combate como el exilio, la defección o la nomadización.

Una de las figuras más elocuentes de la piratería contemporánea son los paraísos fiscales, esos lugares sin identidad, sin fiscalidad ni obligación de residencia. Allí se consagra el curioso derecho de abandonar todo espacio político sustrayéndose al impuesto que es el símbolo del poder territorializado. Estas islas donde no rige el derecho invierten la relación entre la tierra y el mar: la tierra firme se encuentra ahora en la periferia de un mundo líquido, los Estados en la periferia del mundo financiero. Es como si viviéramos en un mundo en el que el mar hubiera tomado el poder sobre la tierra firme. Por eso cabe interpretar que la actual batalla contra los paraísos fiscales es una revancha de las potencias terrestres contra las derivas del nuevo poder desterritorializado.

El ciberespacio proporciona una gran cantidad de metáforas marítimas y piratas. Allí se mueven otros navegantes con la misma lógica libertaria con la que los expertos financieros inventan productos para escapar de una posible regulación. Los hackers se cuelan por los huecos de la Red y los financieros buscan los espacios off shore como los piratas circulan entre los espacios de la soberanía. Al igual que los piratas históricos, los navegantes de la Red viven en un archipiélago sobre el que el Estado impotente no tiene el monopolio de la violencia legítima.

La piratería es un indicador de falta de regulación, bien sea por encontrarnos ante formas de propiedad inéditas, bienes comunes de difícil identificación o innovaciones que plantean problemas normativos. La nueva piratería se debe especialmente a la actual profusión de bienes públicos, a la indefinición de su naturaleza; responde al hecho de que no siempre es fácil saber quién se hace cargo, de quién es la competencia, a quién pertenece, quién es el autor...

¿Cómo hacer la guerra contra los piratas en mundo líquido en el que no hay propiamente campo de batalla? La represión de la piratería en el siglo XVIII proporciona un modelo que, salvando las distancias, puede orientar nuestro combate contra los delitos globales. El edicto Alien tort statute mediante el cual los americanos trataron de eliminar a los piratas en 1789 nos da algunas pistas en materia de gobernanza y justicia global: debates abiertos, consensos más amplios, unificación de criterios y legislaciones. No hay otra solución que superar el principio de territorialidad del derecho en consonancia con la naturaleza desterritorializada de las amenazas a las que debemos hacer frente, hacer que el derecho sea más "marítimo" y menos "continental", hacerlo isomorfo con su objeto.

Daniel Innerarity, El regreso de los piratas, El País, 29/09/2009

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